Las Imágenes o videos falsos generados por inteligencia artificial son relativamente nuevos y han evolucionado con una sofisticación mucho más rápida de lo que esperábamos.” — Hany Farid
Es común ver en las redes imágenes que simulan fotografías o incluso videos elaborados con base en Inteligencia Artificial de personas, ya sea políticos, deportistas o personalidades de diferemtes ámbitos que se usan de manera tendenciosa para situaciones que si se los hicieran a quienes los producen, resultarían por lo menos ofendidos.
El avance de la inteligencia artificial ha transformado profundamente la manera en que entendemos la realidad. Hoy, una imagen o un video pueden ser generados con una precisión tal que resulta casi imposible distinguir lo verdadero de lo fabricado. Lo que antes requería de una gran producción técnica, ahora puede hacerse desde un teléfono. Dinamarca ha entendido la magnitud del desafío y ha dado un paso decisivo: reconocer que cada persona tiene derechos sobre su rostro, su voz y su cuerpo, incluso en el mundo digital. Esta medida no solo es una decisión jurídica, sino también un acto pedagógico, un recordatorio de que la tecnología debe estar al servicio de la verdad y de la dignidad humana, no del engaño ni de la manipulación.
Desde la educación, este acontecimiento nos interpela de manera directa. Las escuelas, las universidades y los espacios de formación deben incorporar una reflexión ética y crítica sobre el uso de la inteligencia artificial. No basta con enseñar a usar las herramientas tecnológicas; es necesario enseñar a discernir, a cuestionar y a comprender las implicaciones humanas detrás de cada imagen o sonido que circula en las redes. Educar en tiempos de inteligencia artificial significa formar ciudadanos capaces de distinguir entre la realidad y la simulación, entre la creatividad legítima y el fraude digital. Se trata de dotar a las nuevas generaciones de una brújula moral que les permita navegar en un océano de información donde no todo lo que se ve es real.
Como sociedad, también tenemos la responsabilidad de aprender y de adaptarnos a este nuevo escenario. No podemos seguir siendo espectadores pasivos ante el uso malintencionado de la tecnología. La regulación es importante, pero el cambio más profundo proviene de la conciencia colectiva, de la comprensión de que cada rostro y cada voz son parte de una identidad que merece respeto. Aprender a convivir con la inteligencia artificial exige una mirada crítica, empática y responsable que se nutre de la educación y del diálogo social.
Dinamarca nos muestra que es posible establecer límites sin frenar la innovación, que la tecnología puede coexistir con la ética y que los derechos humanos deben extenderse al entorno digital. En un mundo donde lo falso puede parecer más convincente que lo real, la educación se erige como el faro más confiable para no extraviarnos. Porque la educación es el camino…
