En las últimas semanas se han multiplicado comentarios acerca de la propuesta de cambio a planes y programas de estudio, pomposamente referido como “cambio de modelo”. Es una diversión, en el sentido etimológico de la palabra: que algo, en lugar de verterse en el cauce que le es propio, se vaya por otro lado. Es divertido, pero no es chistoso, mostrar que se pueden acumular muchos adjetivos –para eso sirven, al parecer, algunos doctorados en filología– sin atender a nada de lo sustancial. Desviar la atención, cambiar el curso de la conversación, ofuscar para evitar la exigencia de resultados; eso es lo que ha pasado. Muy paralelo a los carteristas: mientras nos desvalijan, llaman la atención a un falso y abstracto peligro, gritando “¡agarren al ladrón!”.
Y duele. Duele que académicos e interesados en educación salgan a declarar sobre programas inexistentes, incluso con tropezones de imprecisión como que se acaban los grados escolares –falso– o que se propone no tener evaluación, falso también. No se defiende la buena causa con malos datos, ni se supera un grupo de prejuicios con los prejuicios contrarios. Mucho compartimos, según la visión pedagógica más avanzada en el mundo, que la dimensión comunitaria de la escuela y la educación debe dejar atrás los excesos de una visión en la que se considera que los alumnos son mentes vacías, asociales e incorpóreas; que es fundamental un enfoque colaborativo, distinto a aquel en el cual los compañeros son competidores y adversarios.
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Con elementos objetivos, el escueto, aunque verboso, texto del Marco Curricular no es el coco que se pinta en el horror de “ahora sí van a acabar con la educación en México”. Duele que se gaste tanta energía en ello, y que en cambio haya ausencia de repudio social a los despojos concretos. Por ejemplo, al desprecio y violencia que representan los recortes en el Presupuesto en los rubros de formación docente, o en programas para población indígena, o en la inversión para educación inicial, o en los servicios y apoyos educativos para personas con discapacidad.
La provocación ha tenido cierto éxito: lo que no logró como indignación colectiva y mediática la trama de funcionarios de Hacienda y de Administración y Finanzas de la SEP, dejando de golpe a cientos de miles de alumnos sin comida, lo logran en Materiales Educativos con piruetas retóricas. La denuncia al desvalijamiento de jornada completa, que debe ser severo, vigilante y dolido, aflora aquí y allá, pero se olvida rápido. El extrañamiento firme por el atentado contra la justicia, contra la ley, contra un elemental sentido del honor y del deber, se queda sin ancho de banda por estar dándole el proyector a las engoladas declamaciones del funcionario divertidor.
Para decirlo sencillo: va contra toda sensatez, es una falta de empatía, de responsabilidad y de honestidad proponer un cambio a planes y programas apenas saliendo de un encierro violento y desastroso para el desarrollo de la mayoría de niñas y niños en el país. La SEP falló gravemente: ni se preparó cuando había cierto margen de anticipación al encierro pandémico ni dio alternativas para activar el ahora celebrado vínculo entre familias y maestros. Persistió, en su sordera elegida, en continuar una estrategia equivocada con “Aprende en Casa”, de la que sigue todavía sin reconocer que hubo esfuerzo, pero no resultados adecuados. La SEP también se entrampó con la cerrazón revanchista de MEJOREDU para no tener evaluaciones sencillas y útiles, y pasó la carga de la prueba a los abandonados y ninguneados docentes para identificar las áreas que requieren fortalecimiento. Tenemos un boquete en el casco tamaño Titanic, y la discusión sigue siendo de qué color pintamos lo que queda de la cubierta, sin hacer lo urgente para que no se hunda el barco.
Usando y abusando de la buena voluntad de los maestros, con convocatorias chapuceras y oportunistas (a la sociedad civil, me consta, nos llegó la invitación 48 horas antes, la sede a hora y media de distancia por carretera), se realizaron asambleas y se han abierto ligas para “aportarle” a un marco curricular que está simpático –lástima de vocero– del que no se prevé su costo en sobrecarga administrativa para las escuelas (que estarán implementando cuatro planes de estudio diferentes al mismo tiempo, en los diversos grados escolares) y con libros que además de diseño apresurado, no parten de una auténtica ponderación y corrección de los anteriores. El régimen está en plan resentido: quiere pergeñar con picahielo, en el monumento de la nación que son los libros y planes y programas, su vandálica leyenda “aquí estuve yo”. Pienso que hay que criticar con contrapropuesta, pero sobre todo exigir que cumplan lo urgente, desde jornada completa hasta pago de maestros. No reactivos, sino proactivos: no se dejen provocar, pues los suspiros de las buenas conciencias no alcanzan para contener los desajustes emocionales, revertir la pérdida de aprendizaje o recuperar los fondos para alimentación en las escuelas que afectan a millones de niñas y niños.