¿Qué y quién defiende a maestras y maestros?

¿En qué momento la profesión docente se convirtió en una profesión de alto riesgo?
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En los últimos años y meses, hemos sido testigos de un fenómeno que ha ido creciendo, prácticamente en todos los estados de la República Mexicana, me refiero a una serie de hechos relacionados con algún aspecto de la violencia que se vive a nivel nacional.   

Como parece obvio, los medios de comunicación dan rienda suelta a las notas que invitan a la polémica o amarillismo desmedido, situación que se entiende porque, indudablemente, ese es su negocio. No obstante, tendríamos que detenernos un momento a reflexionar y preguntarnos: ¿qué está pasando en las escuelas y en los hogares o contextos cercanos a las y los estudiantes inscritos en alguno de los distintos niveles educativos?, ¿cuál es el papel de las y los maestros y padres de familia en el proceso formativo de las y los educandos y cuál es la responsabilidad de estos mentores para con sus hijos?, ¿cuál es la propuesta (si es que existe) de las autoridades educativas para propiciar el respeto a las normas legalmente constituidas, o bien, para propiciar el fomento a los valores universales y/o buenas costumbres?, ¿qué podría hacerse para evitar hechos más graves o más violentos que no lleven a lamentar una desgracia como la pérdida de una vida humana?

Preguntas que estoy seguro detonan una serie de respuestas, sobre todo si las relacionamos con el tema con el que inicié esta serie de ideas: el de la violencia.

No hace muchos días escuchaba una noticia en la radio que llamó mi atención; el locutor daba cuenta de que un alumno de cuarto año, al interior de una escuela primaria ubicada en Torreón, Coahuila, había detonado un arma de fuego mientras se encontraba en clases, situación que sembró pánico al interior del plantel escolar, pero también, entre los padres de familia. Curiosamente estos últimos, solicitaron ipso facto la destitución de la directora; esto porque no actuó y les notificó de inmediato. Por lo que respecta a las autoridades, según recuerdo, informaban que habían actuado siguiendo el protocolo establecido a nivel federal, así como el que en la propia entidad se había implementado y que llevaba por nombre Mochila sana y segura. Y bueno, tanta polémica causó este asunto, que el tema llegó al legislativo de esa entidad con la finalidad de que se propusiera un ordenamiento jurídico que salvaguardara la integridad de todos, pero también, que se pensara en hacer obligatorio el que los niños portaran una mochila transparente, con la finalidad de que el padre de familia y la comunidad observaran si en su interior no contenía alguna arma u otro objeto que pudiera causar daño a las demás personas ¡Habrase visto tal cosa! El punto aquí es que, como seguramente salta a la vista, jamás se toca a los padres de familia. ¿No acaso la educación empieza en casa? Pero regreso más tarde sobre esta idea.

No hace mucho (para variar), hallé en las redes sociales una nota que también llamó mi atención; la reportera informaba que unos padres de familia habían golpeado brutalmente a una profesora porque había reprobado a su hijo que cursaba la preparatoria, justo cuando la docente estaba dando clases. Según recuerdo, los paterfamilias interrumpieron la sesión para que, además de agredir verbalmente a la maestra, le propinaran tremenda golpiza, solo porque el hijo no había cumplido con los criterios requeridos para que un estudiante pudiera o no aprobar la materia. Esto sucedió en el Estado de México, específicamente, en la preparatoria 24 ubicada en el municipio de Naucalpan de Juárez.

¿En qué momento la profesión docente se convirtió en una profesión de alto riesgo? Fue la pregunta que se formuló en mi mente después de enterarme de los dos casos señalados, pero también, de otros que por falta de espacio no expongo en este momento.

Es cierto, alguien podría decir que las escuelas cuentan con protocolos de seguridad que han sido diseñados por especialistas en la materia para que se actúe en caso de que, por ejemplo, se encuentre alguna arma de fuego en los planteles escolares; desde mi perspectiva, el tema no pasa por contar con ciertos protocolos de actuación en las instituciones educativas, sino por la indefensión de la comunidad y de los profesores por la irresponsabilidad de muchos padres de familia que, aunque dicen estar preocupados por el bienestar de sus hijos, la verdad de las cosas es que no es así, y la muestra más palpable está en los dos ejemplos expuestos.

¿Cuántos docentes y directivos no encuentran a diario algún artículo u objeto que el estudiante haya llevado de la calle o casa a la escuela, llámese medicamentos, cigarros, bebidas embriagantes, droga, cuchillos o navajas, pistolas de diferente calibre y un largo etcétera más?, ¿cuántos padres de familia acuden a la escuela cuando son requeridos por el personal que ahí labora porque a su hijo o hija le fue encontrado en la mochila, o fuera de ésta, algún objeto de los señalados?, ¿cuántos de esos padres asumen esa falta de responsabilidad y cuántos de ellos culpan al maestro, director o escuela porque su hijo tiene un pésimo comportamiento?

Los tiempos han cambiado y la revisión de protocolos es, hoy por hoy, un hecho apremiante que debería ocupar a las autoridades, directores, maestros, padres de familia y alumnos, principalmente a estos últimos, es decir, a los padres y a sus respectivos hijos. No sé si la legislar y establecer multas dirigidas a padres de familia que incumplan con estas mínimas responsabilidades (como el revisar las mochilas de sus hijos o el llevar mochilas transparentes) sea la mejor solución a este problema que, insisto, ha crecido.

Creo que nuestros gobernantes, legisladores, autoridades o cualquier funcionario con algún grado de responsabilidad en la estructura educativa, no se han dado cuenta que el padre de familia ha ganado un terreno de enormes proporciones; tal “empoderamiento”, paulatinamente ha desvirtuado el papel del docente y de la escuela porque, hoy por hoy, el docente se siente imposibilitado o en un estado de indefensión ante las acciones que cometen los estudiantes, derivado de un “apapachamiento” por parte de sus padres.

Es cierto, como todo en la vida, hay paterfamilias que cumplen cabalmente con esa responsabilidad, derivado, imagino, del entendimiento de que la educación comienza en casa; no obstante, como ya he dicho, ya son más los padres que no asumen esa responsabilidad, hecho que se manifiesta de inmediato en la escuela.

También es cierto, y esto no debe negarse u ocultarse, que algunos docentes, ya sea que desempeñen una función frente a grupo o como directivos, que lejos de asumir con ética y compromiso su encomienda, no lo hacen, por el contrario, propician esos desencuentros que poco ayudan para que este fenómeno ya no siga manifestándose en las escuelas de nuestro país. Pienso que éstos son los menos, sin embargo, considero que este tema, en alguna de las sesiones del Consejo Técnico Escolar debería ponerse en la mesa, con la finalidad de plantear acciones que, por un lado, consideren los protocolos establecidos y autorizados, pero también, una reflexión profunda sobre el papel de la escuela y los docentes, sin olvidar a quienes son los principales responsables de la educación de las niñas, niños y adolescentes: los padres de familia.

¿Podría trabajarse un poquito sobre esto?

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