Por: José Antonio Martínez Gutiérrez.
Miren que ya estaba en puerta este triste desenlace.
Alonso Lujambio Secretario de Educación Pública declinó a su aspiración de contender por la candidatura del PAN a la Presidencia según declaraciones donde él mismo apuntara lo siguiente:
“Quiero anunciar mi declinación a la candidatura del PAN. Los números consultados de encuestas propias y de otros no me hablan de una posición competitiva en el tablero político interno”.
A decir de aquellos que usan la lógica, se esperaba esto porque Lujambio no representaba una opción viable para el Blanquiazul que dicho sea de paso, se las tiene que ingeniar para comenzar a depurar su extendida lista de aspirantes a la candidatura del honorable cargo de Presidente de la República, y digo extendida porque en la política una “lista” de dos ya es bastante difícil de depurar.
¿Qué nos ha quedado después del sueño efímero de Lujambio? Por supuesto que nada bueno que contar, solo el recuento de un personaje que hizo uso de su cargo y recursos públicos para posicionar su imagen, que nos legó recomendaciones memorables como las telenovelas del productor Juan Osorio, que se despachó discursos repletos a más no poder de conceptos en teoría democráticos que ya eran de por sí ventajosos por el hecho de ser Secretario de Educación, y que como tal, sus dichos daban de bruces con la democracia. ¡Eso… y más!
Al final de cuentas se sabe que Lujambio es una más de las tantas joyas que produce la política de nuestro país. En pocas letras, es producto Hecho en México. Pero lo que hasta el momento sigue quedando como saldo en contra de nosotros los mortales que hacemos sociedad (en especial la mexicana) es la ausencia del civismo que nos permita ¡desde ya!, ¡desde ahora!, la exigencia de una reforma política que ponga freno a las pasiones que se desatan cada tres o seis años en nuestro México y que sin ambages evite de una vez por todas las acciones ventajosas de quienes ostentan cargos públicos, poder y recursos que por supuesto no son suyos, sino del que ahora lee (Usted) y del que ha escrito (Yo). Lujambio evidentemente fue (es y será) uno de ellos.
Dirá entonces el lector amable que eso es muy natural, y en cierta medida tiene demasía razón. Sin embargo, me cuesta aceptar como trabajador de la educación, que este sector tan importante para el desarrollo de nuestro País haya sido por momentos la tarima de proyección de éste personaje. Nadie en su sano juicio aceptaría que las emociones de Alonso estaban concentradas en su tarea al frente de la SEP, más bien lo único cierto era la proyección de su ego en noticieros, eventos públicos, página de la SEP y demás ventanas que conectaran con el espectro social, es decir, nuestro servidor público simplemente no estaba sirviendo. Era algo así como un lobo vestido de cordero (no le confundan por favor con el otro funcionario público apasionado).
Y ya nuevamente en la despedida les cuento que particularmente me seguirá causando mucha tristeza (de la buena) que la educación pública, herencia de los tantos próceres, entre ellos el inolvidable José Vasconcelos, esté tan a los pies de la política nacional. Soy de los que cree que la SEP debe ser dirigida por alguien cuyo talento mental destaque por sobre la calentura política del momento. Lamentablemente Lujambios abundan suficientes como para creer que en el futuro inmediato no seremos testigos de una SEP sometida a las pasiones del titular en turno.