El 30 de septiembre de cada año, suele ser un día trascendental en la vida de cientos de maestras y maestros que por años o décadas dedicaron sus esfuerzos y capacidades a una de las más bellas profesiones que existen, me refiero a la docencia. Y digo trascendental, porque suele convertirse en el último día de actividades en las escuelas o centros de trabajo en los que se hallen asignados, en virtud de haber cumplido con el tiempo requerido para jubilarse.
Sí, pareciera ser fácil decir adiós cuando la entrega, dedicación, pasión y amor caracterizaron el transitar de cada uno de estos profesionales de la educación en sus respectivos quehaceres escolares. Sí, pareciera ser fácil dejar, de la noche a mañana, una labor a la que se entrega el alma, corazón y cuerpo. Sí, pareciera ser fácil dejar, de un día para otro, una actividad que impacta de mil formas en la vida de los seres humanos y, desde luego, en la propia. Es obvio, sin el afán de romantizar dicha profesión, esta decisión nunca será sencilla de tomar, porque 30 o 40 años de servicio tienen un gran sentido y significado si es que de la docencia estamos hablando.
Es valorar y atesorar los inicios, las trayectorias, las satisfacciones, los pesares; en fin, todos aquellos momentos que indiscutiblemente quedarán guardados en el baúl de los recuerdos y en los corazones de las maestras y maestros que tuvieron la posibilidad del encuentro pedagógico con equis cantidad de alumnas y alumnos.
¿Cuántos de estas y estos profesores no tendrán cientos de historias que contar a partir de las interacciones que llegaron a tener con sus iguales, con sus directivos, pero, principalmente, con sus estudiantes? No imagino la serie de relatos que, por ejemplo, esta generación de profesores y profesoras que hoy se jubila pudiera contarnos. Se imagina, ellas y ellos fueron testigos de los (a veces irracionales) constantes cambios de planes de estudio, por ejemplo, en educación básica, del plan 1993 transitaron al 2011 y de este al 2018 y 2022 en un abrir y cerrar de ojos. Nadie, mejor que ellas y ellos, fueron fieles testigos del correr de las políticas educativas impuestas desde el centro a partir de las corrientes pedagógicas que, de la noche a la mañana inundaron el mundo entero: de un enfoque basado en competencias, se transitó a otro donde las capacidades se enmarcan en algo que algunos “sabios” nombraron como humanismo en la Nueva Escuela Mexicana
Y qué decir de los cambios tecnológicos y lo que ello significó en las aulas escolares. A veces, sin la menor capacitación o habilitación, este profesorado pudo ejercer su quehacer con paciencia y prudencia. No es para menos, porque mientras el mundo avanzaba a pasos agigantados, los sistemas educativos como el nuestro permanecían impávidos o, como alguna vez alguien lo denominó como “un elefante reumático”, porque su avance era (y aún lo es) extremadamente lento.
Y bueno, de la pandemia mejor ni hablamos, estas y estos docentes fueron mudos testigos de las pérdidas de compañeros, padres de familia y hasta de alumnos porque, sin que estos últimos hayan perdido la vida, sí dejaron la escuela por el fallecimiento de alguno de sus familiares. Por lo que respecta a esos colegas que perdieron la batalla ante el COVID 19, solo el recuerdo y los buenos y no tan buenos momentos quedarán en quienes hoy se jubilan, con seguridad, también guardados en alguna parte de su mente, sin embargo, también quedará la penosa y lamentable actuación por parte de las autoridades educativas ante esta emergencia. Claro, con seguridad se podría decir que nadie estaba preparado para este tipo de contingencia sanitaria, y es cierto; pero, para ser honestos, nuestras autoridades nunca estuvieron a la altura de lo que ello significaba. ¡Allá que resuelvan las maestras y los maestros! Siempre fue el mensaje que desde el centro se enviaba.
Y qué decir de la absurda e inútil carga administrativa recién asignada; seguro estoy que ellos tendrían la mejor opinión sobre tema tan, pero tan innecesario en cada una de las escuelas.
Estas maestras y maestros han comenzado otra etapa que suele conocerse como prejubilatoria; una etapa que debería ser simple y/o sencilla, sin embargo, la serie de trámites burocráticos absurdos que tienen que cumplir antes de que se acabe este periodo parecen interminables; miren que solicitar una constancia de servicios cuando recién han solicitado su permiso prejubilatorio es por demás ridículo, por no decir estúpido; peor aún, solicitar una cantidad impresionante de documentos para comprobar que efectivamente laboraron 30, 40 o más años es inverosímil, porque, por más increíble que parezca, la SEP (en muchas entidades tampoco lo tienen) no cuenta con un sistema que permita el registro del trabajador desde sus inicios, sus licencias con o sin goce de sueldo, etc.
En lo dicho, el sistema educativo y la misma SEP es un elefante reumático al que de plano nadie le quiere apostar para que ya no lo sea. En fin.
Ellas y ellos dejan un legado importante en sus centros escolares. Se quedan otros tantos docentes más a realizar el quehacer más importante de todos: educar a las y los futuros ciudadanos. Sí, se quedan con un reto muy grande y sin el apoyo de sus autoridades educativas. Otros se van, espero, con la satisfacción del deber cumplido. ¡Y vaya que lo hicieron! Aunque, desafortunadamente, sin el apoyo de sus autoridades educativas, a quienes, desde luego, tampoco les importará que no vayan a tener una pensión digna.
Enhorabuena maestras y maestros que en las próximas semanas recibirán un documento que dirá que ya son docentes jubilados; no obstante, seguro estoy que para muchas y muchos de nosotros, ustedes seguirán siendo nuestras y nuestros maestras y maestros.
¡Gracias!, ¡gracias por todo!