Analizar la formación docente es un asunto que involucra no solamente lo profesional, sino también lo personal. La docencia es una forma de vida en la que no se puede separar la profesión de lo que una es. Descubres la vocación, luego aprendes a ser maestra o maestro y a nunca dejar de serlo. En este sentido, abordar el tema significa pensar desde la profundidad qué significa ser docente.
En este insólito contexto de crisis y cambio inesperado, vivido durante el tiempo de pandemia, me he preguntado qué es lo fundamental en el proceso de formación docente, considerando especialmente los saberes profesionales que hicieron posible la educación a pesar de todo. En este periodo documentamos prácticas docentes y directivas que denotan un alto sentido del deber, vocación, creatividad, empatía, solidaridad y capacidad de gestión escolar y pedagógica; se hicieron posibles innumerables formas de enseñar y aprender, e incluso hubo actos heroicos, osados, de docentes y directivos que llegaron hasta las comunidades más alejadas, donde no existían los medios tecnológicos ni la conectividad para continuar el servicio educativo.
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Antes de la pandemia, en talleres y conferencias dictadas en escuelas normales, preguntaba a las y los jóvenes normalistas si era necesaria la escuela y por qué. Las respuestas fluían, en su mayoría a favor de la escuela. Recuerdo a una joven normalista, de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de Sonora, que con contundencia me respondió que la escuela era necesaria porque en ella se daba el aprendizaje social, especialmente para niños con pocos o ningún hermano. Eso sucedió días antes de que se declarara la alerta por la pandemia. Ahora, el argumento que expresó esta joven es compartido por la sociedad y se reitera que la escuela es la institución donde se favo- rece este aprendizaje. La formación docente tendría que responder a ese sentido de trascendencia, a esa urgencia de focalizar lo más importante: la formación del ser humano.
Desde la perspectiva de los pilares de la educación que presenta la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) —saber ser, saber hacer, saber conocer y saber convivir— y de la educación para el desarrollo sostenible, destaco primordialmente el saber ser, porque allí se localiza el sentido de la profesión docente. Debe quedar claro por qué y para qué educar: la formación docente habrá de privilegiar el saber ser y el desarrollo de los saberes que identifican al docente como un profesional que toca vidas, pone en práctica valores y apoya el desarrollo integral de las y los estudiantes, y de la comunidad escolar.
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Esta forma de abordar la formación docente responde a las bases que sostienen y dan sentido a la profesión y a la educación. Se trata de un proceso donde se aprende a ser maestro con un enfoque más humano, solidario y de justicia social; con la capacidad para reconocerse y reconocer las fortalezas y áreas de oportunidad que cada etapa de la vida profesional presenta. Más aún: es un proceso que, al vivirse en colectivo, trasciende lo individual y da vida a las comunidades de profesionales de la educación. Solamente falta que el Sistema Educativo Nacional lo reconozca y coadyuve con un liderazgo colaborativo, en el cual las y los docentes que asumen su profesión con un alto nivel de compromiso no decaigan; y quienes requieren motivación y acompañamiento más cercano, sean ubicados y apoyados con la firme creencia en que es posible la mejora continua.
Editorial publicado en el boletín #8 ‘Educación en Movimiento‘ de MEJOREDU.