“El abuso emocional es como el aire en una habitación cerrada. No se puede ver, pero lo sientes todo el tiempo”. – Beverly Engel
La violencia vicaria, definida por la ley como una forma de violencia de género ejercida por hombres hacia mujeres, ha emergido como una problemática que profundiza más allá del ámbito doméstico, extendiéndose a otras facetas de la sociedad, especialmente en la educación de los niños. Esta violencia se manifiesta principalmente a través de los hijos, como medio para causar daño a la madre ha emergido como una problemática profunda que no solo atañe al ámbito doméstico, sino que también tiene ramificaciones significativas en otros aspectos de la sociedad.
Este tipo de violencia, que puede manifestarse desde la manipulación emocional hasta acciones tan extremas como el homicidio, es una alarma que no podemos ignorar. Va más allá del daño físico; desgarra el tejido emocional y psicológico de los niños, dejando heridas que pueden persistir a lo largo de sus vidas. Estos daños no solo se reflejan en la dinámica familiar, sino que también se manifiestan en el entorno escolar, afectando el aprendizaje, el comportamiento y las relaciones interpersonales
Contrario a ciertos mitos, la violencia vicaria no inicia con simples actos de manipulación, sino que tiene raíces más tempranas, específicamente en la etapa del noviazgo. La exposición temprana y continua a este tipo de violencia desgarra el tejido emocional y psicológico de los niños, dejando cicatrices que pueden persistir durante toda su vida.
A pesar de que muchos niños víctimas presentan síntomas como falta de concentración, problemas de memoria, desinterés, dificultades en las relaciones sociales y trastornos del sueño, la cruda realidad es que la mayoría son retirados de las escuelas para no ser localizados. Esto agudiza aún más su vulnerabilidad y los aleja de una posible red de apoyo.
La preocupación sigue cuando consideramos el impacto en el entorno escolar. Los daños psicológicos que los niños experimentan en sus hogares se manifiestan en el aula de manera silenciosa pero devastadora. Los menores pueden llevar consigo el dolor y la confusión que les ha sido impuesto, lo que afecta su capacidad para relacionarse con sus compañeros y docentes.
Las relaciones interpersonales también se ven afectadas. Los niños pueden desarrollar patrones de conducta que dificultan la formación de amistades sólidas y relaciones saludables. La confianza en las figuras de autoridad, como directivos y docentes, puede verse erosionada debido a la traición que han experimentado en el hogar.
En este contexto, la escuela juega un papel crucial. Reconocer las señales de trauma y ofrecer un ambiente seguro y comprensivo puede marcar la diferencia en una vida. La educación emocional y la promoción de relaciones respetuosas son esenciales para contrarrestar los efectos negativos de este tipo de violencia. La violencia escolar puede ser una consecuencia directa de la violencia vicaria. Desafortunadamente, a pesar de que las escuelas podrían ser una solución, en muchos casos son parte del problema. La falta de formación y sensibilización hace que, en ocasiones, el personal evite involucrarse, erróneamente catalogando la situación como un “problema de pareja”.
Como sociedad, la concientización sobre la violencia vicaria y sus consecuencias es fundamental. Necesitamos cambiar paradigmas y fomentar un ambiente en el que los niños puedan crecer libres de crueldad y control. Porque la educación es el camino…