“Para las cosas que debemos aprender antes de hacerlas, en realidad aprendemos haciéndolas.” Aristóteles en ‘Ética a Nicómaco‘
Desde fuera de un centro educativo, puede parecer que la enseñanza se limita a explicar contenidos y revisar cuadernos; sin embargo, en realidad, cada día se construyen experiencias formativas pensadas para que niñas, niños y adolescentes aprendan a partir de la vivencia, la exploración y la reflexión consciente.
Este enfoque, conocido como aprendizaje experiencial, transforma el aula en un espacio vivo donde el conocimiento se descubre y se aplica en situaciones que dialogan con la vida real. Detrás de cada experiencia existe un proceso profesional que rara vez se aprecia. Cuando una maestra organiza una visita formativa, cuando un docente guía un proyecto práctico, cuando se lleva a cabo un experimento, una simulación o un estudio de caso, nada de ello es fruto de la improvisación.
Cada actividad tiene un propósito pedagógico claro, se apoya en teorías del aprendizaje, considera los ritmos y características del desarrollo infantil y requiere analizar qué tipo de experiencia permitirá potenciar mejor las habilidades del grupo. El personal educativo debe anticipar escenarios, prever riesgos, seleccionar materiales, evaluar necesidades y establecer cómo orientar la reflexión para convertir cada vivencia en aprendizaje significativo.
La labor docente exige mucho más que transmitir conocimientos. Supone crear oportunidades para que los estudiantes observen, indaguen, comparen, resuelvan problemas auténticos, colaboren entre sí y descubran el valor de pensar por sí mismos. Implica decidir cuándo intervenir para guiar y cuándo permitir que exploren con autonomía, desarrollando criterio propio. En este proceso, la experiencia profesional del personal escolar y su capacidad para interpretar el contexto marcan la diferencia entre una actividad aislada y una verdadera experiencia formativa.
Por ello resulta fundamental que la sociedad reconozca el nivel de estudio, preparación y compromiso que implica el diseño de estos aprendizajes. El profesorado no solo conoce estrategias, sino que sabe cuándo y cómo aplicarlas, entendiendo que cada niño y cada adolescente vive y aprende de manera distinta. Valorar el aprendizaje experiencial es también valorar la dedicación de quienes, con conocimiento y sensibilidad, construyen diariamente oportunidades para que los estudiantes comprendan el mundo, amplíen sus posibilidades y fortalezcan sus habilidades para la vida.
Reconocer este trabajo es reconocer que la escuela es mucho más que un edificio: es un espacio donde se forman miradas, se despiertan curiosidades y se siembran futuros posibles. Cada experiencia diseñada en el aula es una invitación a aprender desde la vida misma y a descubrir que el conocimiento tiene sentido cuando se convierte en una herramienta para entender, actuar y transformar. Porque la educación es el camino…
