Desde hace algunos años, la educación ha quedado prisionera de otras disciplinas. Existe una narrativa tramposa que asegura que la formación escolar de chichas y chicos no ha cambiado desde hace mucho tiempo y que la manera de enseñar es anacrónica u opresiva y, por tanto, se requieren saberes recientes, innovadores y con una mirada científica; por ello, se recurrió a disciplinas como la psicología, la neurociencia –que bien vale la pena preguntarse si dicha área es realmente una ciencia o qué estatuto tiene en dicho campo de estudio, sin embargo, está discusión no forma parte del propósito de este trabajo y sólo dejo la interrogante para invitar al lector a buscar información al respecto-, las inteligencias múltiples y, con ella, la llamada inteligencia emocional y el coaching, se han apropiado de la escena pedagógica para imponer una perspectiva positivista y una visión de la educación que propicia la supremacía del sujeto y su individualidad por encima de las condiciones materiales, históricas, políticas, económicas, sociales y culturales de hombres y mujeres para su formación escolar.
Con esto no se niega la posibilidad de complementar la educación con saberes provenientes de otras áreas, sin embargo, dicha situación no debe generar subordinación y, mucho menos, promover una instrucción que olvide las condiciones contextuales en las que se desenvuelven los estudiantes. Si bien la psicología y la neurociencia han tomado a bien interesarse en temas relacionados con la enseñanza, esto no es suficiente para que la pedagogía quede relegada u olvidada. Basta recordar cómo, durante el periodo neoliberal en nuestro país, se psicologizó la educación y el enfoque constructivista –con su condición relativista- se asentó como parte del modelo educativo básico. Posteriormente, el sistema educativo mexicano asumió un perfil competencial y se apropió de las inteligencias múltiples para justificar su interés en la condición utilitarista y pragmática de la educación, la cual exigía de los estudiantes su capacidad para la resolución de problemas y el desarrollo de habilidades prácticas, para ello, recurrió a los presupuestos teóricos de Howard Gardner. A esto se agrega que la gestión de las emociones adquirió gran relevancia debido a la relación entre las posturas psicologistas –que posicionan al individuo como centro del ámbito educativo (paidocentrismo) y lo ubican como único responsable de su condición existencial- y la globalización neoliberal que exige sujetos de rendimiento, con mayor adaptabilidad a las demandas del mercado mundial y, por supuesto, un estado anímico y emocional que garantice el aumento de la producción por parte de la clase trabajadora para, así, incrementar las ganancias económicas en favor del modo de producción capitalista y evitar la insubordinación laboral. Así mismo, se implementó el aprendizaje basado en proyectos que, más que una propuesta metodológica, procuró amoldar a los estudiantes a los requerimientos de la organización social del trabajo neoliberal, por ejemplo, trabajo en equipo, flexibilidad, disponibilidad, diálogo, asertividad, resiliencia y empatía, colaboración, innovación, actitud positiva –condiciones necesarias para la formación de capital humano-.
Finalmente, el secuestro de la educación no fue casual, más bien, fue planeado y razonado, con miras a cumplir las exigencias del siglo XXI –como lo mencionan los textos oficiales de la SEP del periodo neoliberal-. Dichas demandas deberían dejar de lado una educación disciplinaria y crítica, para dar paso a una instrucción que garantice la formación de individuos capaces y competentes, adaptados a la nueva era del rendimiento global, la era de la fragilidad emocional y la fragmentación social, que tienen como propósito impedir que los sujetos se organicen para enfrentar los problemas sociales, ecológicos y laborales (productos de las políticas económicas mundiales) que los aquejan. Así, la educación, por su gran impacto en la mayor cantidad de sujetos desde edades tempranas –como lo mencionara con anterioridad Althusser-, tuvo que subordinarse a los preceptos de disciplinas cientificistas, alejadas de objetivos pedagógicos y con miras a la conformación y reproducción de una nueva fuerza de trabajo.