En las últimas semanas intercambié análisis, experiencias y perspectivas, en dos espacios territorialmente distantes, pero con intereses y temáticas comunes; uno fue el Taller para la Transformación Educativa en Bogotá, que se inscribe en el marco de consulta rumbo al proceso de reforma colombiana que dará rumbo durante la próxima década, y otro, el quinto Congreso Internacional de Transformación Educativa, que reunió pluralidad de voces no siempre coincidentes con la Nueva Escuela Mexicana. Asumiendo los sesgos socioeducativos de un profesor rural frente a grupo, confesado en la tradición indoamericana de las educaciones populares, comparto algunas ideas al respecto que no sólo tienen que ver con los atinos en México, sino también con sus incongruencias e inconsistencias.
La primera es que la transformación del sistema educativo es un proceso largo, complejo y se presenta entre contradicciones cuando entran en disputa actores diversos en el interior del grupo gobernante, así como los reacomodos de los bloques de poder económico, y los anteriores con los intereses de los sectores populares de mayor conciencia de clase y capacidad de organización.
La segunda, no determinante pero sí muy importante para allanar el camino a la transformación, es crear las condiciones constitucionales que tomen distancia de las nociones filosóficas, políticas y pedagógicas que plantean como fines de la educación la formación de capital humano mediante la calidad o excelencia para reproducir formas organizacionales de la sociedad y de la vida pública, priorizando la producción de ganancia y la acumulación de capital para un núcleo reducido de personas que se apropian del trabajo y de la vida de otros.
La tercera, los cimientos constitutivos de la educación posneoliberal deberán recurrir a las filosofías, cosmovisiones y autenticidades institucionales de la educación propia de cada región histórico cultural, véase el caso del buen vivir en la región andina; además, reconocer que la concepción del sujeto mínimo como ente de capacidades económicas rentables es contrario a la naturaleza humana, porque ésta es diversa. Por tal motivo, demanda un tipo de formación que se defina a partir del desarrollo pleno de sus dimensiones holísticas y de sus múltiples potencialidades para ser, estar, crear y convivir en el mundo comunitario, social, natural y de la ciudadanía planetaria.
La cuarta, el modelo gerencial de gobernanza del sistema educativo nacional y de gestión empresarial de las escuelas, que cosifica la totalidad de interacciones humanas en relaciones de producción de ganancia y de valores sociales mediados por el mercado, tendría que ser abandonado por otro en el que la gobernanza tome sentido en la participación directa, constante y protagónica de la sociedad en la orientación de la política pública, justamente como promovieron los docentes de la rebelión magisterial por medio de los Congresos Estatales Populares de Educación y Cultura para tender un puente de diálogo directo con los actores de la ciudadanía, sin que éstos sean invalidados por los congresos legislativos que terminan por suplantar la voz del pueblo.
Este otro enfoque de gobernanza escolar tiene que ser horizontal, desburocratizado y distributivo de las relaciones de poder para decidir en núcleos de colectividades que van de los consejos escolares a la república de las infancias y juventudes o las asambleas de los padres y madres de familia. Esta perspectiva es radicalmente opuesta a los mecanismos de participación que se proponen administrar la precariedad financiera de las escuelas y descargar económicamente la responsabilidad del sostenimiento de los centros educativos en las familias.
La quinta, transitar de la crítica al currículo al currículo crítico; es decir, de la sola caracterización neoliberal y neocolonial de los planes de estudio a la elaboración de contenidos, materiales educativos, libros de texto y cartillas pedagógicas con perspectivas de la historia no eurocéntrica; de la geografía viva en las regiones y la geopolítica; de la ciencia denominada del segundo orden porque toma conciencia de cómo se construye el conocimiento desde los sectores subalternos y desplazados por los elitismos tecnocientíficos; de la ciudadanía política global y ambientalista de la tierra que se concibe en una sola humanidad diversa donde no hay nacionalismos culturalmente superiores ni supremacías raciales como las que están alentando las corrientes neofascistas.
La sexta es la urgencia por romper los cercos de la cultura enciclopédica de los aprendizajes, suministrados en currículos únicos y prestablecidos, para dar paso a la construcción dinámica e investigativa de otros aprendizajes críticos y transdisciplinares que emerjan de la curiosidad cognitiva de las niñeces en sus contextos pluriculturales y también a la elaboración de planes educativos problematizadores que coloquen al centro las necesidades de los territorios y los saberes ahí constituidos.
La séptima es la formación inicial y continua de nuevos educadores que trasciendan las pedagogías únicas y estandarizadas del enfoque neoliberal; conocedores de las pedagogías indoamericanas, populares, antiautoritarias, decoloniales, alternativas, críticas y comunales, que además desaprendan las metodologías didácticas instruccionales e imperativas y se apropien de otras que promuevan en los alumnos la construcción activa y dinámica de los aprendizajes basados en situaciones problematizadoras de fenómenos complejos de la realidad socionatural.
Una política pública sin estas y otras mínimas bases para la transformación educativa en México, Colombia u otro país que se reconozca dentro del bloque progresista dejará cimientos endebles ante cualquier viraje gubernamental.
