En mis 20 años de servicio en el sector educativo, no he tenido una clase idéntica a la anterior. Como parece obvio, la maravillosa oportunidad de trabajar diversas asignaturas, con sus respectivos contenidos, ha sido de los más satisfactorio; sin embargo, lo verdaderamente trascendental que he vivido en estos años, tiene que ver con ese encuentro cara a cara que he llegado a establecer con mis estudiantes.
Ocasionalmente, se me ha asignado la asignatura que impartí el semestre o ciclo escolar anterior, para abordarla con otra generación de alumnos; pero, créame, aunque los temas y contenidos son los mismos dado que el plan de estudios sufre cambios cada sexenio (y en el mejor de los casos, cada 10 años), la forma en que los he trabajado para que mis estudiantes logren asimilar y/o comprender lo que los planes y programas establecen, llamémosle “conocimiento”, ha sido completamente diferente. ¿La razón? La sabemos, los alumnos no son los mismos y, tal parece, que lo que determina en buena medida el abordaje de las materias, son los referentes epistemológicos o empíricos que traen consigo dichos estudiantes, pero también, los tiempos que vamos viviendo, mismos que marcan las circunstancias a partir de las cuales, se planea el abordaje de los contenidos. He ahí la clave de la didáctica, pero también, del desarrollo de las habilidades y estrategias docentes.
Ahora bien, debo decirlo con sinceridad, los tiempos han cambiado. Los comportamientos de los que ahora son mis alumnos, no son los mismos de los de hace 20 años; muchos han sido los factores que, seguramente, habrán influido para que se haya dado ese cambio en la forma de pensar, de actuar o de comportarse de estos jóvenes; eso lo tengo claro y lo entiendo. Y tan lo he entendido que, curiosamente, ahora que lo pienso, yo también he llegado a cambiar de manera importante la forma en que imparto mis clases; hecho que hace 20 años ni siquiera hubiera pensado. Quiero imaginar, que las razones que me llevaron a cambiar mi persona y mi ejercicio docente, tiene que ver con la comprensión de los distintos fenómenos sociales, pero también, de los profesionales y personales, que han forjado poco a poco mi personalidad y desempeño dentro del aula. Siempre hay y habrá algo en la vida, que nos dejará una enseñanza. Eso es innegable.
Ponerme en el lugar del otro, es decir, ser empático y comprender las razones de su actuar y pensar, han ayudado en demasía para que mi ejercicio profesional se haya visto modificado. No obstante, en estos años de servicio, algo ronda, de manera constante, mi mente: ¿habrán aprendido mis estudiantes conforme a las estrategias didácticas que he empleado?, ¿habrán aprendido las lecciones y, por ende, los conocimientos que se supone tendrían que habérseles grabado en sus mentes para que les fueran útiles en su vida diaria?, ¿cómo habrá repercutido en su vida personal y, tal vez, profesional, todo lo que llegamos a comentar, reflexionar o analizar en cada clase?, ¿los contenidos, temas, bloques, ejes, unidades de aprendizaje, habrán sido pertinentes y relevantes para su desarrollo personal y profesional?
Efectivamente, estoy hablando de ese proceso a través del cual, se supone, el maestro enseña y, consecuentemente, el alumno aprende, pero la verdad de las cosas, bien habría que preguntarse ¿qué aprende nuestro alumno y cómo lo aprende?, ¿qué conocimiento le es útil y cuál se puede llegar a considerar desechable?, ¿qué le es significativo y cómo se logra tal significancia?
Desafortunadamente, desde que ingresé al magisterio, la Secretaría de Educación Pública (SEP), poco ha contribuido a mi formación profesional. Si me he preparado, ha sido por una decisión personal, pagando mis estudios, desde luego, con mis propios recursos. ¿A cuántos maestros y maestras les ha pasado lo mismo?, ¿no se supone que, como profesión de estado, el contratante tiene la obligación de capacitar y actualizar a sus empleados? Ahora bien, como decía hace un momento, si bien es cierto que en algún momento a mis compañeros de trabajo y a mí nos han capacitado algunas personas “especializadas” que laboran en la SEP y que se supone conocen a fondo las teorías y corrientes pedagógicas actuales, debo decirlo, dicha capacitación, en su mayoría, ha sido un verdadero fiasco.
Entender los qué de la pedagogía y los cómo de la didáctica, desde diversas perspectivas ha sido un ejercicio de “autodidáctica” pura pero, quién nos enseña a ser maestros. Hay quienes afirman que la práctica hace al maestro, y es cierto, pero éste, no puede ejercer tan importante función solo a partir de esa práctica, requiere del conocimiento y del conocimiento especializado que los mismos estudios nos ofrecen. Éstos, como bien sabemos, nos permiten leer la realidad educativa que estamos viviendo.
Desconozco a ciencia cierta cuáles son las orientaciones pedagógicas que el nuevo gobierno implementará en los siguientes meses o días; tengo claro que el modelo educativo propuesto por Peña Nieto y compañía, tiene bastantes “asegunes”, y puede ser corregido a partir de la mirada de los expertos, pero también, de los maestros y alumnos. Éstos últimos, son especialistas que tienen mucho que decir pero que, en los hechos, nos han hablado mucho que digamos porque desafortunadamente, vivimos en un país en el que la libertad de expresión, se reprime con violencia o censura. Solo habría que recordar cómo era visto aquel o aquella persona que, durante el periodo de Aurelio Nuño, osaba manifestarse en contra de la mal llamada reforma educativa o, tal vez, fijando una posición crítica (con fundamento) sobre el “nuevo” modelo.
Al respecto debo decir que, si bien es cierto que el actual Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, acudió a cada uno de los foros en los que diversas figuras participaron con sus propuestas y sus debates, también es cierto que estos últimos, se caracterizaron más por ser un mero instrumento de posicionamiento político, que por abordar esquemas de trabajo docente al interior de los salones de clase.
Es curioso, muchos lo sabemos, pero un modelo se construye desde los salones de clase, a través de sus principales actores: los maestros y los alumnos, y de otros actores educativos, padres de familia, por ejemplo.
Espero, y lo digo como un sano deseo, que el debate que en los próximos días habrá de darse en el legislativo por la cancelación de la mal llamada reforma educativa, considere el sentir que expreso. Sabemos bien, que esta parte de la política lleva un interés de grupo o de partido. No obstante, mi preocupación es mayúscula, y tiene que ver con lo que el modelo educativo 2017 viene generando en las escuelas y en los salones de clase: sin sabores les llamaré en este momento. Nos hemos preocupando en demasía en la política educativa y en los debates “polarizantes” que no hemos logrado exigir, un modelo que, desde el currículo, fortalezca el trabajo docente. Caramba, desde mi perspectiva, en las cúpulas del poder, no han logrado entender que la docencia es una forma de vida y que como tal, se vive día a día, en el aula, en esa relación cara a cara.