Entre pizarrones y pupitres: historias y reflexiones desde la dirección escolar

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El director no sólo debe “apaciguar los vientos cruzados” y “mantener el timón en la dirección correcta”.


El libro Vorágine y rumbo: ¿Cómo dirigir una escuela hoy?, escrito por Irma Villalpando, doctora en pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), escritora, conferencista, articulista de diversas revistas educativas, directora general de un centro educativo de carácter privado y docente de licenciatura y maestría en la UNAM, constituye un aporte significativo al análisis de la gestión escolar en el siglo XXI.

La obra, publicada en 2024 bajo el sello de Puertabierta Editores, S.A. de C.V., forma parte de la colección Perspectivas, coordinada por el doctor Juan Carlos Yáñez Velazco, profesor de la Universidad de Colima. Incluye un excelente prólogo de Eduardo Andere, quien sostiene que la escuela es “un engranaje entre el capullo del hogar y la realidad de la sociedad”; que ser director o directora implica adquirir “un conocimiento experiencial único e insustituible”, y que ejercer esta función —como lo ha hecho la doctora Villalpando durante tres décadas— equivale a ser “un creador de cultura, la cultura de la escuela”. Por ello, señala, el texto “nos ayuda a entender mejor los tejes y manejes de una dirección escolar”.

El libro, que se distingue por su enfoque experiencial y reflexivo, ofrece una perspectiva franca acerca de los desafíos de la dirección escolar, sustentada en un conocimiento que se fue gestando en la práctica y sobre la marcha, “a fuerza de intuiciones, creencias y experiencias, acertadas y erráticas”. La autora, como ella misma afirma, evita deliberadamente la formalidad de la citación recurrente y opta por un estilo basado en la subjetividad cotidiana, para hablar de lo que ocurre en un espacio vivo y dinámico de interacción: la escuela. Y precisa: “En este texto no hay ficción, pero tampoco idealización de la vida en la escuela”.

La tesis central del libro concibe a la escuela como una vorágine: una “compleja red de relaciones humanas con intenciones, afectos y propósitos que interactúan en diferentes niveles y direcciones”. Una red, señala, “sin cuerpo, pero con alma”; un “entramado de emociones”. Las metáforas resultan profundamente sugerentes, porque desplazan la mirada desde las estructuras materiales y normativas hacia las dimensiones humanas, simbólicas y afectivas que sostienen la escuela. Concebirla de esta manera, implica reconocer que la vida escolar no se reduce a la ejecución de planes y programas de estudio, o al cumplimiento de reglamentos, sino que se teje cotidianamente en las relaciones, los vínculos, las emociones y los significados compartidos. En esa vorágine, los sujetos —autoridades, directivos, docentes, familias y estudiantes— interactúan con intenciones a veces convergentes y otras en conflicto, pero siempre configurando una trama viva que da sentido a la experiencia educativa. La escuela, entonces, no puede entenderse como una institución rígida, sino como un organismo en constante movimiento, atravesado por tensiones, afectos y propósitos que constituyen el alma misma del acto de educar.

Bajo esta óptica, la función directiva se define como la capacidad de darle rumbo a la organización. El director no sólo debe “apaciguar los vientos cruzados” y “mantener el timón en la dirección correcta”, sino que, además, se erige como un creador de cultura dentro de la escuela. Su liderazgo debe enfocarse en la misión de “crear una cultura de aprendizaje”.

En esta obra, Irma Villalpando realiza una crítica incisiva al sistema educativo al poner en evidencia las barreras estructurales que dificultan el aprendizaje de las y los estudiantes. Señala que la excesiva regulación y una supervisión centrada en el trámite antes que en la sustancia pedagógica sofocan la iniciativa y el sentido formativo de la escuela. A ello se suma la supremacía de los protocolos y la creciente judicialización de la vida escolar, que reducen la práctica docente a un cumplimiento burocrático más que a un ejercicio reflexivo y creativo. Villalpando advierte, además, que este entramado regulatorio y supervisor se sostiene sobre la desconfianza hacia los maestros, lo que debilita su autonomía profesional. Finalmente, subraya las deficiencias derivadas de una formación magisterial tenue y de la deficiente elaboración de los libros de texto, factores que en conjunto configuran un panorama preocupante para la educación pública en México.

