Desigualdad e injusticia social: desafíos de la pedagogía crítica

La geografía es cruel y despiadada, pues un niño nacido en El Salvador seguramente tendrá peores condiciones de vida que uno nacido en Finlandia...
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Por acá en Tijuana, mi tierra, es común, como en otras regiones urbanas de México, encontrarse con personas en situación de calle. Se trata de Los nadies de Eduardo Galeano. Mi ciudad, con todo y sus horrores, tiene una reputación de ser lugar de tránsito, ya que por aquí se mueven migrantes que vienen provenientes, en su mayoría, de Centroamérica, y todo con el objeto de perseguir el sueño más que legítimo de conseguir una vida mejor. Lamentablemente, estos individuos acaban viviendo en condiciones más que precarias, yo diría infrahumanas, puesto que se les ve sobreviviendo por la Av. Internacional, y más específicamente, en la canalización de Río Tijuana.

Se les observa desnudos y en harapos, enfermos, sin bañarse y hambrientos. Quien sabe por cuánto tiempo llevan existiendo así. Piden para la familia, para un viaje de retorno a casa, limpian parabrisas, u ofrecen quitarle el polvo a los autos con miras a que puedan obtener alguna retribución económica, por paupérrima que sea. Este trágico escenario sucede, casi siempre, porque se forma un embudo en el entronque de varias salidas con dirección a Playas de Tijuana, por lo que de ser 4 carriles se convierten en 2, y entonces el caos vial acontece. Surge pues, la oportunidad única para estas personas, ya que el tráfico lento permite que puedan acercarse a pedir auxilio, y lo reciben ya sea en forma de monedas o en forma de bocados. Estas imágenes son comunes en el día a día, y casi hasta se podrían considerar “normales”, como si fuera realmente posible ver con normalidad la injusticia y no sentirse nauseabundo.

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El sentimiento, en un principio, es difícil de describir, va del enojo a la culpa y de regreso, y luego se convierte en mera impotencia, ya que no se entiende cómo es que los orígenes de una y otra persona pueden determinar el destino y el camino que llevarán ambos. La geografía es cruel y despiadada, pues un niño nacido en El Salvador seguramente tendrá peores condiciones de vida que uno nacido en Finlandia. Es decir, se trata de apostarle a la lotería geográfica, pues de haber nacido en Europa, probablemente ¡ya chingaste!, y, por el contrario, si naciste en el continente africano, hay enormes posibilidades de que te mueras de hambre.

Pero regresando al tema de los sentimientos, yo, personalmente, comienzo por sentirme culpable de tener tanto, ya que poseo vivienda, auto, educación, comida, trabajo y bienestar en general. De hecho, le debo lo que tengo a mis estudios y a la educación que recibí. Y ellos, Los nadies, en cambio, tienen lo poco que puedan conseguir en el hoy. Viven siempre al día. Viven un momento eterno, suspendido. Muchos de ellos fracasaron en su intento de cruzar al otro lado, de pedir asilo en los Estados Unidos, o fueron deportados sin más y con escaso auxilio de las autoridades. Solo Dios sabe cuál será la biografía de cada uno de los que se encuentran viviendo en la canalización. Duele saber que no tuvieron las mismas oportunidades que las que yo tuve. Duele saber que muchos de ellos perdieron la posibilidad de recibir educación. Duele la violencia que los empujó a abandonar su ciudad de origen para terminar en un sitio que es considerado uno de los más violentos en la tierra. Duele observar que varios de ellos terminaron entregados a las garras de las adicciones. Duele saber que mi gobierno es indiferente a ese sufrimiento sin hogar, porque hace casi nada al respecto.

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En este sentido y considerando las reflexiones vertidas, la pedagogía crítica señala puntalmente que, como docentes ajenos al fatalismo inmovilizante, debemos actuar y trabajar en proyectos educativos vinculantes con las problemáticas sociales que impactan en nuestra comunidad. Que nuestro compromiso social y pedagógico debe ser con los otros, los marginados, los ignorados por el sistema. Con los oprimidos, en suma. Algunas voces críticas al respecto, además de Paulo Freire, son las de los maestros Peter McLaren y Henry Giroux, quienes han denunciado al pulpo neoliberal, ente económico que se apodera de los bienes públicos, explotador de voluntades, sistema que favorece a unos cuantos en detrimento de la mayoría. Es, pues, el neoliberalismo, una maldición que nos ha sido legada, que prioriza el dinero y el capital por encima de la vida, que socava las buenas intenciones de los sistemas educativos, y que es responsable de la desigualdad que impera en México y el mundo. Por tanto, como educadores críticos, es imperioso que discutamos con los educandos en el aula estas y otras problemáticas, ya que no podemos cerrarnos a lo que acontece fuera de las aulas, al mundo de la calle, al de la colonia y la comunidad, y pretender que la vida en el salón de clases es una burbujita en donde nos podemos aislar de lo que sucede fuera de ella. La educación no puede seguir este rumbo. La educación no puede ser indiferente. ¡No podemos cegarnos a las necesidades de los otros(as)!

A veces, cuando estoy en videollamada con mis estudiantes, en la comodidad de mi hogar y ante la cámara y el micrófono de mi computadora, me acometen de pronto las imágenes, las caritas manchadas, las manitas extendidas, y los malabares del hambre. Vuelvo a recordar el horror de la canalización, el sonido de las voces mendingando. En ese preciso instante, me siento privilegiado y al mismo tiempo culpable. Y me viene entonces un sabor amargo a la boca, un como reflujo de emociones, es el sabor de la impotencia ante mi incapacidad para poder ayudarlos a todos.

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