Son tiempos duros. Muy duros. A medida que avanza la pandemia en México, la crisis económica empieza a minar la paciencia, la tolerancia y por supuesto, las finanzas personales. Las de los profesores no son la excepción.
Cada día son más los sectores de la población que solicitan ayuda, los que ya no dan para más, los que tienen el agua al cuello. Y no es para menos. La actividad comercial se ha contraído en todo el mundo y no parece que vaya a normalizarse a corto plazo. Los recortes de personal se han vuelto escenas de todos los días y no todos tienen la certeza de terminar el año con un empleo.
Con poco más de la mitad de los mexicanos en situación de pobreza, el magisterio es una de las profesiones peor pagadas con un promedio bruto de unos 4 mil pesos quincenales. Hay excepciones, claro, como también existen infinidad de oficios que ganan mucho más que un profesor de educación básica. El tan mencionado aguinaldo de un maestro, no sirve para otra cosa más que para equilibrar sus finanzas erosionadas durante todo el año.
Pensar que durante la contingencia, los maestros están ahorrando desaforadamente porque no se presentan a trabajar, es una afirmación tan errónea como ingenua. Es cierto, no vamos a las escuelas, pero los gastos familiares y escolares, continúan. Incluso, hay inversiones que se tuvieron que hacer debido a las nuevas circunstancias: comprar una televisión; cambiar a una nueva computadora; contratar servicio de Internet o mudar de teléfono celular.
Gran parte de la inconformidad del magisterio radica en su salario. Así ha sido por décadas. Existe la percepción (fundada, por cierto) de que no se le paga lo justo y a partir de ahí nacen diferentes maneras de paliarlo: desde quien no se esfuerza lo suficiente (“al cabo ni me pagan bien”, dirán), hasta el docente frente a grupo que estudia una maestría sin ver mejora en su cheque. Entre ambos ejemplos están muchas maneras de completar el gasto familiar.
Durante toda mi vida he conocido maestros que también son taxistas, comerciantes, políticos, químicos, periodistas, vendedores por catálogo o que se van temporalmente a Estados Unidos. No es fortuito que muchos hayan buscado una segunda plaza o que se empleen en colegios privados en su tiempo libre. También he visto docentes que están al frente de pequeñas empresas familiares, que abren escuelas particulares, que rentan locales, que se convierten en youtubers, que son prestamistas o incluso, inmiscuidos en actividades ilícitas.
La proliferación de empresas que tramitan préstamos exprés (a intereses obscenos) al magisterio no tiene otra explicación más que urgente necesidad de efectivo.
En 2015, INEGI reportó que de cada 100 profesores, 34 buscaron otro trabajo. En ese año se calculó que eran 43 mil 917 maestros en esa situación. Sin embargo, cabe mencionar que lo hicieron en mayor medida en los de niveles básicos con 62.7%, seguidos por los del medio superior con 25.3% y el superior con 12 por ciento. Han pasado 5 años y aunque todavía no hay datos actualizados, cuando menos los parciales indican que la subocupación ha crecido exponencialmente en México: según la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE), tan solo de mayo de 2019 a mayo de 2020, el número de mexicanos que han buscado un segundo empleo, ha crecido un 20 por ciento. Con la pandemia, lo más probable es que muchos docentes estén entre esa cifra.
Eso sin contar que, con la caída de casi 18% del PIB en México a raíz de la contingencia, todas las opciones de segundo empleo antes descritas han resultado, de algún modo, perjudicadas.
Continuamente vemos comparativas del rendimiento educativo de nuestro país con respecto al resto del mundo. Siempre se señala el desempeño, pero casi nunca se destaca la desigualdad de salarios. Ahí radica la diferencia: los países con mejores calificaciones en educación, tienen también, mejores salarios para sus docentes. Y es lógico pensar que, en estos tiempos de crisis, la educación mejor pagada, será una gran aliada.
Si México aspira a tener a resultados positivos y reales del Aprende en Casa 2 (cuyas consecuencias, buenas o malas, las sentiremos en 10 años), pero sobre todo, si desea que su sistema educativo lo mantenga a flote en estos tiempos de incertidumbre, lo primero que debe hacer es tratar a sus docentes como profesionales, pero sobre todo, pagarles como profesionales. Solo de esa manera se les podrá exigir en reciprocidad.
Son tiempos duros, insisto. Y quizá no es el mejor momento para pensar en el tema. Pero son estas situaciones decisivas, las que motivan juicios decisivos. Recordemos que el futuro de un país está en sus aulas. La revalorización del magisterio, que tanto ha pregonado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, debe transitar del discurso a los hechos. De lo contrario, se dará por sentado que la llamada 4T solo aspira a más de lo mismo. Y ya sabemos en qué terminan esas historias.