Desde el amanecer de la humanidad, la luz nos ha acompañado siempre. En el alba de la humanidad aprendimos a domesticar la luz como fuego.
Nos ha servido como abrigo, ha estado con nosotros para iluminar la oscuridad de nuestros espacios, nos ha acompañado para continuar con nuestras tareas productivas, horas después de que se ha marchado el sol.
De día, la luz solar nos ha servido para darnos calor, para alejar las sombras naturales de la noche. La luz solar nos ha servido para iluminar nuestras tareas cotidianas, la caza, la pesca, la siembra, la cosecha, la recolección de fruta y plantas. Simplemente sin luz, no habría vida en el planeta.
Fueron millones de años los que transcurrieron para dominar la luz por completo, logrando incorporarla a nuestras vidas, para planear, para organizar, para predecir, para favorecer la interacción y la organización social.
La primera mención de los fenómenos eléctricos se encuentra en los textos antiguos de Egipto, hace unos 4750 años.
Miles de años después, aprendimos a producir y a dominar la electricidad. En el año 1600 un médico inglés llamado William Gilbert, quien acuñó el término de electricidad para identificar la fuerza que producen dos elementos metálicos, en constante fricción. Los experimentos eléctricos de Benjamín Franklin se produjeron en el año 1752.
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El dinamo fue el primer generador eléctrico apto para un uso industrial, pues fue el primero basado en los principios de Michael Faraday, construido en 1832 por el fabricante francés de herramientas Hippolyte Pixii, que empleaba un imán permanente mientras giraba por medio de una manivela.
En mayo de 1888 Nikola Tesla publicó un artículo científico en el que detallaba el funcionamiento del que sería su mayor éxito como inventor: el motor de inducción, de corriente alterna, con grandes ventajas sobre los motores eléctricos de corriente continua. Entre las aportaciones de Tesla a la humanidad están: el bulbo, los rayos X, la corriente alterna, telecomunicaciones inalámbricas, el motor eléctrico, las lámparas de neón.
En 1879 Thomas Alba Edison introdujo la lámpara eléctrica haciendo pasar una corriente eléctrica a través de un fino filamento de carbón encerrado en una ampolla de vidrio, en cuyo interior había hecho el vacío. El filamento se puso incandescente e iluminó durante 44 horas. Thomas Alva Edison inventó el primer sistema eléctrico que suministraba energía por medio de redes para la iluminación.
Desde entonces, nuestra interacción con la luz ha cambiado, aumentando la productividad del ser humano, en tareas de investigación, industriales, médicas, de transporte.
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En el Artículo 27, de la solemne Declaración Universal de los Derechos Humanos, se expresa que: Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. La electricidad es entonces, parte del progreso científico y todos los seres humanos tienen derecho a sus beneficios. Sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Como lo expresa el artículo 2°, de la misma Solemne Declaración Universal de los Derechos Humanos.
A principios de los años ochenta del siglo pasado, llegó la larga y oscura noche neoliberal. Donde algunas empresas, se han querido apropiar de un bien común: la luz. La luz dejó de ser de todas y todos. Dejo de ser servicio público para convertirse en un negocio para unos cuantos. A las empresas públicas, no las mueve el negocio, las mueve el servicio público.
A las empresas privadas como Iberdrola, las mueve el negocio, las ganancias, el lucro. Siempre que las grandes compañías, hablan de modernizar un servicio, modernizar un bien público, como el agua, por ejemplo, han terminado por cooptar funcionarios, apropiarse de ese recurso y dejar sin agua a la gente. La energía eléctrica es un bien público, por lo tanto, la luz, es de todos.