Hay que tener cuidado con lo que se pide, no vaya a ser que se conceda. Eso les pasó a muchos maestros y maestras el viernes 20 de agosto cuando apareció en el Diario Oficial de la Federación el Acuerdo número 23/08/21 por el que se establecen diversas disposiciones para el desarrollo del ciclo escolar 2021-2022 y reanudar las actividades del servicio público educativo de forma presencial, responsable y ordenaday dar cumplimiento a los planes y programas de estudio de educación básica (preescolar, primaria y secundaria), normal y demás para la formación de maestros de educación básica aplicables a toda la República, al igual que aquellos planes y programas de estudio de los tipos medio superior y superior que la Secretaría de Educación Pública haya emitido, así como aquellos particulares con autorización o reconocimiento de validez oficial de estudios, en beneficio de las y los educandos(ya pueden respirar,así de largo es el título).
¿Querían una disposición que ordenara el regreso a clases presenciales llueve, truene o relampaguee el 30 de agosto? Pues ahí está, tal cual; ya, sin dobleces, sin interpretaciones o malentendidos porque Delfina decía algo y el presidente no sabía o no lo había aprobado. Todo eso, presuntamente, ya se acabó. Ahora ahí están los lineamientos, en blanco y negro, además publicados en el Diario Oficial de la Federación, por la tanto norma obligatoria.
Claro, sería un error suponer que todo se resuelve en un Acuerdo. En realidad, solo es la pieza jurídico-administrativa de una decisión política que desde hace bastante tiempo fue tomada; los primeros que saben que con eso no es suficiente, son los funcionarios medios y los políticos de la SEP. Por eso han lanzado campañas de prensa, en las redes sociales y por supuesto abajo, con la operación hormiga a la que siempre se recurre en estos casos y realizan diligentemente las direcciones operativas, los supervisores, jefes de zona y también algunos directores y subdirectores de las escuelas. Hay muchas denuncias y evidencias sobre eso. Nos detendremos en una, que conocemos muy bien.
[quads id=1]
El diálogo de la supervisora y la directora
Esto ocurrió en una escuela de la Ciudad de México donde los directivos escolares, los y las maestras, decidieron no regresar a clases presenciales mientras dure la tercera ola y la SEP no se haga responsable de dotar los instrumentos elementales para la bioseguridad. La supervisora llamó a la directora de la escuela quien explicó las circunstancias de la decisión. La supervisora la encaró: “Como que no regresan porque no tienen termómetros. ¿Por qué no los compraste? A lo que la maestra X contestó: “No gano tanto dinero, ni yo ni los maestros, para que nos hagamos cargo de los materiales escolares también ahora, dentro de la escuela”. La supervisora, que no podía ya ocultar su ira, contestó: “Pues busca patrocinadores. ¿No lo sabes hacer?, pero de que regresan el 30, regresan. Si no, ya saben, a los tres días les levanto acta por abandono de empleo”.
Peña, AMLO y la responsabilidad magisterial en la catástrofe educativa
Todas las maestras y maestros conocen o han vivido historias como estas. Son el pan nuestro de cada día, suceden y se replican en muchos lugares de la república, con sus particularidades, desde luego. Se trata de lo que llamamos desde el 2 de junio la OPERACIÓN REGRESO A CLASES PRESENCIALES ‘Escalonado, gradual y voluntario? ; un operativo en toda la regla, siguiendo los cánones de una forma de gobernar que procede de manera muy similar a la de las guerras posmodernas. Por cierto, así operó Peña Nieto la reforma educativa de 2013; así procede la 4T:
- Construir la percepción de la catástrofe educativa;
- Escandalizar por la violencia doméstica causada por las clases en línea ;
- Llamar la atención sobre los embarazos adolescentes;
- Insistir en los problemas socioemocionales del encierro;
- Atiborrar de datos sobre el abandono escolar ;
- Condolerse por la ausencia de socialización escolar;
- Vociferar sobre el aumento de suicidos en adolescentes causados por las clases remotas;
- Inundar de hipérboles los mensajes: “catástrofe educativa”, “generación perdida”, “atraso irreversible en los aprendizajes esperados”
A partir de todo esto esto, y de la retórica al caso, como “el interés superior de los niños”, “el reconocimiento a los y las maestras”, y demás frases rimbombantes, se motiva la decisión del regreso a clases. En buena lógica, el regreso a clases presenciales entonces sería un bálsamo para la violencia doméstica, los aprendizajes esperados, la retención escolar y todo eso que ya sabemos que son problemas añejos, vienen de tiempo atrás y la pandemia agudizó, quizá porque los estudios no se muestran al respecto.
