Humanismo extraviado

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En Consejos Técnicos y talleres se ha insistido en que los maestros practiquen el humanismo con alumnos y familias.


Maestras y maestros en escuela

Hace poco a un director recién nombrado le dijeron: “es que todavía piensas como maestro”. Esa frase, que parece un simple consejo, en realidad refleja una idea profundamente dañina: que el cargo otorga superioridad. Y es justamente esa visión jerárquica la que ha dañado la educación mexicana.

En la burocracia escolar se ha instalado una insana costumbre: creer que ser director, supervisor o jefe de sector significa estar “por encima” de los demás. Pero un puesto no debería ser sinónimo de superioridad, sino todo lo contrario: de humildad, servicio y compromiso. Porque cuando se usa para mirar a los otros desde arriba, el discurso humanista que tanto pregona la SEP pierde todo sentido.

En Consejos Técnicos y talleres se ha insistido en que los maestros practiquen el humanismo con alumnos y familias. Se ponen énfasis en que haya docentes humanistas. Sin embargo, entre las propias autoridades educativas y dirigentes sindicales ese humanismo está ausente. Cuanto más alto el cargo, menos empatía y menos coherencia hay en quienes lo ostentan. Hasta pareciera que la soberbia es un requisito más para aspirar a un puesto.

Si vemos el México actual el humanismo es más que necesario. Se nota al mirar la violencia, la corrupción y la discriminación que vivimos día a día. Aplicarlo hoy no es para ver cambios inmediatos, sino sembrar la semilla para las generaciones que vienen. Tal vez ellos puedan vivir en un mejor país. Tal vez a ellos no les pidan que dejen de pensar como maestros.

En su ya mítico ensayo Esto es agua, David Foster Wallace expresó: “La libertad de creer que soy amo de mi propio reino es, en realidad, una prisión invisible”. Algo similar pasa con quienes se creen superiores: creen que sus cargos les dan libertad, cuando en realidad los encierran en un reino personal, ajeno a las urgencias educativas y al humanismo que deberían defender.

El reto es mayúsculo: humanizar una dependencia inhumana. Pero el humanismo no puede ser un disfraz para funcionarios ni una tarea exclusiva de los docentes frente a grupo. Si de verdad se cree en él, debe vivirse todos los días, en todos los niveles, desde la primaria más pequeña hasta la oficina más alta de la SEP.

De lo contrario, el humanismo seguirá siendo solo un eslogan para los de arriba y una orden para los de abajo. Mientras la educación mexicana seguirá atrapada en esa contradicción.

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