Se ve, con todo y las dificultades, la luz al final del túnel. Va cediendo el ritmo de los contagios, avanza la vacunación, se regularizan las condiciones de los transportes, los servicios, los trabajos.
Decisiones sobre el cierre prolongado de las aulas, que fueron en su momento consideradas como casi dogmas, verdades inamovibles, son hoy los mismos funcionarios quienes comienzan a ponerles matiz, excepciones y flexibilidad. Se dijo recientemente que no siempre se necesita semáforo verde para iniciar actividades. Se reconoce que los centros escolares, en la evidencia alrededor del mundo, no son espacios que se caractericen por alto riesgo. Se plantea que la aparición de un caso no tiene que implicar cierre total y generalizado, que mande de vuelta a todos los estudiantes a su casa.
Conforme amplíe la apertura, conoceremos mejor el avance de las primeras experiencias -como la de Campeche, y antes la de Jalisco- y habrá menos conjeturas y más evidencia de qué funciona mejor, qué requiere de mayor cuidado y anticipación, qué prevenciones son en la práctica excesivas, y cuáles en cambio hay que reforzar. Re-aprender para aprender. Hay que reaprender cómo se abre una escuela, para que niñas y niños puedan retomar el aprendizaje que se atoró o se pospuso, y también ponerle mayor solidez y alcance al que ya se logró en las condiciones adversas. Cada escuela que se abra, cada sesión presencial es un paso adelante, con tal de que sea cuidadoso.
Estemos conscientes de la gradualidad del asunto: en el corte que presentó la titular de la SEP el 1º de junio, reportó abiertas 3 mil 334 escuelas. Apenas un poco más de 1.35 por ciento de los planteles del país. Han acudido, en el dato oficial, menos de medio millón de estudiantes; el universo, si los hallamos y reconectamos a todas y todos, abarca 30 millones de niñas, niños y jóvenes. Así que vamos al pasito; no está mal, si esto en realidad es el piloto que por tantos meses se pospuso, y que hoy, aunque se anuncie como universal, en la realidad es acotado.
¿Qué pasa con las familias? Si para algún grupo se hicieron evidentes las limitaciones del aprendizaje a distancia, ha sido para las familias de México. No les cuentan, lo vivieron: saben a dónde sí y a dónde no llegó la señal digital de Aprende en Casa, y qué tanto fue útil la estrategia central del gobierno federal para el cierre de aulas que aún sigue su curso. Las familias saben qué tan frecuente fue la interacción entre sus hijas e hijos, y las y los docentes de la escuela. Saben en qué casos, allá en agosto de 2020, el paso a primer año de primaria, o el inicio en la secundaria, fue una transición fluida y acompañada o, por el contrario, un momento crítico de desorientación, con maestros nuevos y arreglos en los que se sintieron perdidos o ajenos. Saben a dónde sí hubo visita domiciliaria, en dónde sí les dieron oportunidad de apoyo psicológico o alimentario, a dónde sí llegaron los apoyos previstos de útiles o de ropa y calzado.
En el estudio Equidad y Regreso, del cual presentamos los primeros hallazgos la semana pasada, lo registramos. Las familias nos dijeron que sólo en 6.6 por ciento de los casos la televisión fue el medio de aprendizaje; 21 por ciento usaron las plataformas de internet, y 61 por ciento resolvieron la interacción del curso con WhatsApp. Considerando que 75 por ciento de los adultos del hogar tienen secundaria terminada o menos, en 44 por ciento de los casos reconocieron que su propia falta de preparación les impidió apoyar como hubieran querido a las y los estudiantes.
También ahora saben qué escuelas sí les convocaron para que expresaran su acuerdo o desacuerdo con volver, o para integrarse a los equipos que están haciendo limpieza y reparaciones para alistar los planteles. En qué estados, niveles, modalidades y escuelas sí les da confianza el filtro sanitario, y las recomendaciones de cubrebocas, y los buenos cálculos de cómo se puede dar el escalonamiento para llegar a la escuela, y en dónde lo saben mal e incompleto porque la información sólo está en los noticieros de televisión.
Con ello, o a pesar a ello, es impactante cómo han salido adelante. “Salir adelante” es una expresión típica de nuestra gente, y encierra profunda sabiduría y esperanza. Aunque resultara en pleonasmo, el adverbio sería “salir afuera”; pero en México decimos “salir adelante” porque el atasco, la limitación, la dificultad inicial se vive y se describe como encierro, y por ello se “sale” de lo que nos lastra o retiene. Y el “adelante” tiene un sentido dinámico: se sale con dirección, se sale a algo más, a algo mejor, a algo más elevado. Estamos saliendo del encierro, y las familias lo han hecho adelante. Si ya llevaron la carga, exijamos que ya nunca las vuelvan a dejar fuera de las decisiones.