Cada vez que tengo oportunidad, planteo a los maestros y maestras de distintos foros las siguientes preguntas: ¿De qué tipo de educación hablamos cuando decimos que ésta debe fomentar el pensamiento crítico, la creatividad, el desarrollo afectivo y el trabajo colaborativo? ¿Nos estamos refiriendo a una propuesta emancipadora u otra para la reproducción del capitalismo?, y casi siempre las respuestas se inclinan por una educación para la emancipación.
El planteamiento no es ocioso: sucede que las reformas de última generación, educativas y curriculares del neoliberalismo están rompiendo con los paradigmas tradicionales y ortodoxos de la pedagogía, debido a que el capitalismo del emprendimiento demanda personalidades positivas y emotivas de la explotación en el trabajo; sujetos activistas, innovadores y creadores de formas autónomas de precarización laboral.
Se trata de que los trabajadores formales vivan positivamente los valores de la empresa, mientras los más resilientes del desempleo tienen que ser capaces de diseñar y planear con sus propios recursos, humanos y materiales, proyectos autónomos de precariedad en los que la ilusión de éxito personal o grupal aparenta ser fácilmente alcanzable. Aquí el ideal del empresario se vuelve más tangible e inmediato si se comienza con el emprendimiento; aunque finalmente se actúe como un engranaje más, al servicio de las empresas trasnacionales y la economía global.
“Chica: ¿quieres hacer ventas directamente?, no es trabajo, es emprendimiento”. Se lee en una página de ventas por marketplace de Facebook. Las nenis son uno de los ejemplos más ilustrativos; su activismo económico tiene otros antecedentes, pero se acentuó durante la pandemia, cuando las mujeres buscaron resolver situaciones de crisis económica en sus familias ofertando mercancías a través de sus redes sociales, aprovechando que no había compras masivas en las tiendas departamentales y que las ventas online se dispararon de forma descomunal; la iniciativa y capacidad de empoderamiento de estas chicas o mujeres de mayor edad, fueron canalizadas por la industria mundial del hiperconsumo, sobre todo, de lo que se produce irracionalmente desde el gigante asiático.
No es fortuito que las grandes editoriales estén invadiendo el mercado educativo con manuales y recetas para la implementación de metodologías de aprendizaje basadas en proyectos y resolución de problemas donde se ponen en práctica las habilidades del emprendimiento; tan sólo unas horas después de haber implementado el taller nacional de formación para docentes sobre la Nueva Escuela Mexicana (NEM), donde desarrollarían la planeación por fases de la educación básica siguiendo el nuevo plan de estudios y las metodologías en referencia, ya se ofertaba el programa analítico o desglose didáctico por grado académico de los contenidos nacionales de aprendizaje, así como las bitácoras de los proyectos educativos.
Las metodologías de aprendizaje basadas en proyectos, problemas, indagación y servicios no son neutrales; antes que la NEM, la organización patronal Coparmex las ha fomentado entre sus cursos de capacitación para dar vida a esta economía del emprendimiento, en especial una de las cuatro que se presentaron en los talleres nacionales de formación docente, el aprendizaje STEM.
Estas metodologías corresponden también a los perfiles de trabajo que necesitan las empresas, cuya matriz ha sido deslocalizada de un sitio fijo para producir, ofertar servicios o mercancías y que necesitan del activismo positivo de emprendedores que sitúan en cualquier territorio la organización del trabajo en redes que dan la ilusión de autonomía, pero que recurren a la mediación de plataformas digitales para conectarse con el andamiaje global del capitalismo.
En tanto, la industria cultural, véase la serie Playlist, de Netflix, vende y modela la evolución de la startup que dio origen a Spotify como ejemplo de éxito, colaboración, independencia y puesta en acción de ideas creativas y revolucionarias en el único campo posible, el de los negocios, donde los sueños no son solidarios, sino competitivos; la realidad de los proyectos de emprendimiento se parece más a un sistema de autonomía de la precariedad.
Por supuesto, aprender a través de proyectos, resolviendo problemas o haciendo servicio comunitario, no es un enfoque de propiedad privada ni de invención empresarial, lo han hecho antes las pedagogías críticas. En los territorios de la resistencia magisterial se pueden encontrar proyectos de comedores comunitarios, producción de alimentos orgánicos, invernaderos, la milpa como espacio de vida y cosmovisión indígena, construcciones autosustentables, juegos ancestrales, medicina herbolaria, calentadores solares, hidroponía, memoria popular, asamblea de niños y niñas, entre muchos más; pero se orientan a partir de una definición política que organiza la emancipación social y la soberanía de los pueblos.
Sin esta definición política, lo que resalta es otra vez la organización y desarrollo de habilidades de la fuerzas productivas para un tipo de economía del emprendimiento, donde no se hace comunidad en solidaridad, sino que se produce en la competitividad de grupos e individuos que no se unen e identifican perennemente para el bien común, pero sí lo hacen en tiempos determinados para cumplir con las metas de los proyectos de la empresa que también son los mismos para finiquitar su empleabilidad; o bien, para engancharse al capitalismo con los recursos propios, restándole a la empresa la responsabilidad de financiar salarios e infraestructura.