El aprendizaje en general implica movimiento, procesos de cambio, transformación. Como lo diría con razón Jean Piaget, las y los niños pasan de un estado “A” de conocimiento a un estado “B”. Para el epistemólogo suizo, -dicho esto en términos resumidos-, las transformaciones cognitivas en los seres humanos, no solamente en la escuela, son el resultado de múltiples procesos de adaptación (equilibración y reequilibración) de los esquemas de conocimiento.
Por su parte, y perdonen ustedes la analogía, las y los expertos y especialistas en medicina interna (infectología), salud pública (epidemiología) y patología, entre otros profesionales, indican que el virus o el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), del que forma parte el SARS-CoV-2, y que genera la enfermedad COVID-19, se modifica, se mueve, muta, pero es un cambio que implica variantes (como el que lleva el nombre de Delta u Ómicrón).
Procesos de cambio casi en todos lados
Mientras que el virus y sus variantes están activos, la educación camina muy poco, como sistema, casi sin variaciones. Así, la educación pública tiene un pendiente: Cambiar o adaptarse ante las nuevas condiciones, las nuevas realidades. Pasar a ser un agente activo, no pasivo, y reconvertirse en un conjunto de instituciones que generan nuevos procesos de aprendizaje y de gestión escolar, y ello significaría crear nuevas realidades (no necesariamente nuevas “normalidades”).
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Según se puede leer en la información básica que proporciona el IMSS, los virus cambian constantemente a través de mutaciones y dichas mutaciones suelen dar lugar a una nueva variante del virus. Algunas variantes aparecen y luego desaparecen, mientras que otras variantes persisten. Nos indican, por lo tanto, que aparecerán con seguridad nuevas variantes.
En el caso de la educación pública en México –si seguimos la analogía-, la situación actual, después de casi dos años de suspensión de labores en las escuelas del sistema educativo mexicano, no hay certeza acerca de los cambios o adaptaciones institucionales correspondientes, en los hechos y en términos de las nuevas condiciones de la salud pública y de la reorganización del sistema educativo.
La SEP afirma, en voz de su titular, la Maestra Delfina Gómez, que han regresado a clases presenciales más de 24 millones de niñas, niños y jóvenes, desde educación básica hasta superior, a partir del inicio del ciclo escolar 2021-2022, en septiembre pasado. (1) Pero las clases presenciales, que han sido voluntarias, y las comunidades escolares mismas, no han recuperado sus niveles de asistencia y actividades cotidianas previos al inicio de la pandemia.
Esa cifra de asistencia a las escuelas es insuficiente, sobre todo si consideramos que la matricula oficial registrada poco antes del inicio de la pandemia y del resguardo o confinamiento social, era de poco más de 33 millones de estudiantes. Hasta la fecha, en consecuencia, alrededor de 9 millones de estudiantes no han regresado a clases presenciales. (2)
En el documento denominado “Guía para el regreso responsable y ordenado a las escuelas. Ciclo escolar 2021-2022″, la SEP y la Secretaría de Salud indican: “El avance de la política nacional de vacunación contra el virus SARS-CoV-2 ha modificado el perfil demográfico y epidémico de la pandemia. Las vacunas contra la COVID-19 disminuyen radicalmente el riesgo de consecuencias máximas para las personas, es decir, la necesidad de hospitalización o el fallecimiento. En consecuencia, el semáforo de riesgo epidémico fue modificado, a partir del 1 de junio de 2021, para adaptarlo a esta nueva realidad.” (3)
Dudas razonables: ¿En qué niveles educativos se ha detenido de manera sobresaliente el retorno a clases presenciales? ¿A quiénes afecta radicalmente esta situación no solamente en términos de aprendizajes, sino en la formación integral de las y los ciudadanos en el marco del derecho a la educación?
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Pero quizá el problema más grave no sea la asistencia precaria e insuficiente a la escuela, en su formato presencial; más bien lo que preocupa es el conjunto de prácticas añejas, que no cambian, por parte de autoridades y directivos (no todos), pues no parecen entender que la actual es una nueva realidad, y que las escuelas apenas están en proceso de reconstrucción de sus nuevas realidades comunitarias.
El virus cambia, pero las actitudes de algunas autoridades educativas permanecen sin variantes
La directora y el director de la escuela es fuertemente presionada o presionado por el supervisor o la supervisora escolar (o de las/los jefes de sector) para que, a como dé lugar, se abran las escuelas. Sin embargo, no en todos los centros ni unidades académicas existen las condiciones adecuadas o mínimas, en infraestructura ni en capacitación de las figuras educativas y no educativas, sobre temas de salud pública para hacer efectivo el regreso.
En esos contextos, las autoridades educativas federales y estatales habrán de reconocer que el regreso será escalonado, paulatino, organizado, pero no precipitado ni forzado. No se trata de llevar al límite a las comunidades educativas sólo para posar para la foto. Sean más imaginativos. Cambien, caray. No se trata de que las comunidades educativas se vean desdibujadas en función de un afán de la alta burocracia, con el aval sindical, que reduce todo al hecho de presentar una imagen de control y de autoridad ante la sociedad, a través de los medios de comunicación, sin considerar el sentir genuino de las comunidades educativas.
El retorno es prioritario, sí, pero también habrán de ponderarse las nuevas circunstancias (la inminencia de una nueva ola de transmisión del virus, por ejemplo). Por ello, las comunidades educativas tienen sus propias dinámicas de reorganización y recreación de la vida cotidiana escolar. Además, ello implica luchar por un regreso auto organizado, autónomo (con apoyo de la comunidad), puesto que las autoridades educativas no han proporcionado las condiciones de infraestructura y accesorios de higiene adecuados que se requieren en la base del sistema educativo: las escuelas.
A pesar de la desesperación del presidente López Obrador, quien ha indicado que no hay pretexto para no regresar a clases, pues el personal educativo fue ya vacunado; o de las expresiones absurdas del empresario Salinas Pliego, en el sentido de que las y los profesores de educación superior “son rateros”, porque no han regresado a clases, es importante resaltar que el no retorno es ajeno a voluntarismos o a los caprichos del magisterio o del personal académico. El asunto es más de fondo. Es estructural-institucional, de organización y de recursos formativos y financieros.
Hay múltiples razones y motivos para que los procesos de adaptación y cambio no se lleven a cabo de manera acelerada durante este retorno a clases. De parte del magisterio mexicano hay compromiso de trabajo y actitud de cambio. Y hay constancia de que las y los docentes hemos estado activos en la atención y permanente comunicación con nuestr@s estudiantes y sus familias. Sin embargo, con las actitudes cerradas de algunas autoridades educativas, parece que el virus se mueve, muta, tiene variantes, pero una parte del sistema educativo, no.
Fuentes consultadas:
(1) Boletín SEP no. 289 Regresan a clases presenciales más de 24 millones de alumnos durante el ciclo escolar 2021-2022: Delfina Gómez.
(2) INEGI. Ver la siguiente liga:
https://inegi.org.mx/app/tabulados/interactivos/?px=educacion_06&bd=educacion
La matrícula escolar nacional según el INEGI, para el ciclo escolar 2020/2021, era de 33 millones 415 mil 994 estudiantes. En Preescolar había: 4 328 188; en Primaria: 13 677 465; en Secundaria: 6 394 720; en media superior: 4 985 005; y en superior: 4 030 616.
(3) SEP y Secretaría de Salud (2021). Guía para el regreso responsable y ordenado a las escuelas. Ciclo escolar 2021-2022.
Juan Carlos Miranda Arroyo en Twitter: @jcma23
Correo electrónico: jcmqro3@yahoo.com