Se ha cumplido ya el primer trimestre del nuevo ciclo escolar 2023-2024 y con él la aplicación de un nuevo modelo educativo impulsado por la actual administración federal. Como es de conocimiento público, en semanas previas y aún en los días recientes se suscitó una fuerte controversia sobre un elemento esencial del trabajo escolar y hasta hace unos años desvalorizado socialmente por unos y francamente olvidado por otros: el libro de texto gratuito. En los medios de comunicación, las redes sociales, las charlas de café o hasta en el transporte público o la fila de las tortillas, el tema de los nuevos libros fue la novedad; de repente surgieron expertos en didáctica, pedagogía, así como correctores de estilo. Todos opinaban y consideraban a la vez que su punto de vista es o era el correcto. Un hecho es innegable; esta administración tuvo el atino de despertar en la opinión publica el interés por un material educativo que, como se menciona al principio de esta colaboración, hasta hace unos años era prácticamente olvidado o menospreciado.
Ya el contenido y sus implicaciones de los nuevos libros de texto gratuito pertenecen a un siguiente plano de discusión.
Aunado a lo anterior, está en sí mismo en el centro del debate lo que se ha llamado la Nueva Escuela Mexicana. He aquí que se advierte el nombre de esta reflexión. Quien no considere que haya una clara línea ideológica política en el nuevo modelo educativo peca de ingenuidad. El cambio radical del concepto de formación por competencias a una enseñanza partiendo de la comunidad como eje creador del conocimiento tiene un contundente mensaje político enarbolado principalmente por los grupos y movimientos sociales identificados con la izquierda y más especialmente con quienes se les había considerado como disidentes o contrarios a la hasta hace poco tiempo hegemónica corriente del neoliberalismo, en todos los planos sociales. Un vector, quizá de los mas visibles o al menos controversiales de la NEM, es que una parte importante de la construcción del discurso educativo de la llamada 4T se basa esencialmente en eliminar todo aquello que tenga resabios o huellas de lo que el Presidente Andrés Manuel López Obrador comúnmente llama “neoliberalismo, conservadurismo, derecha conservadora, aspiracionismo, explotación, colonialismo” entre otros calificativos.
Y era de esperarse un cambio educativo de ese calibre viniendo de un grupo político y social que durante muchos años trabajó y luchó por alcanzar el poder público en nuestro país y que se repuso varias veces a la adversidad y el desprecio popular. La izquierda política y social en México tiene distintos y variopintos orígenes, que como es bien sabido, no tiende a una unidad unívoca o monolítica, sino más bien es un conjunto de corrientes, movimientos y tendencias que la hacen particularmente especial pero también compleja de entender. Este conglomerado encontró en el Presidente López Obrador al liderazgo natural que desde hace más de 30 años se ha mantenido en la palestra pública. Con ese antecedente, es comprensible que la izquierda en México haya tenido un crecimiento que nadie puede controvertir pues al final del día el neoliberalismo y sus propias contradicciones y límites, así como el hartazgo social por los excesos de dispendio de dinero público y la corrupción fueron dejando el espacio para que la hasta entonces oposición ocupara la escena protagónica teniendo allanado ya el camino para conquistar el poder publico.
Pero una cosa es perseguir el poder, otra conquistarlo y luego otra más es ejercerlo. Seres humanos al fin, las debilidades y pasiones parecieran ser los peores enemigos de los políticos de cualquier color o ideología. Ello sería más compatible y hasta permisible si fuéramos un pueblo que se gobernara según el criterio de una persona. Justamente por eso el pensamiento social transitó hacia lo que algunos llaman pomposamente el “estado de derecho”, es decir, no puede haber pasiones desatadas en el ejercicio de la autoridad porque entonces cada uno y cada cual tendría su propia visión y concepción de lo que es el poder. De ahí que la misma sociedad tenga que poner límites a las personas para que estas a su vez no dañen a las instituciones y viceversa.
Por eso es que se crean leyes, se organizan instituciones y se retoman distintas formas de hacer gobierno precisamente para que la colectividad se dé a ella misma sus propias formas de gobernar. El problema es que en la vida real los grupos políticos, convertidos por transmutación en grupos de poder, no van a dejar de imponer sus propias concepciones y tendencias para avasallar al “otro”. Quizás en este punto tenga más vigencia que nunca aquella tesis del inglés Thomas Carlyle, que establece que la historia del mundo es la historia de sus grandes hombres. Los vencedores imponen su visión a los perdedores. Aquí podría haber quienes perdonen lo anterior alegando que uno de los contendientes nunca había ejercido el poder, pero precisamente por sufrir el agravio, no tendrían la potestad de volver a reproducirlo porque se entiende que no van a repetir aquello que tanto habían criticado.
En las escuelas de México, cada día chocan dos trenes, uno, con una carga del logro del aprendizaje por medio o a través de la comunidad y el otro, con las marcas del modelo por competencias y el logro de estándares internacionales. Uno, con postulantes que claramente pertenecen a una tendencia ideológica que tienen mucha experiencia en la lucha política sindical y el otro, con especialistas y “expertos” que bien a bien no han terminado de aterrizar en el plano didáctico muchos de sus planteamientos como para darle fuerza a la tesis de que la educación por competencias es la mejor opción para nuestro país. Mientras se dirime esta controversia, maestros y alumnos son presa del temor, la incertidumbre, el pánico y hasta la desidia; entre escuelas que quieren que los maestros enseñen a leer desde preescolar hasta instituciones donde no hay el más mínimo rigor de organización; con directivos que exigen planificaciones y productos terminados, como si la tarea educativa fuera maquilar. Y eso es solo una parte. Seguramente habrá peores casos.
De ambas concepciones, veo personalmente y en los hechos un profundo vacío metodológico que sustente las rutas de pensamiento. Pensar en una escuela que se preocupa por las problemáticas sociales de su entorno tiene mucho valor y trascendencia, pero lo tendría mucho más quizás si pensáramos en tratar de entender que los niños no aprenden todos al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias. Lógica y científicamente 2×4 son 8 acá y en cualquier otro país… ¿por qué entonces nos cuesta tanto trabajo aprender a manejar el pensamiento lógico-matemático? Esta ausencia de metodología (que no es nueva ni atribuible exclusivamente a la NEM) termina por llevarnos hacia un callejón sin salida donde usualmente transitan muchos maestros, el de mecanizar tareas y atender las presiones (sociedad, padres de familia) porque socialmente es lo “correcto”. Necesitamos ser resilientes y reponernos a estas adversidades y retos si queremos salir avantes de la NEM y sus propósitos para el futuro inmediato y lejano.