En medio de la trifulca entre el extremo maximalista de sí regresar a las aulas en fecha automática y fatal –que se interpreta como “todos, en todas las escuelas simultáneamente, sin consideración ninguna”–, y el extremo contrario, con la negativa de “no, hasta que pase todo contagio y hasta que los niños pequeños estén vacunados (lo que aún es experimental)”, se pierde sensibilidad, propósito y orientación.
¿Por qué es importante volver? Por los derechos de niñas, niños y jóvenes. Por su derecho a la educación, claro está, pero también por sus derechos al libre desarrollo de la personalidad, al juego, a la vida libre de violencia y, no menos, por su derecho a la salud, que no sólo es epidemiológica, sino que también incluye la activación física y la salud socioemocional.
Las y los maestros tienen ante sí un reto histórico, monumental, y necesitan todo el apoyo, respeto y consideración de las familias, de la sociedad y de las autoridades. Quedó clarísimo su papel insustituible para el ejercicio del derecho a aprender de los millones de estudiantes. No sólo han sostenido a sus alumnos a distancia, sino que también fueron consuelo y orientación para las familias, especialmente para las madres.
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Es de elemental justicia que hayan recibido, como grupo prioritario, la vacunación. Hay que permanecer en vigilancia para que, en caso de ser necesario, se hagan los refuerzos a la inmunización. Estamos aguardando –y ya se tardaron, con todo y la retórica inflamada de las conferencias de gobierno– que se cambie realmente, en el texto, palabra por palabra, que la educación es actividad esencial en el país, en el Acuerdo del Consejo General de Salubridad que hoy, por sus características normativas, supera toda conferencia, boletín y hasta acuerdo secretarial en el Diario Oficial de la Federación. Ello obligaría, como mandato, no sólo a buscar alternativas para que no se clausure el servicio educativo en semáforo amarillo, sino también a que los fondos de emergencia para la actividad declarada esencial sean exigibles en tribunales.
Pero el aspecto que hoy quiero destacar es uno que ni la SEP ni las formaciones sindicales han abordado en serio, ni brindado la necesaria certeza: ¿qué pasa, en el escenario de apertura, con las y los docentes que presentan comorbilidades? ‘Comorbilidad’ se define como uno o varios trastornos que, asociados con una enfermedad, producen efectos adicionales, afecciones más severas. En el caso de los contagios por Covid-19, muchas condiciones preexistentes pueden agravar los síntomas, y con ello hacer más complicado el tratamiento y más difícil la recuperación.
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En resumidas cuentas, nuestro estado de salud general, y en especial la fortaleza del sistema inmunológico, son grandes predictores del curso que pueda tomar la infección por el virus; pero destacan, en México y el mundo, los riesgos incrementados por la presencia de diabetes, hipertensión arterial, obesidad, daño renal crónico.
Ante la perspectiva de abrir los planteles a actividades, es claro que debemos resguardar a los docentes con comorbilidades. Por eso, desde el ya lejano 2020 –así parece, después de este largo encierro– hemos insistido, y ahora lo reiteramos con toda energía, que se requiere alistar y ya poner en marcha un sistema de sustitución de docentes.
Muchas maestras y maestros presentan comorbilidades como las antes mencionadas. En dos, tres y hasta cuatro ocasiones se ha pedido que ellas y ellos, o sus directores y supervisores, informen de esta condición. Lo que urge, y hay que exigir a la SEP y a las autoridades estatales, es que ya ahora –no en semanas de ‘a ver qué pasa’– se tenga previsto que esos docentes van a permanecer en sus hogares.
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Es imperativo que, siendo los titulares de grupos y asignaturas, tengan ya designado un sustituto temporal, la persona que esté ante los reducidos grupos o ‘burbujas’ de alumnos con los que se puede empezar actividades presenciales. ¿Quiénes pueden realizar esa mediación? Una variedad de figuras educativas: los asesores técnico-pedagógicos, los normalistas de los últimos semestres, figuras del INEA y del Conafe; con una preparación honesta y atinada, pueden ser también becarios de Jóvenes Construyendo el Futuro, voluntarios de organizaciones comunitarias y de la sociedad civil.
Que no nos falte imaginación para cuidar a los maestros. No se resguardan con los poemas a su apostolado, sino con decisiones claras y valientes de política pública. No dejemos que los ninguneen: para que niñas y niños vuelvan bien, hay que cuidar a los maestros. Y exijamos que quienes deban resguardarse no sean víctimas de la mezquindad, que llega más lejos que cualquier virus.