El tiempo y la vida pasan, siguen su infrenable marcha. Modas van, modas vienen. Todas tan pasajeras, tan efímeras. La ropa, la música, los hábitos, las relaciones sociales. Pero los valores, no deben ser pasajeros, no deben ni pueden ser efímeros en una sociedad en constante cambio como la nuestra.
Ninguna sociedad en la historia ha sobrevivido, sin respetar valores que ellos mismos se fijaron, que ellos mismos se comprometieron a respetar, que ellos mismos no se permitían romper. Cada pueblo ha priorizado la observancia y la aplicación de unos valores sobre otros, pero ha persistido el respeto a una generalidad de valores, en la mayoría de los pueblos en el pasado, considerados incluso valores universales en los tiempos modernos, como el amor, el respeto, la responsabilidad, la justicia, la igualdad, el honor, la paz, la lealtad, la solidaridad, la fraternidad, entre otros. Ningún cambio social puede plantearse como política de gobierno, si queremos un cambio verdadero. La sociedad debe plantearse políticas de estado. Que vayan más allá de los sexenios, que la finalidad sea mejorar las condiciones del país en cada cambio de gobierno, profundizar el bienestar social y no correr el riesgo de sufrir retrocesos cada sexenio, retrocesos que incluso atentan contra los derechos humanos.
En esto, el pueblo y la educación juegan un papel fundamental, y tiene que ver con nuevo propósito educativo. ¿Qué tipo de mujer y de hombre queremos formar para el futuro? Desde la casa, pero insisto, también desde la escuela. Y esté planteamiento, debe resolverse con toda la urgencia, antes que la sangre del presente, siga fluyendo con su color púrpura hacia el futuro de nuestros hijos. El planteamiento debe resolverse antes de que el futuro nos alcance y se vuelva real. ¿Qué estamos haciendo con nuestros hij@s? ¿A qué le dedican más tiempo? ¿Al ocio o a las tareas escolares? ¡Nuestros hij@s tienen derechos, pero también tienen obligaciones! Los derechos, las obligaciones y los valores, se aprenden y se hacen significativos para los niños con el ejemplo, con el ejercicio diario, comentándolos, cuestionándolos, pero sobre todo practicándolos. Se vale junto con nuestros niños cuestionar cada uno de los valores, cada uno de los problemas sociales que padecemos. Por ejemplo, razonar la palabra libertad, ¿Qué es la libertad? ¿Qué entienden por libertad? Buscar algunos libros y rescatar cómo reflexionaban la libertad algunos pueblos en el pasado. ¿Cómo vivían la libertad esos pueblos? ¿Qué pensaban mujeres y hombres que cambiaron la historia sobre la libertad? Y reflexionar con los niños, si esos conceptos de libertad se acercan a lo que ellos imaginaban antes de consultar el libro o el internet. También los problemas sociales pueden ser reflexionados con los pequeños, como la discriminación, el racismo, la violencia. Por ejemplo, preguntarles ¿si han vivido algún tipo de violencia? ¿Si conocen a alguien que la haya sufrido en la casa o la padezca en la escuela? ¿Cómo creen que se sientan quienes sufren de bullying? ¿Si saben que cualquier tipo de agresión contra cualquiera de sus compañeros tiene sus consecuencias? Por eso la importancia de la casa y la escuela en la transformación social.
Yo crecí en una humilde vecindad en el centro de Uruapan, una nota roja era un suceso excepcional, que duraba varias semanas comentándose entre la ciudad, las notas rojas no eran tan cotidianas como hoy. Hoy falta tiempo para procesar cada suceso violento. Mis padres nunca nos obligaron a trabajar, pero yo quería hacerlo, en mis ratos libres después de las tareas escolares, tomaba mi cajón de madera y recorría las calles del centro para bolear zapatos, a veces tomaba un ciento de varitas de canela y me iba a los tianguis o mercados a venderlos. A veces tomaba camiones para cantar acompañado del sonido que producían los surcos de una botella de vidrio. Sábados y domingos nos íbamos con mis hermanos hasta Paracho, Nueva Italia, Apatzingán, Pátzcuaro a vender para contribuir con la economía familiar, tuvimos necesidades, pero no hambre. El trabajo nos mostraba otro mundo, otra vida. Aprendimos a ganarnos el pan de cada día y a comer lo que mi madre ponía en la mesa. Que esperanzas de comer en un restaurante, ni gastar más de lo que vendíamos, ni pizzas, ni hamburguesas. A veces cuando nos iba bien si cenábamos tacos de cabeza de res. De ropa nos poníamos lo que nuestros padres nos compraban, lo que podían comprarnos, nada de ropa de marca, tampoco la necesitamos.
Nos enseñaron a respetar a los mayores, una mirada bastaba para saber que, habíamos cometido un error y era mejor portarse bien, antes de que se siguieran endureciendo las miradas. Nada de responder mal, nada de groserías, nada de malas palabras, siempre nos inculcaron el respeto a los maestros y a los compañeros. No había televisión, la fiebre de los aparatos eléctricos llegó muchos años después.
Me gustaba el día lunes en la escuela, porque como cada semana refrendábamos el respeto a la patria, a la bandera, imaginar a los héroes que nos dieron patria, representados en la bandera, eso inflaba de orgullo mi pecho por ser mexicano. El respeto a los maestros y al director era una cuestión casi sagrada. Sacar buenas calificaciones, era una obligación, no nos hacía acreedores a ningún regalo. La obligación de un estudiante era y es estudiar. Y en nuestra juventud teníamos claro los caminos, trabajar o estudiar. No había más, no había otras opciones. En mi infancia, ni en la casa ni en la escuela, se relajaba la disciplina, las responsabilidades, el respeto ni mucho menos los deberes. Nuestros momentos de esparcimiento eran el deporte, los libros y participar en salidas escolares que organizaban la escuela y la Casa de la Cultura a talleres de verano.