En vísperas de elecciones intermedias somos testigos de las mismas prácticas canívalescas que se desviven con el afán de traer adeptos a las filas de un grupo igual o más viciado que el expuesto en turno; la intención explicita es convertir a los ciudadanos en meros “zombies” con menos capacidad de razonamiento que incluso los de la serie The Walking Dead. Algo así como personas sobrevivientes solo por instintos básicos.
En ésta ocasión, haciendo a un lado el clientelismo popular y tradicional que por supuesto ya sabemos cómo opera; tenemos la novedad de que los Profesores somos el botín de guerra (de la guerra electoral-criminal). Ese preciado tesoro que reclaman hoy los multicolores partidos políticos.
En efecto estamos en el ojo del huracán siempre; ayer por flojos, por brutos, por haraganes, por violentos, por todo cuanto se necesite. Y más hoy lo estamos por ser un grupo de obreros al servicio del pueblo. Hoy estamos parados en el escenario bajo la luz de los reflectores, importamos, somos humanos, “próceres de la educación “que vivimos bajo el manto protector del gobierno que no ha hecho otra cosa más que comprendernos y ayudarnos…” (hipocresía con olor a traición).
Estamos indefensos en medio de la nada, esperando ser arrebatados por los menos corruptos; aunque esto último sea difícil de comprobar a pesar de las cínicas evidencias.
Estos días previos a las elecciones me recuerdan mucho a la lisonja que uso el zorro para convencer al cuervo de que era de bello canto, solo para robarle el queso; esa fábula es un reflejo exacto de la intención que hay hacia los maestros: Robarles el voto y luego como siempre, abandonarlos a su suerte.
Y concluyo para estos fines con la misma moraleja usada en la citada fábula de Félix María Samaniego del libro de texto de quinto grado… “Quien oye aduladores nunca espere otro premio”.
No más oro, por espejitos.