En el texto, la también autora del libro En tiempos de examen. Una crítica a la escuela moderna, expone diversas problemáticas que, al mismo tiempo, impulsan y debilitan la tarea educativa. Resalta la relevancia de la formación inicial de las y los docentes, así como las capacidades que distinguen tanto a quienes egresan de las escuelas normales como a quienes provienen de las universidades. Entre estas capacidades se encuentran las habilidades de lectura y escritura, la vocación por la investigación, la pasión por la materia que se enseña, la capacidad para crear ambientes de aprendizaje significativos y la calidez humana. Villalpando es enfática al afirmar que “los hábitos académicos de los docentes influyen y se transmiten a sus estudiantes”, recordando con ello que la enseñanza no sólo se ejerce, sino que también se encarna.

La obra enfatiza la necesidad de que las y los docentes cultiven su sensibilidad para reconocer las demandas afectivas del grupo, gestionar adecuadamente la dinámica del aula y favorecer el logro de los aprendizajes. La autora señala que, si bien “la escuela es una imposición cultural de una generación mayor sobre una menor”, el gran desafío consiste en transformar esa imposición en gusto por el conocimiento y placer por aprender. Convencida de que la docencia “es una combinación de arte y oficio”, subraya la importancia del acompañamiento a las y los maestros noveles, el modelado y la práctica de la microenseñanza como estrategias de desarrollo profesional. Asimismo, destaca el valor de una sólida formación disciplinar y de un componente esencial en la planeación educativa: la integración de los conocimientos didácticos con la imaginación pedagógica.

Villalpando se manifiesta en contra de los formatos de planeación rígidos, al considerar que estos “limitan la búsqueda de nuevas maneras de pensar la clase”. Asimismo, observa que, si bien el método Montessori es reconocido por su atención al niño, los materiales y el ambiente, su prestigio resulta, a su juicio, sobredimensionado frente a otras propuestas, como la de Freinet, a quien expresa su admiración. En este sentido, reafirma que las “grandes ideas pedagógicas deben ser luces para que cada quien ilumine y trace su propio camino”. Desde su perspectiva, el método de proyectos representa un medio pedagógico óptimo y pertinente por su carácter multidisciplinario y su estrecha vinculación con la realidad, aunque advierte sobre los riesgos de adoptar metodologías únicas en el aula.

En el ámbito de la evaluación, la autora subraya la importancia de una retroalimentación cualitativa orientada a mejorar el desempeño estudiantil. Propone despojar al examen de su sacralidad, al considerarlo una práctica escolar ritualizada y un instrumento de poder y segregación; asimismo, recomienda disminuir su peso porcentual y diversificar las fuentes de información sobre el aprendizaje.

Respecto al impacto de la tecnología, Villalpando expresa su preocupación ante la posibilidad de que los adolescentes sean “educados” por el entorno digital, fenómeno intensificado por el carácter “seductor y adictivo” de las redes sociales. Advierte sobre los riesgos asociados a la “reducción de las competencias cognitivas” y recomienda “regular firmemente el uso del celular en la escuela”. Si bien reconoce los efectos negativos de su uso excesivo —como la dependencia, el deterioro de la salud mental y la disminución de la concentración—, también concede que la tecnología, “si se sabe utilizar, es un instrumento útil para el aprendizaje escolar”.

La obra culmina con una reflexión sobre el liderazgo directivo eficaz, entendiendo por tal aquel que coloca la mejora de los aprendizajes y el desarrollo integral de la comunidad en el centro de su gestión. Dicho liderazgo requiere una combinación de “benevolencia con firmeza”, “sensatez y ecuanimidad”, así como la capacidad de gestionar con acierto las “relaciones humanas”. Y es que, como bien dice: “La escuela debe ser un espacio de aprendizaje para todos [y] no sólo para los estudiantes”…