Estos días nos tienen con un descanso relativo en el sector educativo. Las y los alumnos tienen vacaciones y, como pueden, las familias buscan alguna actividad que enriquezca la convivencia y que, de ser posible, ponga a los chicos en contacto con otras oportunidades de aprendizaje y recreación. Las y los maestros descansan, merecidamente, a la vez que siguen inquietos por el escueto referente que brinda la guía del Consejo Técnico intensivo, con actividades interesantes pero sin que quede bien claro ni la estrategia sólida con la que se debe abordar el aspecto socioemocional, ni tampoco se despejen las interrogantes sobre el diseño pedagógico para los aprendizajes: habrá valoración diagnóstica, y se indica un periodo extraordinario de recuperación, pero en las opciones formativas lo que hay son cursos en línea.
El cambio en los semáforos y la aceleración tanto de la vacunación como de los contagios genera inquietud, y con razón. En los sondeos de los medios de comunicación aparecen dos constantes: el reconocimiento de que no hay sustituto real a la presencia en la escuela, y la preocupación por la bioseguridad. La respuesta requiere de sensatez, responsabilidad y matiz: no todas las escuelas, hoy a finales de julio, están listas para recibir escalonadamente a los alumnos; no están socializados y acordados los protocolos y el escalonamiento; nos falta solidez para saber cómo sí se puede regresar. Ahora que hay tiempo, urge la acción.
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En este día están reunidas las autoridades de educación de los estados de la República y los funcionarios de la SEP. Está ya listo el acuerdo de SIPINNA que debe convocar, como fue la decisión de los miembros del Sistema, a los trabajos de una comisión emergente para el regreso, con el mandato de propiciar un proceso que ponga los derechos de niñas, niños y adolescentes en primer lugar. Y hay buenas prácticas de regreso exitoso de las cuales podemos aprender: no sólo la importancia de hacer ‘burbujas’ o pequeños equipos de alumnos, como en Dinamarca; reconocer la importancia de las pruebas aleatorias y el control de saturación de CO2 en los espacios, como se hizo en Reino Unido; la certificación, escuela por escuela, que se está haciendo en Bogotá. También hay que voltear a ver las experiencias que hay en la estrategia de Jalisco y su uso de la tecnología digital, las aperturas de los Centros Comunitarios de aprendizaje en Sinaloa, que superaron la mera consulta y sí implican participación, el logro de los centros escolares en Torreón o el ejemplar logro de las escuelas municipales de San Luis Potosí capital.
Ahora que hay tiempo, hay que estar atentos a la preparación que están propiciando, en colaboración con la sociedad civil y los esfuerzos filantrópicos, las autoridades de Ciudad de México y las entrantes de Nuevo León. Hay mucho que aprender de lo que se está haciendo en los talleres para la remediación de aprendizajes no logrados con los maestros de Tabasco y Veracruz. Estas tienen que ser semanas de intenso replanteamiento, de innovación, de no dejarse vencer por la inercia, la desidia, la respuesta genérica de “no hay condiciones”.
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Es momento de consolidar protocolos de regreso actualizados, basados en la evidencia. Preocupa que todavía la última versión –junio de 2021– de la guía de la SEP, no tenga los ajustes para plantear algo distinto al cierre total del plantel con dos casos confirmados, o que –contra toda evidencia– se recomiende que la “ingesta de alimentos” (el lunch) se haga dentro del salón. ¿En serio? ¿Todos los estudiantes quitándose el cubrebocas al mismo tiempo dentro del mismo salón en el que han estado ya por horas, habiendo los espacios abiertos? O que, tal vez lo más grave (páginas 62 y 63) se recomiende la elaboración de “cubrebocas casero” con una tela de algodón, sin ninguna consideración de que, para ser barrera efectiva, se requiere de capas cruzadas y que la trama del lienzo no sirve de filtro ante un virus. La misma guía es confusa con la voluntariedad o no de la asistencia de las y los maestros, y no hay ninguna indicación sobre las necesarias sustituciones para docentes con comorbilidad (que podría establecerse con los asesores técnico pedagógicos, los jóvenes de los últimos años de las Normales, otros agentes educativos).
Ahora que hay tiempo, es crucial también mirar la inversión. La educación no es, en el sentido profundo, gasto. Es inversión. Inversión en derechos. También tiene su dividendo, y grande, en desarrollo económico futuro. Pero eso palidece delante de los derechos humanos en el presente. Todas las declaratorias, oficiales y oficiosas, indican que la educación es prioridad. Pero no hay recursos frescos y adicionales. Aquí está la verdadera energía del país. ¿Por qué la inversión nacional se va a empresas que se desfondan y no generan adecuadamente energía física, y se maltrata el sector crucial de la energía cívica y humana? Ahora que hay tiempo, urge que todos los llamados oficiales a volver pongan los recursos que se necesitan. La escuela se pone de pie y se abre con voluntad, con inversión, no con discursos.