Una entrevista con Lázaro Cárdenas…

Caminaba pensativo, cavilante. Las calles de Chilpancingo pueden parecer algo arcaicas. El camino me detuvo ante la impresión de percibir a alguien ...
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Caminaba pensativo, cavilante. Las calles de Chilpancingo pueden parecer algo arcaicas. El camino me detuvo ante la impresión de percibir a alguien observándome. Giré un poco para ver quién era. Lejos de la luz que menguaba alcancé a ver una figura humana oscurecida por las sombras del crepúsculo.

Conforme avanzaba me percaté de su rigidez. Su semblante hierático me intrigaba. Un hombre de unosc incuenta o sesenta con la mirada fija al frente. Apenas unas cuantas arrugas que ornamentaban su recortado bigote y disimulaban la desproporción de sus orejas. Para ser una estatua antigua en la soledad de una plaza no se veía nada mal. Supe de inmediato que se trataba de Lázaro Cárdenas. El general. El presidente. El ‘Tata’.

–¡Buenas mi general! –saludé con formalidad militar–, ojalá pudiera oírme.

–Lo escucho –contestó estirándose tras décadas de inmovilidad.

La mirada que le sostuve no pudo menos que ser sorpresiva y, en cierta manera, temerosa.

–¿Así como los políticos Don Lázaro? –pregunté algo insidioso.

–Así como a los miles de campesinos que escuché durante mi gobierno. A quienes incluso fui a oír hasta en las montañas.

–Eso sí que se lo admiro mi general –dije–, ojalá que así fueran los políticos de hoy.

–¿Y cómo está la política de hoy? –preguntó afanoso.

<<Por un momento no supe qué contestarle. Decirle la verdad o suavizarla>>.

–Mmmm… Don Lázaro. Si le dijera. Vivimos en la era de la demagogia, la oligarquía, la hegemonía y lo peor de todo: la cleptocracia. Se ha perpetuado la concesión de puestos como retribución a la lealtad y la disciplina. Han acostumbrado a la sociedad a sólo estirar la mano para recibir la próxima dádiva. Y hasta hace poco, ninguno de los partidos se ponía de acuerdo.

<<En efecto, opté por suavizársela>>.

–¿Y por qué dice usted ‘hasta hace poco’? –preguntó angustiado.

–Porque ya tenemos nuevo Presidente, Don Lázaro. Y ajustándole la rienda a todos, con amplia legitimidad busca dar las soluciones que México viene pidiendo a gritos desde hace tiempo.

–¡Qué barbaridad! Dígame, ¿y ya gobierna la oposición? ¿Cuántos partidos hay?

–Pues una de ellas, el PAN, ganó dos elecciones Don Lázaro, eso de gobernar nada más no se les dio. Como le dijo Don Plutarco: “Íbamos para atrás”. ¡Y cuántos partidos no hay! Los importantes son eran tres, pero ya ninguno tiene fuerza. El de izquierda <<o así se dicen>> fue idea de su hijo Cuauhtémoc, hoy ya se llama MORENA.

–¡Ah que mijito! Siempre me dijo que quería ser presidente. ¿Lo logró?

–Casi. De no ser por Salinas lo hubiera sido. Pero a sus más de 80 años creo que ya no lo vuelve a intentar.

–¿Y qué me cuenta del petróleo? ¿Sabía que lo expropié de los extranjeros por su prepotencia y evasiones fiscales?

–El petróleo fue el tema del sexenio pasado Don Lázaro. Se expropió del monopolio extranjero para cederlo, con los años, a uno nacional. Una prebenda que sólo beneficia oligárquicamente a unos cuantos y no a todos los mexicanos. Hasta hace poco, el país estaba polarizado porque una de las reformas priistas modificó el artículo 27 para romper con ese monopolio. Y los partidos de oposición han jugado con la bandera de su nombre para lucrar políticamente.

–¡Qué barbaridad! –contestó evidentemente afligido–. Algo de ello escuché a un grupo de jóvenes que marcharon por aquí. Creo que se decían lopezobradoristas. ¿Es ese su presidente?

<<No pude contener una efímera carcajada>>.

–Siempre fue la oposición más radical. El candidato presidencial vitalicio. Pero ya es Presidente.

Debo admitir que sus diagnósticos son muy buenos. Expresa la realidad de los problemas en México, aunque cree ser el único legítimo para solucionarlos. Predica una cuarta transformación, pero algunos son incrédulos.

–Mejor cuénteme otra cosa, ¿sabe algo de mi Jiquilpán? ¿Cómo está el gobierno en Michoacán? –Preguntó con algo de optimismo–.

–¡Uh Don Lázaro! ¿Cuál gobierno? Hasta hace poco había pura ingobernabilidad. Los grupos de autodefensas que surgieron y el crimen organizado han apabullado al gobierno estatal. La intervención del gobierno federal fue forzosamente inevitable. La siembra de esperanzas en sus habitantes cosechó nada más que reclamos.

En un instante, los dos contemplamos con mirada fija una columna que se ubicaba frente a nosotros. El epígrafe desplegaba: “Honor y lealtad por México”.

–Negar que yo terminé mi periodo presidencial en medio de una notoria impopularidad sería querer tapar el sol con un dedo –me dijo algo reflexivo–. Mis intenciones fueron buenas, mis resultados quizá no como esperaba. Luché por la justicia social. Repartí la tierra. Impulsé la industrialización nacional. Expropié el petróleo. Alojé españoles sin patria. Y aún así, no fui el presidente que México esperaba. Percibo una similitud entre su tiempo y el mío. Quizá la culpa no sea sólo de la clase política, sino de la sociedad. Esa sociedad que prefiere extender la mano, que levantarla y trabajar. Que prefiere criticar a tomar la iniciativa. Que emula de la clase política sus tendencias clientelistas y corrompidas.

Que prefiere callar cuando le conviene pero gritar cuando le afecta. Que prefiere que le cuenten a conocerlo por sí misma. Y contra esa sociedad, es difícil para cualquier gobernante…

Aquello me dejó quebrantado, sin palabras.

–Mi querido amigo, ha sido un placer despertar de mi letargo para conversar sobre nuestra patria.

Lo que me sigue intrigando es conocer ¿de qué lado está usted? ¿Izquierda o derecha o centro?

–Del lado de México Don Lázaro.

–Yo también.


Twitter: @EdgarGarcíaHz

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