Ya nos urge, pero no tiene para cuándo. El martes apenas se realizó la XXVII conferencia iberoamericana de ministras y ministros de educación. La titular de España, María Isabel Celaá, dijo que “la pandemia por Covid… propició que una parte del aprendizaje se trasladara al hogar, y que las familias apoyaran en función de sus recursos digitales y formativos. También se incrementó el riesgo del abandono escolar principalmente entre el alumnado más vulnerable. Lo anterior, porque la educación a distancia no puede reemplazar a la presencial. De esta manera, la reapertura de las instituciones educativas tiene beneficios incuestionables, principalmente en la relación maestro-alumno”. Ni cómo contradecirla en dos afirmaciones clave: el abandono es un riesgo, sesgado inequitativamente en contra de los más vulnerables; y la educación a distancia no puede reemplazar a la presencial.
La referencia la tomo directamente del boletín de prensa 266 de la SEP, pues el secretario Moctezuma participó en la reunión. Es un consenso mundial: hay que volver; sólo la fantasía extrema de tecnólogos desaforados o el temor desmedido y ya sin objetividad de los hipocondriacos radicales puede plantear que ‘ya no regresemos’. Nadie quiere el riesgo que es prevenible, y menos para niñas y niños. Aprendemos duramente del rebrote. Pero hay reflexiones y buenas prácticas que van abonando. Hay que regresar a las aulas, pero no de cualquier manera.
Hace una semana se hizo la afirmación de que Chiapas y Campeche podrían volver ya muy próximamente a abrir las escuelas, pues estaban con semáforo verde. ¿Y el suministro de agua en las escuelas en Chiapas? ¿Chiapas, donde a las escuelas de tiempo completo les están dando enseres de cocina, pero ya no hay dinero para pagar la compensación debida a los maestros? Ante la afirmación, el gobernador de Campeche se puso bravo, y hubieron de darle la razón los funcionarios federales: “Así como estamos, no”.
Salud y SEP tuvieron que aclarar que se podría abrir, pero que no hay que anticiparse. Exacto, gran lección. Es claro que no es la ‘semaforización’ el único factor a considerar… la realidad de los contagios, medida por la ocupación hospitalaria, es una medida demasiado mecánica y demasiado alejada de la vida de la escuela para ser un referente claro.
Así que el tema no es si vamos a regresar; tenemos que regresar, pero el cuándo se resuelve en el cómo sí. Cómo sí se puede regresar.
La experiencia de diversas partes del mundo señala que los procesos más sólidos y seguros tienen características claras, y nada sofisticadas. Lo primero es un escalonamiento que sirva para prevenir la concentración de carga viral, y por ello, a diferencia de lo que se ha afirmado en México, la mejor opción es que las y los estudiantes asistan varios días seguidos por subgrupo –la mitad, o mejor todavía, fracciones menores de cada grupo, tercios o cuartos–, y en jornadas ampliadas.
Por ejemplo: cuatro días seguidos, con jornadas ampliadas, y luego irse a casa dos semanas. Eso permite una sanitización profunda frecuente, la ocupación de las instalaciones con suficiente distancia y ventilación, minimizar los riesgos de concentración en entradas, en salidas, en el uso de los baños.
Por supuesto, un filtro sanitario sólido en casa, transporte cuidado, filtro a la entrada de la escuela. Pruebas distribuidas. Identificación personalizada de factores de riesgo. Disponibilidad plena de materiales para limpiar superficies y para lavarse las manos al menos cuatro veces en la jornada. Cubrebocas obligatorio para todos. Uso de los espacios abiertos. Coordinación con el centro de salud más cercano. Tener resuelto el resguardo, el trabajo a distancia y sustitución presencial de las y los docentes con condiciones de riesgo. Voluntariedad para todos: que vayan las niñas y niños que quieran, con las y los maestros que quieran.
Tenemos que llegar al ajuste puntual. No se puede diseñar a brochazos gruesos desde la Ciudad de México. Tiene que ser localizado. Respetar y promover la autonomía del autocuidado en las comunidades. La apertura tiene que ser acuerdo, no descontón. Tampoco posponer en la medida de la incapacidad de los adultos, mientas niñas y niños se marchitan, “hasta que llegue la vacuna en diciembre de 2022”.
Nos falta un gran sentido de la ‘presencialidad intermedia’: entre que la escuela esté cerrada y barricada, en un extremo, aunque abran antros y peluquerías, o en el otro extremo, que la apertura descuidada genere un rebrote que confirme en sus terrores anticientíficos a los negacionistas (“es que en Israel y Alemania hubo rebrote”… sí, en Jerusalén y en Berlín, en condiciones específicas, que ya corrigieron, y ahora están abiertos).
Aquí una propuesta de presencialidad intermedia, que de facto ya están decidiendo las familias: microescuelas localizadas. Los vecinos que se cuidan. En arreglos multigrado. Los vecinitos en el patio, en los lugares de la pequeña convivencia. Incluso para ver la programación de TV y comentarla y cuestionarla. Para que nos distribuyamos el cuidado y la animación entre los adultos. Paquetitos (pods, bubbles les llaman en otras latitudes), equipitos de niños que comparten red, recursos. Que ya pueden ser un grupo de inmunidad. A quienes un maestro puede visitar para una asesoría a sana distancia. Para que aprender con tu maestro y con tu grupo no sea un lujo de los mexicanos que pagan escuela privada, sino una posibilidad que supera con creces aprender solos y en la pasividad de ver/escuchar la televisión. Con retos, con activación física, con búsqueda del tesoro, con concurso de dibujo y de baile, aprendiendo de una abuelita del grupo a cocinar tamales… Se puede ir regresando. Lo que hay que dejar atrás es la idea de que regresaremos a lo mismo. Mejor regresar sin tener que volver a lo que no vale la pena. Mejor regresar, pero habiendo avanzado.