[quads id=1]
La retórica no vale la pena discutirla: ¿de cuándo acá el interés superior de los niños consiste en regresar a clases presenciales en plena tercera ola de la pandemia, que es peor que la primera y la segunda en lo que al número de contagios se refiere? Porque esta es otra parte no dicha de la operación: la reelaboración sintáctica de los enunciados. En otras palabras, estamos ante la desvalorización de los argumentos que justificaron el cierre de las escuelas en el mundo, del modo como se contagia el virus, de la circulación como la variable fundamental en la propagación de los contagios; la pandemia no ha terminado y ahora todo eso se ignora, ya no se menciona, llegando al absurdo de elaborar lineamientos de bioseguridad que empiezan a la entrada de la escuela. ¿Acaso las niñas se teletransportan? ¿No toman camiones, metro, combis, colectivos donde la sana distancia es un sueño guajiro?
Un absurdo total solo puede ser posible porque todas las variables causantes del contagio simplemente ya no se mencionan; curiosamente, eran el mayor argumento para cerrar las escuelas en marzo del año pasado, ¡cuando todavía no había ni siquiera una primera ola! Pues por decisión presidencial eso ya no existe o cuando menos es irrelevante: desapareció por completo; todas las baterías discursivas se enfilan en provecho de lo que se haría dentro de la escuela. Y ni siquiera ahí, porque en aulas sin ventilación, en escuelas sin agua, en salones llenos donde la sana distancia es imposible (¿cómo jugarán los niños en prescolar y primaria?), todo eso desaparece de los considerandos y la problematización. Simple y sencillamente se ignora.
Así que la problematización gubernamental del regreso a clases está construida a partir de falsedades, desconocimientos, hipérboles y medias verdades, pero no es casual; es todo menos casual. Busca crear percepciones, es decir, busca incidir en la cognición social, y a partir de ella diseñar estrategias, identificar responsables, desconocer eventos y deslindarse, incluso, de responsabilidades. Lo de la carta responsiva (nosotrxs le pusimos Pin Sanitario, por su similitud conceptual con el Pin Parental), es un caso notable de esa situación; pero también lo es el burdo traspaso de la completa responsabilización a los padres y maestras para atender las dificultades de infraestructura.
[quads id=1]
Todo eso lleva, en consecuencia, a la identificación del culpable, y ahí vamos de nuevo, a escuchar los mismos argumentos y denostaciones del pasado reciente: los y las maestras son irresponsables, flojas, indolentes, acomodaticias, no quieren trabajar ni atender a los niños, tampoco que se resuelvan todos los problemas causados por las clases remotas. ¿Algún parecido con el argumentario de la reforma educativa de Peña Nieto?
La estrategia es muy parecida porque se trata de una misma racionalidad, es decir, un modo de pensar y actuar en los problemas de gobierno de la educación; la racionalidad neoliberal que busca construir percepciones basadas en el señalamiento de responsables, incluso su identificación: los y as maestras; para luego diseñar programas basados en su autorresponsabilidad, en la autonomía de gestión, costeada incluso con parte de su salario.
En eso consisten las reformas neoliberales, ¡eso son las reformas neoliberales! Los y las maestras ya lo están viendo: en el fondo, la reforma de 2013 y la de 2018 se parecen tanto que ya no pueden engañarnos. Quizá por eso una maestra escribió recientemente en las redes sociales:
“Desde el 2013 que no me sentía así. Una combinación de sentimientos: ignorada, impotente, devaluada, desmotivada, triste, agobiada”.[1]
Así se sienten muchas maestras; así nos sentimos muchos. Y la clave de todo eso es: ¿por qué una decisión tan tajante, porqué un gobierno que se decía transformador utiliza los mismos procedimientos, las mismas estrategias de antes, la misma retórica, los mismos desconocimeintos, el mismo desdén por la vida que mostraron los anteriores?
Lo más grave del asunto no está, o no solamente, en todas las dificultades de la infraestructura escolar ampliamente ventiladas y mostradas en redes; tampoco en los rezagos producidos por la pandemia; ni siquiera en el asunto de la precarización, sino en algo más elemental: la vida, ¡NUESTRAS VIDAS! Son ellas las que se ponen en riesgo en pleno pico de la tercera ola de contagios; es lo que primero nos debe importar y no permitir que nadie, pero nadie, las ponga en juego aplicándonos todos los trucos argumentarios y artilugios perceptivos aprendidos con los neoliberales.
[1] Magisterio inunda las redes con un rotundo NO A LAS CLASES PRESENCIALES en las actuales condiciones precarias
Publicado en Insurgencia Magisterial