En mis años de maestro rural he conocido a muchos jóvenes de pequeñas comunidades que aspiran a tener una vida digna, muchos de ellos han sobrevivido gracias a la astucia y tenacidad de sus padres que a través de múltiples ocupaciones han conseguido darles alimentación y vestimenta. Algunos de estos jóvenes no han visto en mucho tiempo a su padre y en algunos casos a su madre, puesto que llevan años en el gabacho como ellos llaman a los estados unidos. Muchos de ellos no desayunan más que pozol y en ocasiones ni eso. Sin embargo, nunca los escuché quejarse, solamente he escuchado decir que la cosa esta cada vez más difícil. Los días que no hay clases los llevan al campo a revisar los cultivos de maíz, chile, frijol o lo que sea que haya tocado sembrar. Si la familia depende de las cosechas, las ausencias serán constantes y por periodos largos.
A partir de su realidad inmediata, ellos empiezan a formarse una idea de las cosas, del bien y del mal, de lo difícil que es trabajar el campo, de lo difícil que es conseguir dinero y lo duro que es conseguir para comer, nunca los vi tristes por dicha situación, convivir con sus compañeros, tener un espacio donde jugar futbol, donde hacer juegos al aire libre y tomar agua de la llave y terminar casi bañados tratando de mitigar el calor incesante, es una sensación indescriptible para quien no lo ha experimentado, pero de lo más natural y gratificante para ellos y para quienes nos sumamos momentáneamente a nuestras comunidades rurales.
Visto desde fuera, pareciera que la vida de estas familias alejadas de las grandes urbes fueran desdichadas, lo cierto es que su propia percepción, no tiene la mirada viciada de alguien que ha vivido o vive en una ciudad. Una hamaca, un techo, unos elotes hervidos, unos frijoles a la leña, unas tortillas a mano, un caldo de pavo de monte, una carne asada de tepe o jabalí, un caldo de hierba mora, un huevito con chaya, un tamal de chipilín o cualquier fruto silvestre, son lujos que de vez en cuando la madre naturaleza les regala, como si fuera una especie de compensación por los días en que no hay nada más que pozol. Cierto, son felices con poco, pero lo poco es cada vez menos.
Muchas veces en pláticas con quienes han sido mis alumnos, me llegaron a confesar que querían seguir estudiando más allá del bachillerato, cosa que veían difícil, el lugar más cercano en donde hay una universidad o institución de nivel superior está a 2 horas y media, poder conseguir un lugar donde quedarse y el costo que esto tiene dificultan mucho esa posibilidad. En esa situación se cuentan alrededor de 400 o más alumnos de las comunidades de esa región, y como esa región muchas más en el estado, y ni se diga en el país. He leído comentarios acerca de que en México no prospera el que no quiere, esto es falso. En México no todos arrancamos del mismo lugar, la meta está fijada, pero el inicio de donde arrancamos para poder llegar es infinitamente distinto en muchas ocasiones, los rezagos económicos de una inmensa población, pone a nuestra juventud rural en condiciones difíciles de contrarrestar, suponiendo que fuera un maratón, es uno al que muchos no llegan siquiera a la salida.
El estado mexicano poco o casi nada ha hecho para garantizar que estos jóvenes puedan acceder a estudios de nivel superior y con ello tengan un poco más de posibilidades de mejorar su condición. Hoy que el presidente de la república ha destinado becas para los jóvenes estudiantes, y elevado a rango constitucional el que la educación superior sea gratuita, ha sido duramente criticado, para quienes nos ha tocado ver de cerca las carencias y las ganas de estudiar de los jóvenes en poblaciones alejadas, este tipo de decisiones pueden ser la diferencia entre conseguir acceso a mejores condiciones de vida o condenarlos y perpetuar con ello, años de marginación.
Desmantelar un sistema que por mucho tiempo ha servido a grupos que se han enriquecido del dinero público a costillas del pueblo, es una tarea difícil, pero debe de hacerse, es evidente que se han tocado intereses poderosos, mismos que están dispuestos a todo con tal de no perder privilegios, la percepción de caos y alarmismo que dichos grupos han creado, no deben de detener el apoyo a quienes más lo necesitan. Garantizar el acceso a la educación en todos sus niveles y hacerlo con apoyos económicos puede hacer la diferencia entre salir adelante y mejorar la calidad de vida o perpetuar décadas de marginación. Es tiempo de empezar a saldar la deuda histórica con nuestra juventud más necesitada.
Soy Jorge Isaac Alvarado Alcocer. Desde el aula.