De los parques a las pantallas

La tecnología, en su innegable utilidad, ha desdibujado los límites entre lo virtual y lo real...
Tabletas y celulares

La soledad no es la ausencia de compañía, sino la incapacidad de sentir que somos vistos»— Johann Hari

La rápida integración de dispositivos tecnológicos en la vida cotidiana ha transformado no solo la forma en que nos comunicamos, sino también los cimientos de nuestra convivencia. Tabletas, teléfonos móviles y consolas de videojuegos, herramientas diseñadas para conectar, han terminado por fisurar —paradójicamente— los lazos más esenciales. Las interacciones familiares, antes tejidas en conversaciones alrededor de una mesa o en juegos al aire libre, hoy compiten con pantallas que absorben la atención de niñas, niños y adolescentes. Los parques, otrora espacios de risas y carreras, se han convertido en testigos mudos de una ausencia que duele: la infancia y la adolescencia se repliegan hacia mundos virtuales, mientras la soledad y la introversión se instalan como compañeras silenciosas. La pandemia no hizo más que acelerar este proceso, confinando cuerpos y mentes a habitaciones iluminadas por el resplandor azulado de las pantallas, donde el movimiento físico se redujo y el diálogo se fragmentó en mensajes efímeros.

Esta realidad plantea preguntas incómodas pero urgentes. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar como sociedad por la comodidad que ofrecen estas tecnologías? La obesidad infantil, el aislamiento emocional y la pérdida de habilidades sociales básicas no son meros efectos colaterales, sino síntomas de un desequilibrio profundo. ¿Hemos normalizado que un “me gusta” sustituya una sonrisa compartida, o que un emoji reemplace un abrazo? La tecnología, en su innegable utilidad, ha desdibujado los límites entre lo virtual y lo real, dejando a muchas infancias atrapadas en una burbuja donde la empatía se ejerce a través de un teclado y la autoestima se mide en seguidores.

Ante esto, cabe preguntarnos si estamos construyendo entornos que prioricen el bienestar integral de las nuevas generaciones. ¿Cómo reimaginar los espacios públicos para que vuelvan a ser imanes de juego y socialización? ¿Qué papel deben asumir las familias, las escuelas y los gobiernos para equilibrar el uso de la tecnología sin demonizarla? No se trata de rechazar los avances, sino de rescatar lo humano en medio del ruido digital. La pandemia nos enseñó que la adaptación es posible, pero también reveló nuestra vulnerabilidad ante la desconexión. ¿Seremos capaces de fomentar una cultura donde la tecnología complemente, en lugar de suplantar, las interacciones que nos definen como seres sociales?

El desafío es colectivo. Mientras las calles y parques esperan a ser repoblados de vida, queda en nuestras manos decidir si permitiremos que las pantallas sigan dictando el ritmo de nuestras relaciones o si, por el contrario, recuperaremos el arte de mirarnos a los ojos, de correr bajo el sol y de construir memorias que no dependan de una batería. La infancia no es un ensayo; cada risa ahogada en el silencio de una habitación es una oportunidad perdida. ¿Estamos listos para actuar antes de que el eco de esas risas se vuelva irreconocible? Porque la educación es el camino…

https://manuelnavarrow.com

[email protected]

TEMÁTICAS: