“La educación que se impone a quienes verdaderamente se comprometen con la liberación no puede basarse en una comprensión de los hombres como seres vacíos a quien el mundo llena con contenidos; no puede basarse en una conciencia especializada, mecánicamente dividida, sino en los hombres como cuerpos conscientes y en la conciencia como conciencia intencionada al mundo. No puede ser la del depósito de contenidos, sino la de la problematización de los hombres en su relación con el mundo”.
Paulo Freire, Pedagogía del oprimido
Quise iniciar con la cita que antecede porque trae a mi mente los años de mi práctica docente, cuando discutíamos las y los compañeros en torno a las políticas educativas que nos obligaban a implementar un currículo homogéneo, donde se nos instruía para enseñar igual todo a todos. En esas políticas se tenía claro el tipo de ser humano que se quería formar: que respondiera a las exigencias de la sociedad inmersa en un mundo globalizado.
Ha habido muchos docentes históricamente reconocidos por ser revolucionarios e innovadores en su hacer y enseñar en los espacios educativos donde han laborado; tal es el caso de quienes instrumentan las ahora reconocidas prácticas educativas alternativas, a través de las cuales maestras y maestros propician día con día aprendizajes, ocupan la escuela como el lugar formalizado para aprender, pero reconocen que aprendemos dentro y fuera de la escuela, con el docente y a pesar del docente. Son prácticas educativas que responden a la realidad de niñas, niños y jóvenes, porque dan cuenta de la diversidad de los espacios para desaprender y aprender.
En mi función de docente me cuestionaba: ¿cómo aprenden las y los niños?, ¿qué aprenden?, ¿con quién?, ¿en qué momento?, ¿en su casa, en la calle, en la escuela, con los amigos?, ¿por qué debe ser tan rígido, lineal, memorístico y fraccionado lo que aprenden en la escuela?, ¿por qué en la calle, al encontrarnos con los amigos y dialogar, nos vemos cara a cara y en la escuela estamos sentados uno detrás del otro, sin vernos, olvidando que el lenguaje no sólo es el sonido de nuestra voz? Me alegraba ver a niñas y niños revelarse contra la acumulación de tareas, los horarios tan rígidos, asistir a la escuela con uniforme, ser forzados a hablar una misma lengua siendo que eran bilingües–hablantes de hñähñu, su lengua materna, y español–. No es fácil ser docente, justo y democrático; no es fácil considerar la diversidad y la inclusión, y menos si hemos tenido una formación en la que nos enseñaron a obedecer y silenciaron nuestra palabra.
Estamos frente a retos educativos que, si se resuelven, serán parte de la historia actual de la transformación social de nuestro país: oficializar y permitir que maestras y maestros tengan autonomía curricular, diseñen sus propias situaciones didácticas –considerando como siempre un plan nacional (programa sintético)– y, a partir de la realidad de sus estudiantes en la comunidad donde radican –esto es, teniendo en cuenta sus formas de ser, de vivir, de estar con los suyos y con los otros–, resignificar la realidad en la diversidad y la riqueza de conocimientos en la vida comunitaria.
Desde el espacio donde me encuentro reconozco la responsabilidad y profesionalismo de cada docente frente a grupo; les recuerdo que nuestra materia de trabajo son seres humanos en proceso de formación; les comparto que, a partir de la experiencia de conocer y trabajar con niños de lenguas y culturas diferentes –náhuatl, hñähñu y castellano–, de estar con ellos en escuelas de organización completa y conocer el trabajo de escuelas multigrado, confirmo que pese a las diferencias de edad, lenguaje, costumbres, tradiciones, cultura y formas de vida propias, todas y todos coinciden en su proceso de aprender, en algún momento se enojan, gritan, juegan, se ríen, lloran y sufren; ven y sien- ten la vida a partir de su forma de hablar y construir sus conocimientos inmersos en la filosofía de su propia vida.
No entiendo la idea de ver a los grupos indígenas como sociedades humanas diferentes. Aplaudo que uno de los ejes articuladores de la nueva propuesta curricular tenga que ver con la interculturalidad crítica, cuya intención es lograr una relación igualitaria entre diferentes culturas y grupos sociales.
A los actores –no simples aplicadores del currículo– les comparto que, a partir de la nueva propuesta pedagógica, la invitación convertida en reto es reconocer que cada espacio es un lugar para aprender; que aprendemos a partir de la relación dialógica con los otros, en la escuela, en la casa y como parte de la comunidad a la que pertenecemos; en fin, reconocer que el salón, la escuela y la comunidad son espacios para considerar la diversidad y práctica de la inclusión. Espero que no se sientan acosados con exigencias en el diseño y ejecución del currículo y la planeación, opacando con ello la diversidad como una posibilidad de transformar la educación. En nuestras diferencias, todos aprendemos de todos.
—
Editorial publicado en el Boletín ‘Educación en Movimiento‘ núm. 22 (tercera época) de Mejoredu.