Espacio, poder y género en las escuelas

No basta con notar la desigualdad; hay que intervenir sobre ella.
Escuela

“La escuela transmite y legitima una cultura dominante a través de prácticas invisibles que perpetúan las desigualdades.” – Bourdieu, P. y Passeron, J.C.

En pocas ocasiones nos detenemos a ver como lo que sucede al interior de los centros educativos es, tanto un reflejo de lo que se advierte al interior de los hogares, cómo el efecto que tiene por la manera en que, en forma aparentemente inocente e inadvertida, se desarrolla la configuración de espacios de apropiación que toman al moverse las niñas, niños y adolescentes en los patios de recreo y espacios escolares.

Cada día, miles de niñas, niños y adolescentes transitan los espacios de los centros escolares, sin que nos detengamos a pensar en cómo estos entornos físicos también educan y modelan conductas, valores y percepciones sobre el mundo y sobre sí mismos. Los patios escolares, por ejemplo, lejos de ser simples lugares de recreo, funcionan como escenarios donde se reflejan y reproducen patrones sociales profundamente arraigados. Al observar cómo se distribuyen en ellos los cuerpos, cómo se ocupan los espacios y quiénes acceden al centro o se mantienen en los márgenes, podemos advertir dinámicas que perpetúan desigualdades y, sin proponérselo, refuerzan roles de género que luego se trasladan a otros ámbitos de la vida social.

Es común encontrar que los niños tienden a ocupar el centro del patio, dominando las zonas de mayor visibilidad y movimiento, mientras que las niñas se desplazan en los bordes, en espacios secundarios o menos dinámicos. Esta distribución espacial no es trivial. Habla de cómo se internalizan desde edades tempranas las jerarquías de poder, la apropiación del espacio público, la visibilidad y el protagonismo. Lo que parece una elección libre es, muchas veces, resultado de una estructura que ha sido pensada desde una mirada poco sensible a la equidad, que no se ha cuestionado el valor simbólico y funcional de cada rincón del entorno escolar.

Al permitir y no cuestionar estas ocupaciones desiguales, se siembran semillas que germinan en relaciones de pareja marcadas por el control, la invisibilización o la sumisión, en ambientes laborales donde algunas voces tienen más peso que otras, en vínculos sociales donde la presencia de unas y otros no tiene el mismo valor ni genera las mismas posibilidades. De ahí que visibilizar esta realidad sea el primer paso hacia la transformación. No se trata únicamente de rediseñar los patios, sino de rediseñar nuestras prácticas, nuestras formas de mirar y de intervenir en lo cotidiano, para que todos y todas tengan acceso equitativo a los espacios y a lo que estos simbolizan: la oportunidad de jugar, convivir, aprender y expresarse con libertad.

Incorporar esta perspectiva en el diseño escolar no es una tarea menor. Implica voluntad institucional, formación docente con enfoque de género, participación de la comunidad educativa y sobre todo, una sensibilidad social que nos permita entender que la equidad comienza en los detalles. Reconfigurar el uso de los espacios no solo mejora el ambiente escolar, sino que incide en la construcción de una sociedad más justa, en donde hombres y mujeres puedan establecer relaciones más sanas, basadas en el respeto, la corresponsabilidad y el reconocimiento mutuo.

Conscientes de ello, es momento de pasar de la observación a la acción. No basta con notar la desigualdad; hay que intervenir sobre ella. Redistribuir espacios, promover juegos inclusivos, diversificar las actividades, revisar las normas implícitas del recreo y, sobre todo, dialogar con niñas y niños para hacerlos parte de una transformación que les pertenece. Así, el patio escolar puede convertirse en un verdadero laboratorio de equidad y convivencia democrática, sembrando desde la infancia las bases de una sociedad más armoniosa y respetuosa. Porque la educación es el camino…

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