Hoy en el marco de la transformación que demanda el Sistema Educativo Nacional, que inicio con la Reforma constitucional de 2019 de la que derivó, la publicación del D.O.F. de una nueva Ley General de Educación, establece el requerimiento de un cambio de paradigma para contar con un nuevo Plan de Estudios para la educación preescolar, primaria y secundaria que incluya cuatro ejes nodales, entre estos, la autonomía profesional del magisterio con la tarea primordial de contextualizar los contenidos del currículo nacional de acuerdo con las necesidades formativas de los educandos. Esta tarea en cualquiera de los tres planos del programa analítico y máxime en el plano didáctico, contemplará una reestructuración obligada de la comunidad escolar en la organización de su propia “arquitectura didáctica” en el diseño crítico reflexivo de los materiales “ad-hoc” para el emprendimiento del nuevo paradigma de “pedagogías activas”, donde el alumno aprende mejor a través de la experiencia con los materiales naturales y situaciones de la vida fuera de la escuela.
Para la Nueva Escuela Mexicana y el nuevo paradigma de metodologías activas, progresistas, el edificio escolar, por ejemplo, para nada limitará las posibilidades de acción del maestro que antes se le imponían, en cierta medida, una direccionalidad esclerosada, un sentido de verticalidad y de rigidez a su labor. Estamos hablando que la comunidad como vínculo del proceso de enseñanza aprendizaje cobra vida y la escuela tradicionalista que todos conocimos quedará en “el almanaque de la historia” cambiando y revolucionando rotundamente, un dinamismo y entrada ya en vigor a la didáctica pedagógica a través de los proyectos sociocríticos integradores como las nuevas metodologías activas, que se basan principalmente en un aprendizaje objetivo experimental y se sustentan en actividades de constante movimiento, participación, interacción, dinamismo y diálogo democrático; que no podrán ser aplicados en su máximo esplendor o efectividad, si el local que ocupa o salón de clases no reúne las mínimas condiciones pedagógicas de amplitud y optimización de espacios, sanidad, buena ventilación, iluminación, entre otros.
Podemos afirmar de manera análoga, esto mismo ocurrirá con los mobiliarios y materiales escolares, llámese bancas escolares, pupitres, mesabancos, sillas, mesas, pizarrones, pintarrones, ventanas, lavabos, tazas sanitarias, herrerías, sistemas eléctricos, potables, pluviales, etc., que en su mayoría los encontramos atrofiados, desgastados por los años de uso, obsoletos, rotos, y que por lo general, se encuentran así en muchas de las escuelas actualmente en nuestro país.
Concretamente, podemos afirmar que el medio físico encadena las iniciativas de los maestros, limitándoles o favoreciéndoles, pero si hablamos de aspectos de intervención del educador y de su propia organización, ahora en la Nueva Escuela Mexicana y con este nuevo enfoque de pensamiento crítico, se podrá organizar una mejor disposición del mobiliario, de la limpieza, del orden en las clases, de la posibilidad de forestar, de cambiar el color de sus muros y de modificar generalmente las condiciones del edificio con la propia organización y decisiones autónomas de toda la comunidad con un sentido identitario, de corresponsabilidad con sentido de pertenencia y un obligado papel de participación comunitario de pertinencia.
Como un segundo elemento, esta tarea magnánima filosófica de principios de los individuos, contribuirá simbióticamente y de manera paralela a cumplir con cabalidad el mandato constitucional de nuestro artículo 3ero Constitucional, que cita lo siguiente:
“Garantizar el criterio que orientará la educación basada en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, los fanatismos y los prejuicios, así como contribuir a la mejor convivencia humana, con el fin de fortalecer el aprecio y respeto por la naturaleza, la diversidad cultural, la dignidad de las familias, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión de grupos, de sexos o de individuos”.
Es así, que desde la Nueva Escuela Mexicana, se engendra el nacimiento de una educación humanista y planetaria, andamiada en una cultura de sanidad, de crear hábitos de formación integral, fecundos en el niño a temprana edad, que trasciendan a su conducta, a sus emociones, a su sentir cívico, social, moral, espiritual, a su atmósfera que le envuelve, que traspone y trastoca los umbrales de su propia comunidad, edificio escolar, aula, persona; donde él se identifica, participa y reflexiona de sus propios actos buenos o malos, que “si él ensucia, él limpia”, donde él sabe conscientemente que si hace algo que daña, perjudicará a todos, incluyéndolo a él mismo; y por su cualidad de pensamiento crítico elevado, sabrá que existe una conexión simbiótica mundial.
Su acción de ser adaptable y sensible a su espíritu escolar, hará que nada por simple que parezca sea ajeno a las necesidades de la comunidad para crear un medio favorable en su propia formación integral y cuidado escolar.
La fisonomía de la Nueva Escuela Mexicana, es entonces, la anticipación de espíritu y de trabajo colaborativo, no se olvide que lo primero que nos impresiona cuando visitamos un lugar, una ciudad, es su aspecto externo, su organización material, pero ante todo, su capacidad mimética de sus ciudadanos educados ética y moralmente, consientes críticamente en la procuración de vivir en armonía colectiva y plena solidaridad.
Y es ahí donde citaba el gran filósofo cubano José Martí: “El más feliz, es el que tenga mejor educado a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de sus sentimientos”.