La profesora Aidee Morelos Reséndiz tiene 38 años, es originaria del Puerto de Lázaro Cárdenas, esposa y madre de tres hijos, mujer alegre, amigable y dedicada, a decir de sus compañeros. Proveniente de una familia de maestros, se vio alentada a estudiar la licenciatura en sicología educativa y luego la maestría en sociología de la educación. Desde 2008 se inició en la docencia de secundaria con la materia de cívica y ética, pero como trabajadora eventual, por horas y sin plaza base.
En 2010 su escuela abrió una extensión en la comunidad de Guacamayas, cerca del puerto, pero a 45 minutos de su casa; es decir, le lleva hora media ir y venir de su trabajo. Con ella llegaron otros 11 maestros, también eventuales, que ya estaban laborando en otras escuelas. Les llevó cinco años de gestión ante las autoridades educativas y municipales el reconocimiento oficial del centro escolar con una clave propia en el sistema público 16DST0153N; ahí, donde había sido una huerta de mangos, se cosechó la secundaria técnica 153.
En la secundaria se construyeron tres aulas, la dirección y los baños por medio de programas gubernamentales. Inicialmente, atendieron familias aledañas a la escuela, cuya actividad principal era la albañilería, pero la matrícula se incrementó cuando se estableció un conjunto habitacional adonde migraron las familias de marinos, mineros y maestros, por lo que las aulas fueron insuficientes para atender la demanda de ingreso; sin embargo, los apoyos oficiales para infraestructura y mobiliario ya no llegaron.
Las carencias no sólo se agudizaron en el centro escolar, también para los maestros; Aidee y sus compañeros dejaron de cobrar cada seis meses, el pago de su salario se empezó a prolongar hasta un año, sin derecho a prestaciones ni remuneración alguna en receso escolar; no obstante, debían estar pendientes de no dejar solas las instalaciones en periodos vacacionales. Lo anterior no fue impedimento para echar adelante la escuela, los mentores se organizaron durante cuatro años para vender refrescos en los semáforos, ropa usada en los tianguis populares, activaron la cooperativa escolar, hicieron rifas con aportaciones personales, solicitaron estructuras de sillas y escritorios viejos a otras secundarias de la región para reutilizarlos. Con ayuda de sus hijos, esposos y esposas, alumnos y familias, construyeron tres aulas más de materiales austeros, reconstruyeron la carpintería de los muebles casi inservibles que les habían donado y adecuaron áreas deportivas para el disfrute común de los estudiantes.
Pese a ser una escuela técnica, no tuvo el equipamiento oficial para la variedad de talleres que caracteriza a ese subsistema; fue necesaria, otra vez, la intervención de los profesores eventuales, quienes dispusieron de la mitad del salario que les habían retrasado por un año; tal fue el caso del profesor de refrigeración, que además echó mano de lo que tenía en casa para tener lo mínimo para sus alumnos y evitar el cobro de cuotas a las familias, que de por sí, ya tenían una condición económica difícil.
Cuando el director se jubiló, Aidee tuvo que asumir la encargatura de la escuela, que hoy tiene seis grupos y casi 200 alumnos. Ahora, debe trabajar 20 horas frente a grupo en pagos por servicios eventuales; además, de tareas (sin pago ni clave oficial) de dirección, administración, gestión escolar, atención a los padres de familia y coordinación de 17 maestros; ni uno solo cuenta con plaza de base, lo cual es absolutamente injustificable, porque no se puede creer que la autoridad educativa no se haya dado cuenta durante tantos años. Los profesores no han dejado de trabajar un solo día; hoy han acumulado 66 quincenas sin recibir salario porque la Secretaría de Educación, paradójicamente, no los reconoce como trabajadores, pero sí les exige, a través de documentos personales, las evaluaciones, estadísticas, plantillas de personal y otros requerimientos administrativos, cada vez que han tomado como medida de protesta no enviar información oficial a la autoridad educativa.
Los trabajadores de la secundaria técnica 153 encarnan la vocación histórica del magisterio, el compromiso que muchos docentes tienen con la educación, los niños y jóvenes, por encima de cualquier interés personal. Sin embargo, para Aidee ya son 14 años de haberle entregado su vida a la docencia, de vivir en la incertidumbre laboral y salarial; en el mismo tiempo han pasado tres gobiernos nacionales, tres partidos políticos distintos e igual número de proyectos de reforma educativa, unos se identificaron con el neoliberalismo y otro no. Invariablemente, para todos, la precariedad en que viven las escuelas y los maestros ha sido un asunto de políticas focalizadas para administrar y, en los peores casos, profundizar los problemas de raíz.