Sentí mucha emoción durante la conferencia de prensa vespertina del 30 de abril, con motivo del Día del Niño, ofrecida por el doctor Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud.
Primero, porque recordé la genuina curiosidad de los niños. Para muchos resultó curioso cómo un puñado de chiquillos formulara preguntas más interesantes que varios de los reporteros que cubren la fuente. Mas para los maestros, en cambio, es una situación muy familiar.
Segundo, porque los niños no saben de simulaciones. Estar frente a ellos, ante su criterio, nos permite interactuar con uno de los primeros pasos del conocimiento humano: la necesidad de aprender. Eso lo vimos el pasado jueves. Los participantes preguntaron a partir de una duda legítima: ya sea por una discapacidad, por una fiesta de cumpleaños, por una enfermedad o simplemente por su imaginación.
Y tercero, porque no recuerdo un funcionario, de ningún partido, que se haya animado a un ejercicio como que el vimos esa tarde. Sentarse a escucharlos, responderles, atenderlos. Quien piense que es pan comido evidencia que nunca lo ha hecho.
Con los niños no cabe la hipocresía: si algo no les interesa, te van a ignorar y si te equivocas, te lo van a señalar. Eso le pasó a Enrique Peña Nieto en la inauguración del Tianguis Turístico Guadalajara 2016, donde una niña no paró de bostezar durante toda la intervención del mandatario. O cómo olvidar el tropiezo del entonces titular de la SEP, Aurelio Nuño, cuando una niña le corrigió su incorrecta pronunciación del verbo “leer”. El yerro marcó al ex funcionario durante todo el sexenio.
Me parece un error que el secretario de Educación, Esteban Moctezuma, no haya cuando menos asistido al ejercicio del 30 de abril. Era Día del Niño, carajo. De los niños y niñas que tanto defiende en discursos, pero que en los hechos parece que no le importan.
Era su oportunidad para que, como titular de la Educación en México, ahondara en los temas que López-Gatell insinuó: la modificación de los espacios escolares, la reorganización de los grupos y hasta un replanteamiento de los horarios. Las tres son demandas añejas y legítimas del profesorado, pero si Moctezuma ni siquiera se tomó la molestia de ir a Palacio Nacional, es señal de que no van a prosperar.
Entiendo que, en parte, su ausencia podría obedecer a una falta táctica: a Moctezuma (o a cualquier funcionario) no le interesa sentarse frente a niños de verdad. Menciono niños de verdad para diferenciarlos de quienes pudieran ser elegidos meticulosamente para un evento sin emitir su opinión.
No imagino al secretario (o cualquier secretario de Educación estatal) frente a un panel de 25 niños inquiriéndole sobre el Aprende en Casa; del posible regreso a un aula de 30 metros cuadrados; de las maratónicas tareas que les dejan; de que su padre se quedó sin empleo; de que su madre no tiene saldo para enviar las evidencias a su profesor.
Tal vez así podría darse cuenta que el tan mentado programa no tiene nada de equitativo, como lo aseguró hace unos días. Aunque es muy frecuente confundir equidad con igualdad, equitativo no es dar a todos lo mismo, sino a dar a cada uno lo que necesita. Y eso es precisamente lo que no hace Aprende en Casa.
En su tratado El Emilio, el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau sentenció: “La infancia tiene maneras de ver, de pensar, de sentir, que le son propias; no hay nada más insensato que quererlas sustituir por las nuestras”. Es inconcebible que 250 años después, Moctezuma y compañía sigan del lado de los insensatos, empecinados en creer que el conocimiento proviene únicamente de los adultos. Una verdadera lástima.