Sócrates jubilado

Hay demasiados prejuicios que dañan la convivencia entre los seres humanos. Nos circunda la xenofobia, el racismo, la homofobia, la misoginia...
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Hace tiempo Juan Villoro afirmó en un artículo que publicó el periódico español, El País (10 de octubre del 2015), que en nuestra época no se pretende matar a Sócrates, sino jubilarlo. La afirmación se desprende del recorte que ha sufrido el área de humanidades en los currículos escolares de educación básica y media superior, y la expresión de “Sócrates jubilado” se traduce como una renuncia hacia el sentido crítico que debe cultivar el individuo. En parte, como ya lo hemos publicado en este espacio, esa tendencia en la educación se debe a la dinámica económica que ha dominado a la sociedad global desde hace poco más de 30 años. Una dinámica que exige la construcción de habilidades antes que de pensamiento crítico. Desde la UNESCO se planteó con el informe Delor’s a principios de la década de los 90’s del siglo pasado, la enseñanza de una educación integral, que privilegiara cuatro competencias centrales: el conocer, el hacer, el bien estar y el ser. En los hechos, se ha impuesto el hacer por encima de las otras tres competencias. Incluso se llegó a constituir el ser, como un elemento ornamental en la educación y poco a poco se fue quitando de los currículos materias como la filosofía, la ética, la educación cívica o contenidos vinculados a las humanidades.

Así, el resultado que tenemos en este momento con respecto a la filosofía y la educación, no es una situación casual. Es parte de una situación deliberada, puesto que se determinó que la filosofía era un contenido inútil –para decirlo suave- que en nada beneficiaba a los niños. El resultado: un alumno que cuando llega a nivel universitario tiene dificultades para pensar de forma abstracta porque no tuvo acercamiento alguno con contenidos filosóficos.

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No obstante, en esta situación también lleva parte de culpa la escuela: cuando la filosofía formó parte del currículo, el contenido que se impartía –como diría un colega- terminaba siendo historia de la filosofía y no filosofía; es decir, se le enseñaba al niño la historia de las ideas propuestas por los filósofos griegos, en un tono abstracto y sin relación directa a la realidad de los niños. Lo que terminaba resultando de todo aquello, era un niño que se aburría y, en efecto, la filosofía pasaba por ser un almanaque de cosas de las que se tenían que deshacer. En otras palabras, con la práctica de la enseñanza de la filosofía se le dieron los argumentos suficientes a aquellos que tenían pretensiones de “modernizar” el currículo para adaptarlo a las nuevas circunstancias de la “sociedad del conocimiento” –las comillas tienen un tufo de sorna-.

Se cometió un error, entonces. Y se desperdició la oportunidad de acercarle al niño un contenido cercano a su realidad. Y lo afirmo en ese sentido, porque si algo tienen los niños son preguntas. Pongo un ejemplo: hay un libro que compiló Gemma Elwin Harris y se intitula “Las grandes preguntas de los niños y las sencillas respuestas de los grandes expertos” –el libro está en la red y puede ser consultado de manera directa-. Se trata de un ejercicio donde la autora recopila un conjunto de preguntas que se desprenden de la curiosidad de los niños y las hace extensivas a un conjunto de expertos en diversas áreas de estudio.

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El libro es extraordinario precisamente por las preguntas que llegan a integrar los niños. Preguntas como por ejemplo “¿Por qué mandan los mayores?”, “¿El cerebro humano es lo más potente sobre la faz de la tierra?”, “¿Por qué hay gente cruel?” o “¿Por qué hay gente con distintos colores de piel?”. Todas estas preguntas son preguntas filosóficas y la respuesta a cada una de ellas representa una prueba de la utilidad que tiene la filosofía para comprender el contexto que rodea a los niños. En el caso de la última pregunta, por ejemplo, la pregunta es tan importante porque la respuesta aclara uno de los prejuicios más lacerante en el ser humano, el racismo. En este caso, la respuesta que se presenta le corresponde a un escritor científico llamado Carl Zimmer, y para efecto señala lo siguiente:

“La piel contiene células especiales que fabrican grupos de moléculas oscuras a las que llamamos pigmentos. Hay grupos distintos de colores que, al combinarse, pueden dar lugar a todavía más colores. (…) El pigmento actúa como un protector de sol natural. La luz del sol contiene energía peligrosa que puede producir quemaduras e incluso una enfermedad que se llama cáncer. Cuando la luz del sol peligrosa llega a la piel, el pigmento puede atraparla e impedir que perjudique a la persona. En África, el sol es muy intenso por lo que la piel oscura es un potente escudo protector contra el cáncer” (p. 71).

Luego pues, el color de la piel es un proceso químico que genera nuestro cuerpo para protegerlo de la luz del sol. Y ello tiene que ver con la geografía: a una zona donde llega más fuerte la luz del sol, el cuerpo produce más pigmento. De ahí la piel oscura del ser humano. Seguramente quien esté leyendo este artículo no conocía esta información. Ahora ya la sabe, y se generó por la curiosidad de un niño. Ese poderoso instrumento con el cual se genera el aprendizaje.

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Si la enseñanza de la filosofía llegase a los niños de esta forma, los niños estarían encantados con este contenido. En palabras de un experta en filosofía y ética, Adela Cortina, “la filosofía tiene que salir de la vida y servir para la vida”. En otras palabras, la filosofía tiene que “mancharse las manos”, y los que la enseñan tienen que remangarse las mangas de la camisa y hacer de la filosofía algo “vivo” y “cercano” a la vida de los alumnos. ¡Y vaya que necesitamos esto, puesto que nos estamos extraviando como sociedad! Hay demasiados prejuicios que dañan la convivencia entre los seres humanos. Nos circunda la xenofobia, el racismo, la homofobia, la misoginia, y en los últimos años un prejuicio asoma de manera amenazante, la Aporofobia, es decir, el rechazo a los pobres.

Para enfrentar todos estos prejuicios nos sirve la filosofía.

Y citando nuevamente a Juan Villoro, habrá que sacar de la jubilación en la que se encuentra Sócrates en este momento, porque necesitamos de manera urgente la filosofía en los salones de clase.

Por cierto, ¿cómo sería ese Sócrates hoy en día? O mejor dicho, ¿qué tipo de Sócrates necesitamos para la  enseñanza de la filosofía en el siglo XXI? Me parece que un tipo como el argentino Darío Sztajnszrajber, que ha hecho de la filosofía una moda en Argentina.

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