La figura del supervisor escolar en México se encuentra hoy situada en una zona de tensión estructural particularmente intensa. La Nueva Escuela Mexicana (NEM) propone un horizonte emancipador basado en la autonomía docente, la comunidad de aprendizaje, la lectura crítica de la realidad y el acompañamiento horizontal. Sin embargo, esta propuesta convive con una tradición supervisora construida desde la verticalidad, la fiscalización y el cumplimiento administrativo. Esta coexistencia contradictoria no es anecdótica: es dialéctica, y constituye el núcleo del malestar, el desgaste y la confusión identitaria que experimentan los supervisores en el presente.
Desde un análisis dialéctico-crítico, supervisión y NEM conforman un par antagónico:
- Tesis: la supervisión como control, vigilancia y exigencia burocrática.
- Antítesis: la NEM como proyecto humanizante, crítico y horizontal que demanda acompañamiento pedagógico.
De este antagonismo emergen tensiones específicas que atraviesan el quehacer supervisor. Cada una expresa un choque entre modelos históricos, epistemológicos y éticos distintos. Y cada una genera un nivel propio de desgaste y contradicción interior.
- Tensión entre autonomía docente y cumplimiento normativo
La NEM reivindica la autonomía del profesorado como principio fundante; no obstante, el aparato administrativo exige reportes, evidencias y formatos constantes.
La contradicción: el supervisor debe acompañar sin imponer, orientar sin prescribir, confiar sin dejar de cumplir. La autonomía queda atrapada entre el ideal y la obligación. Así, a la sombra de la autonomía se genera la anarquía educativa.
Desde Han (2010)[2], esto se vuelve un mecanismo de autoexplotación: el supervisor debe ser garante de la libertad docente y, al mismo tiempo, custodio de la norma. El sujeto queda dividido, exigido simultáneamente por dos mandatos irreconciliables.
- Tensión entre acompañamiento pedagógico y carga administrativa
La NEM pide presencia cercana (más territorio, menos escritorio), diálogo situado, observación de aula, tutoría y reflexión.
El sistema, en cambio, recarga al supervisor con tareas administrativas interminables que ocupan el tiempo destinado al acompañamiento real.
La contradicción: la agenda del control desplaza la agenda del aprendizaje.
Han describe este fenómeno como positividad excesiva: todo debe hacerse, todo debe reportarse, todo debe cumplirse. La supervisión deja de tener tiempo para la pedagogía porque está absorbida por el “hacer sin fin” de la sociedad del rendimiento (Han, La sociedad del cansancio, 2010). El supervisor se convierte en sujeto saturado, agotado, permanentemente en deuda consigo mismo y con el sistema.
- Tensión entre humanización de la escuela y tecnocracia burocrática
La NEM imagina escuelas donde la dignidad, el diálogo y el cuidado sean principios rectores. Pero la estructura administrativa funciona como una maquinaria tecnocrática que deshumaniza: indicadores, semáforos, formatos, auditorías.
La contradicción: se exige humanizar desde procedimientos que deshumanizan.
En términos de Han, este es el imperativo de la transparencia (Han, La sociedad de la transparencia, 2012): el sistema exige visibilidad total, evidencias continuas, exposición constante. La supervisión se vuelve un proceso donde la “claridad” contable reemplaza la complejidad humana.
- Tensión entre horizontalidad y jerarquías rígidas
La NEM propone relaciones horizontales y trabajo colegiado. La supervisión, sin embargo, nació como mecanismo jerárquico, diseñado para mandar, corregir y vigilar.
La contradicción: ¿cómo ser horizontal desde un puesto construido para ejercer autoridad vertical?
Esto genera en el supervisor una forma de disonancia identitaria: debe ser líder sin imponerse, guía sin ordenar, autoridad sin autoritarismo. Vive en una ambigüedad constante que Han denominaría “crisis del deber”: el rol carece de límites claros pero exige resultados imposibles.
- Tensión entre comunidad de aprendizaje y lógica de auditoría
La NEM imagina escuelas que conversan, reflexionan, se acompañan y se piensan a sí mismas. Pero la supervisión ha sido formada históricamente como una práctica auditora y verificadora.
La contradicción: la cultura del cumplimiento inhibe la conversación auténtica.
Freire recordaría que donde hay miedo, control o evaluación coercitiva, el diálogo no puede florecer. El supervisor está llamado a construir comunidad, pero es obligado a ejercer prácticas que la desarticulan.
El hartazgo del supervisor: una lectura desde Byung-Chul Han
Todas estas tensiones convergen en una consecuencia subjetiva: el hartazgo profundo del supervisor, quien funge como mediador de un sistema que no define su rol ni le provee la materialidad para ejercerlo. El supervisor es convocado a ser acompañante pedagógico, pero también gestor de burocracias; intelectual crítico, pero también ejecutor operativo; impulsor de la autonomía, pero también custodio de la norma.
En palabras de Han, el supervisor se convierte en un sujeto de rendimiento: aquel que se autoexplota creyendo que se realiza, aquel que vive en exceso de positividad, aquel que se desgasta porque “el poder ya no reprime, sino que seduce” (Han, Psicopolítica, 2014). La supervisión deja de ser vocación y se convierte en “proyecto interminable”, siempre inconcluso, siempre demandante.
El hartazgo no es personal: es estructural. Es un síntoma de un sistema que pide humanización sin dotar de tiempos, recursos ni condiciones humanas para ejercerla.
Hacia una síntesis dialéctica: la supervisión como praxis transformadora
La dialéctica no busca eliminar una de las partes, sino superarlas en una síntesis superior (Aufhebung). En este caso, la resolución no está en abandonar la supervisión ni desechar la NEM, sino en reconfigurar el sentido mismo de supervisar.
La síntesis posible es:
La supervisión como praxis crítica, dialógica y transformadora:
- un ejercicio de acompañamiento y no de inspección;
- una lectura situada del contexto y no una verificación de formatos;
- una reconstrucción ética del rol desde la comunidad y no desde la soledad del rendimiento.
Freire lo diría de manera contundente:
“La verdadera autoridad se ejerce en la apertura y no en la clausura; en la invitación al diálogo y no en el miedo.” (Cartas a quien pretende enseñar, p. 33)
En esta síntesis, el supervisor deja de ser vigilante para convertirse en intelectual pedagógico, facilitador de proyectos, promotor de mejora situada y constructor de comunidades reales de aprendizaje.
Conclusión
Existe una contradicción dialéctica entre supervisar y la NEM. Pero esa contradicción no es un callejón sin salida: es el lugar fértil donde puede nacer una nueva identidad profesional.
El supervisor, atrapado entre exigencias opuestas, no está condenado al hartazgo: está invitado —junto con el sistema— a reinventar su función desde la crítica, la comunidad y la esperanza. En la tensión entre control y emancipación, en la lucha entre burocracia y humanización, se abre el espacio para una supervisión verdaderamente transformadora.
[1] Nota Bene: Este ensayo es el primer aporte a la comunidad de aprendizaje entre supervisores del estado de Michoacán. En conjunto con las obras de “Un supervisor sin recetas I y II”
[2] La sociedad del cansancio (2010) Título original: Müdigkeitsgesellschaft Año de publicación: 2010
