Vivimos en una sociedad muy distinta a la sociedad mexicana del siglo XX: bajo la tutela del Estado autoritario, la sociedad guardaba silencio, se resignaba, obedecía, mostraba indiferencia ante los acontecimientos políticos. No había debate público, sólo se escuchaba la voz del Presidente de la República y sus epígonos.
Hoy, bajo la democracia, todo es distinto. El Estado se ha debilitado, la sociedad se ha fortalecido, pero estamos lejos tener una democracia fuerte, sustentada en ciudadanos informados, activos, comprometidos con el bien común y dispuestos a luchar por la libertad y la justicia. La nuestra, es una democracia imperfecta en muchos sentidos, pero sus deficiencias se han magnificado con el crecimiento acelerado de la cultura del chisme y de la crítica fácil.
Estamos instalados en el facilismo. Las redes, en particular el Twitter, han fomentado la descalificación fácil que se lanza desde un celular, en frases telegráficas y lapidarias. En esta atmósfera, es fácil descalificar y, en cambio, es difícil reconocer el mérito de los mexicanos que, contra toda adversidad, defienden los intereses colectivos incluso cuando esa defensa implique la pérdida de popularidad y el pago de un alto precio político.
Creo sinceramente que la actual administración Federal merece nuestro reconocimiento por concebir, echar a andar y defender la actual reforma educativa. Sólo quien ignora la historia de la educación nacional puede no ver el significado de lo que digo. La reforma educativa y su eje, el Servicio Profesional Docente, representan un paso sin precedente para que el sistema educativo deje de estar en manos de la arbitrariedad y de los intereses particulares.
Entramos en el último año del sexenio y es un momento oportuno para los balances. El ejercicio de reflexión abierta que realiza el INEE (Seminario Reforma Educativa: avances y desafíos) marca la pauta sobre lo que puede y debe hacerse. En educación, la administración actual tuvo el acierto de poner el acento en lo principal, es decir, en la profesionalización docente, en la formación de maestros y en la escuela.
Es verdad, el nuevo modelo educativo merece un tratamiento especial e independiente. Pero los tres temas antes señalados son, indiscutiblemente, las tres piezas clave del sistema educativo y al asumirlas como ejes de la política educativa se tuvo un enorme acierto. No, no debemos volver atrás, hay que volver, una y otra vez sobre estos tres temas, aunque en el regreso utilicemos nuevas ideas, nuevos conceptos, nuevos procedimientos y nuevas herramientas.
Los empeños en el futuro deben orientarse a tener maestros fuertes y escuelas fuertes. Los maestros son la pieza maestra de la organización educativa. No se trata de “culpar a los maestros de todos los males de la educación”, al contrario, se trata de reconocer que los maestros son el disparador de todas las virtudes de la educación. El anhelo de todo debe ser el tener maestros buenos y esto se logra dotándolos de medios para que alcancen la excelencia, comenzando por dotarlos con un salario profesional y con recursos técnicos, materiales y académicos que favorezcan su desarrollo profesional.
Se requieren escuelas fuertes, con autonomía de gestión, con recursos económicos propios, despojadas de servidumbres administrativas, con una vida colectiva rica e intensa, que cuentan con todos los apoyos profesionales necesarios (asesores técnico-pedagógicos, tutores, psicólogos, médicos, enfermeras, técnicos en computación, etc.) y que dispongan de instalaciones adecuadas, de materiales y del equipo indispensable.
Artículo publicado en Crónica