PISA, una prueba que divide: polariza

¿Se evalúa para reflexionar, conocer y actuar en consecuencia o se evalúa para clasificar, enjuiciar y, lo más grave, atacar?
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¿Alguien esperaba que nuestro país obtuviera mejores resultados de los que había obtenido años atrás en la prueba del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes mejor conocida como PISA? Pregunto esto, desde luego, sin el ánimo de ser pesimista y, mucho menos desvalorizando la capacidad e intelecto de cada estudiante y/o docente que es parte de nuestro intricado Sistema Educativo Nacional (SEN). De hecho, pienso que era de esperarse que nuestro país y otros en todo el mundo obtendría estos resultados. La razón de tal afirmación radica en las consecuencias de la pandemia que todos los seres humanos vivimos por la rápida propagación del SarCoV-2 hace apenas unos años.

Entonces, si era de esperarse que los resultados no serían tan halagadores en este año, ¿por qué tanto encono, división o polarización se observó (y aún se sigue observando) en diversos sectores de la sociedad y, principalmente, en académicos de nuestro territorio mexicano?, ¿será que tal prueba y sus resultados cuyas finalidades son las de medir e informar sobre las habilidades de los estudiantes evaluados en lectura, matemáticas y ciencias se emplea con fines estrictamente políticos e ideológicos de acuerdo a la posición en la que quien hace la interpretación se encuentre colocado?, ¿para qué evaluar entonces? Esta última pregunta, indistintamente, me llevó a trasladarme a los cuestionamientos que son básicos responder cuando de evaluación educativa estamos hablando, y que pienso que también los conocen quienes tienen un vínculo con el ámbito educativo y que han venido realizando diversas interpretaciones: qué evaluar, por qué evaluar y para qué evaluar.

Es innegable que, durante la pandemia, las y los estudiantes aprendieron algo, de ahí que sería fundamental preguntarse qué aprendieron los niños y de qué manera podría ser evaluado eso que aprendieron, pero no mediante un examen que considera “medir” las habilidades de los estudiantes. Yo me quedó pensando, por ejemplo, en lo que durante los meses que duró la contingencia sanitaria se estuvo dialogando en diversas latitudes: las evidentes afectaciones socioemocionales y el impacto que éstas tuvieron no solo en los aprendizajes que puedes ser “medibles” sino en el desarrollo integral de las niñas, niños y adolescentes (NNA), vaya, de todos los seres humanos que transitamos esa difícil etapa pandémica. Entonces, ¿es prioritario “medir” la comprensión lectora para determinar el “rendimiento” de una persona o será necesario repensar esta “medición” que solo lleva a clasificar a los sujetos entre quienes sí cumplen con un criterio y quienes no lo cumplen? En sentido estricto: qué queremos evaluar entonces.

La pregunta anterior, nos lleva a preguntarnos por qué debemos o deberíamos evaluar en el terreno educativo. Este cuestionamiento, complejo como lo es, me parece que nos llevaría a otros, por ejemplo: ¿se evalúa porque se considera un elemento relevante que permite reflexionar el proceso de aprendizaje y de enseñanza y la toma de decisiones de alumnos, docentes, padres de familia, autoridades educativas, entre otros, o se evalúa porque se tiene que rendir cuentas a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)? Una pregunta interesante que se desprende de lo que hace días observé cuando se dieron a conocer los resultados de la evaluación referida.

Pareciera ser que varios investigadores, académicos, intelectuales, profesionales en otros campos de conocimiento, medios de comunicación y quien sabe cuántos etcéteras más, se preocuparon más por el ranking internacional y los números que aparecieron en unas tablas que, curiosamente, clasificaba implícitamente a los países entre “buenos y malos” en razón del puntaje obtenido, en lugar de preocuparse por ese sencillo cuestionamiento: ¿por qué es necesario evaluar?, y yo agregaría, ¿quién consideraría necesario evaluar en el proceso educativo?, ¿una organización mundial, un investigador que se encuentra en un centro de investigación, un funcionario público, un presidente de un país o el docente de manera conjunta con su alumno? Esta última idea me lleva a otra pregunta, ¿se han preguntado en nuestro país por qué evalúa un docente? Sería interesante formular este cuestionamiento cuya respuesta podría verse reflejado en la siguiente frase: porque me lo pide el Sistema. En sentido estricto volvería a preguntar: por qué evaluar entonces.

Como parece obvio, el tercer cuestionamiento tiene un cúmulo de aristas interesantes; me concentraré en las que, desde mi perspectiva son las más relevantes. Parto de una pregunta: ¿se evalúa para reflexionar, conocer y actuar en consecuencia o se evalúa para clasificar, enjuiciar y, lo más grave, atacar? Desde mi perspectiva, como docente frente a grupo, pienso que es absolutamente necesaria la evaluación de los procesos formativos de los estudiantes, porque dicha evaluación me permite no solo tomar decisiones en razón de lo que pide un Sistema, sino de lo que implica ese proceso formativo en mi inmediatez, no en términos cuantitativos sino cualitativos, para que mis alumnos se desarrollen de la mejor manera posible en todos los ámbitos de su persona y no para aprobar un examen o para cumplir con una obligación, repito, del Sistema.

Reconozco entonces, que en esa evaluación influyen una cantidad importante de factores que favorecen, limitan o detienen el proceso formativo. De hecho, subjetiva como lo es, también esa evaluación se ve permeada por mis propios referentes teóricos, conceptuales, metodológicos o empíricos que, indistintamente, me llevan a tomar decisiones de manera individual o colectiva (con mis alumnos o profesores de la misma escuela). Entonces, como ya pudo observarse, si este proceso es complejo, ¿cómo se espera que una prueba o examen sea la que determine si “x” o “y” alumno está aprendiendo lo que debe aprender de acuerdo a un criterio que intenta “medir” a todos por igual?

Repito, no es que piense y considere que una evaluación no sea necesaria, lo que estoy diciendo es que habría que preguntarse qué pretende, por ejemplo, la OCDE con esta evaluación y, en el caso concreto de nuestro país, para qué se está empleando, sobre todo cuando estamos hablando de sus resultados. ¡Falta que culpen a los maestros y no se considere la grave afectación que han tenido las reformas educativas sexenales y la consecuencia implementación de sus planes de estudio, libros de texto, materiales educativos, etc.!

Con negritas:

Pienso que la OCDE no es una organización perfecta, sin embargo, establece un programa buscando, tal vez, brindar información de los sistemas a través de sus pruebas estandarizadas aplicadas a los estudiantes de cierto rango de edad, hecho que tiende a una inmediata clasificación resultado de una visión interpretativa; se ha preguntado entonces: ¿quién evalúa-mide a la OCDE y cuál sería la interpretación que podrían dársele a los resultados?

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