Un fantasma recorre la educación básica de México: el fantasma de la falta de niños.
Y digo fantasma porque, hasta hoy, supervisores y jefaturas de sector hablan de la matrícula como si fuera un ente aterrador, algo que debe nombrarse entre susurros. Este espectro se usa como amenaza, como argumento para amagar a las escuelas o incluso para infundir miedo entre docentes.
Pero esto no tiene nada de sobrenatural. El número de niños en el mundo va en picada. Y nada lo detendrá.
Durante años, las autoridades educativas han sostenido la idea de un “número mínimo” de alumnos para justificar la presencia de un maestro frente a grupo. Una cifra que se mueve entre rumores: a veces es 15, en otras 40, según convenga a quien la enuncie. Mientras tanto, se amenaza a los docentes con fusionar grupos o reubicarlos, como si fueran ellos responsables de la caída de la natalidad.
El problema no está en la matrícula escolar. Está en la falta de políticas públicas serias para que las nuevas familias o los nuevos ciudadanos puedan tener hijos sin que eso se convierta en un sacrificio económico. La escuela no puede ser el chivo expiatorio de un fenómeno demográfico global.
China, el país más poblado del planeta, pasó de imponer la política del hijo único a enfrentar en 2023 la primera caída de población en seis décadas. Su tasa de fecundidad ronda apenas 1.0 hijos por mujer, menos de la mitad del nivel de reemplazo. Japón vive lo mismo: en 2022 registró por primera vez menos de 800 mil nacimientos, una cifra que lo coloca al borde de una crisis demográfica irreversible, con más funerales que nacimientos año tras año.
¿Acaso en China y Japón la culpa es de las escuelas? Evidentemente no. Son problemas de fondo: precariedad laboral, encarecimiento de la vivienda, falta de apoyos para la crianza, jornadas extenuantes de trabajo y políticas públicas ineficientes.
En México la tendencia no es distinta: de 7 hijos por mujer en 1960, pasamos a solo 1.8 en 2022. Según el INEGI, el número de alumnos por maestro en educación básica bajó de 19 en 2011 a 16 en 2024. No porque las escuelas “fallen”, sino simple y llanamente porque cada vez hay menos niños.
Responsabilizar a los docentes es no entender nada. La baja en la natalidad no se resuelve con circulares, ni con supervisores que amenazan con cerrar grupos, ni con funcionarios que inventan cifras mínimas. Se resuelve con políticas de Estado: apoyos económicos a familias jóvenes, seguridad laboral, redes de cuidado infantil, vivienda accesible y condiciones dignas para decidir tener hijos.
Hacia al final de su vida, Lev Tolstoi escribió en su libro Confesión (Acaltilado, 2011): “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. Flaco favor nos hacen las autoridades educativas (de cualquier tamaño) en desviar la atención hacia otro lado, en vez de acompañar a escuelas y docentes para diseñar otras formas para enfrentar este nuevo escenario.
El fantasma de la falta de niños no está en las aulas: está en las mentes de las autoridades que insisten en culpar a la escuela, en lugar de asumir la tarea que les corresponde. Si el Estado mexicano no comienza a diseñar políticas serias de apoyo a las familias, de conciliación laboral, de vivienda accesible y de seguridad social, nos encontraremos con un destino mediocre: sociedades que se envejecen sin remedio, mientras las autoridades siguen cazando fantasmas.