Durante décadas, la formación docente se centró en la transmisión de conocimientos y en la aplicación de metodologías preestablecidas. Sin embargo, la complejidad del aula exige hoy la preparación de un profesional capaz de adaptarse, cuestionar y, fundamentalmente, mejorar de manera continua su quehacer. En este contexto, las modalidades de titulación de los planes de estudio 2022 de Educación Normal (tesis de investigación, portafolio de evidencias e informe de prácticas profesionales) cobran relevancia, pues buscan que el estudiante normalista demuestre sus capacidades disciplinares, pedagógicas, didácticas e investigativas, entre otras.
Como se puede leer en las Orientaciones académicas para la elaboración del trabajo de titulación. Planes 2022, publicadas por la Dirección General de Educación Superior para el Magisterio (DGESuM), cada modalidad de titulación exige que el estudiantado redacte un documento académico —acompañado por un(a) asesor(a) de la Escuela Normal o externo(a)— en el que exponga su experiencia en la práctica (realizada durante los últimos tres semestres de su formación), sistematice y analice situaciones educativas y (re)construya o (re)signifique su propia práctica, con el propósito de mejorar su trabajo docente.
Mediante estas modalidades de titulación, el estudiante normalista documenta su experiencia formativa y evidencia el nivel de logro de los dominios de saber (saber ser y estar; saber conocer y saber hacer), así como las capacidades y desempeños definidos en los perfiles de egreso, tanto general como profesional, de las licenciaturas que cursa.
De manera particular, el Informe de prácticas profesionales cobra relevancia porque evidencia “las capacidades para aplicar conocimientos teórico-metodológicos en contextos reales” y permite “documentar experiencias prácticas orientadas a la resolución de problemáticas” (DGESuM, 2022, p. 11). Mediante un trabajo de titulación en esta modalidad, el estudiante normalista comienza a forjarse como investigador de su propia práctica docente. Su valor radica en la capacidad para articular la teoría y la metodología aprendidas en la Escuela Normal con los desafíos del contexto real, transformando la enseñanza en un ejercicio profesional fundamentado, situado, ético y político.
El Informe de prácticas profesionales mantiene una estrecha vinculación con la investigación-acción, entendida como un método orientado a la mejora de la práctica educativa (Latorre, 2015). En esta propuesta, el docente es protagonista del quehacer educativo, pues no sólo piensa, examina, cuestiona, interpreta y escudriña la realidad, sino que busca conocerla, describirla, asimilarla, entenderla, explicarla, transformarla y, desde luego, mejorarla. Esto lo convierte en un profesional reflexivo.
El Informe obliga al docente en formación a ir más allá de la mera aplicación del currículo, al promover el desarrollo de un pensamiento crítico, reflexivo y creativo. No sólo demuestra el dominio de contenidos, sino también la capacidad esencial de la profesión docente: la autonomía profesional para analizar, intervenir y mejorar los procesos pedagógicos en diversos escenarios. Como plantea la investigación educativa, al investigar su práctica el futuro profesor supera la rutina, identifica dilemas, conflictos y áreas de mejora. Las soluciones que emergen de este proceso son genuinas, pertinentes y contextualizadas, pues se gestan desde dentro de la realidad educativa específica en la que se desempeña.
El valor metodológico del Informe radica en su estructura, basada en un plan de acción que sigue la lógica de la investigación-acción mediante un mecanismo de espiral continua y ascendente (práctica–teoría–práctica–teoría). Este enfoque garantiza un ejercicio permanente de autorreflexión sobre los aprendizajes adquiridos y sobre las situaciones o desafíos que surgen en el aula.
El plan de acción se articula en torno a seis componentes clave, cada uno de los cuales constituye una fase del proceso de mejora:
A. Intención
Este componente constituye el punto de partida reflexivo. Describe la relevancia y el significado personal que el proceso de mejora tiene para el docente en formación. Aquí se exponen los dilemas, los compromisos asumidos y la perspectiva ética y crítica que guía la acción, transformando el problema del aula en un desafío personal de transformación. Latorre sugiere plantear tres preguntas: “¿Qué está sucediendo ahora? ¿En qué sentido es problemático? ¿Qué puedo hacer al respecto?” (Latorre, 2015, p. 42).
B. Planificación
La planificación se centra en identificar y abordar el problema de la práctica que se busca mejorar. Esto requiere un diagnóstico detallado y un análisis profundo: ¿cuáles son las causas del problema?, ¿de qué tipo de problema se trata?, ¿a quién afecta y de qué manera? Responder estas interrogantes sienta las bases para diseñar estrategias de intervención precisas y situadas. La finalidad del diagnóstico “es hacer una descripción y explicación comprensiva de la situación actual; obtener evidencias que sirvan como punto de partida y de comparación con las evidencias que se observen con los cambios o efectos del plan de acción” (Latorre, 2015, p. 43).
En esta etapa desempeñan un papel importante tanto la revisión documental —que ofrece un marco conceptual o teórico— como la formulación de la propuesta de cambio o mejora (hipótesis de acción o acción estratégica).
C. Acción
La acción es la etapa de la praxis. Comprende la implementación de métodos, estrategias, técnicas y actividades orientados a mejorar la práctica profesional. Es aquí donde el estudiante articula y aplica sus conocimientos teórico-metodológicos y didácticos. Resulta crucial que en esta fase se lleve a cabo la recopilación sistemática de datos y evidencias mediante procedimientos técnicos pertinentes (notas de campo, diarios, estudios de caso, cuestionarios, entrevistas, observaciones, análisis de documentos, escalas estimativas, grabaciones, grupos de discusión, etc.).
D. Observación y evaluación
Mediante el uso de diversos recursos metodológicos e instrumentos, el estudiantado valora la efectividad de sus acciones y las evidencias obtenidas. El propósito es someter dichas acciones a un análisis sistemático y a una reflexión crítica que permita evaluar su pertinencia. Si los resultados no son óptimos, este apartado propicia el replanteamiento fundamentado de la estrategia. No hay que perder de vista que “la investigación-acción prevé una mejora de la práctica profesional” (Latorre, 2015, p. 48).
E. Reflexión
La reflexión es el eje que cierra y, al mismo tiempo, reinicia el ciclo de mejora. Constituye el momento de análisis crítico retrospectivo (¿Qué hice? ¿Qué aprendí?) y la dimensión prospectiva (¿Qué posibilidades de acción se abren ahora?). Este proceso se materializa en la elaboración final del informe, donde se sistematizan los hallazgos, aprendizajes y propuestas, fortaleciendo la capacidad del futuro docente para responder de manera innovadora y fundamentada.
El Informe de prácticas profesionales va más allá de la mera documentación; su propósito central es registrar los procesos de mejora que cada estudiante lleva a cabo. Al exigir al normalista realizar un ejercicio constante de autoanálisis, esta modalidad fortalece las bases para una cultura de mejora continua en la práctica profesional. Forma a un docente que no sólo consume conocimiento, sino que lo produce y lo aplica para impactar positivamente en los aprendizajes y en la formación integral de sus estudiantes. Al finalizar este proceso, el recién titulado no obtiene únicamente un grado académico, sino también la convicción de que es esencial ser un investigador permanente de su aula, capaz de afrontar los desafíos de la educación.
Fuentes:
DGESuM. (2022). Orientaciones académicas para la elaboración del trabajo de titulación. Planes de estudio 2022. Secretaría de Educación Pública.
Latorre, A. (2015). La investigación-acción: Conocer y cambiar la práctica educativa. Graó.
