¿Por qué regresar a José Vasconcelos al IEEPO?

Una de las imágenes que tengo de mi primera visita al edificio principal del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO) es un retrato al ...
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Una de las imágenes que tengo de mi primera visita al edificio principal del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO) es un retrato al óleo de José Vasconcelos, puesto a ras del suelo, olvidado junto a la puerta de un baño, vandalizado en la protesta realizada por los normalistas que ingresaron violentamente al Instituto en marzo de 2014, y en la cual quemaron muebles y expedientes.

Ver un retrato ajado de Vasconcelos no es de las mejores bienvenidas que un director General recién nombrado pueda tener. Más que un augurio de los meses que vendrían, era un indicador de cómo estaban las cosas en Oaxaca en materia educativa. Aquel personaje que dijo: “Que la mejor casa de Oaxaca sea la escuela, el templo de los modernos”, era, tristemente, agredido en su efigie por la ignorancia de quien no valora su obra.

Restaurar es un vocablo que significa volver a poner en su estado original alguna cosa, restituir, volver a establecer algo. No me ocuparé de la mano anónima que en un afán de apostasía rasgó la tela del cuadro a la altura de la mejilla izquierda, porque el hecho va más allá del óleo, prefiero ir a la trascendencia de Vasconcelos en estos momentos de transformación educativa en la tierra que lo vio nacer en 1882.

En su tiempo, Vasconcelos fue un visionario no ajeno a la crítica bien y malintencionada. De su edición de libros clásicos, se criticó el por qué el Estado tenía que gastar en textos que nadie comprendía; de su apego a las bibliotecas se minimizaba su impacto; a su voluntad redentora se le tachaba de lunática; tal y como a Madero se le hizo lo propio con la fe democrática.

Intentar cambiar las mentalidades molesta a quienes no desean ver afectados sus privilegios y controles sobre las demás personas. Pero, contra todo eso, Vasconcelos tuvo la valentía y el coraje para sembrar y cosechar en su presente y hasta nuestra época. El tema educativo no sería el mismo sin su acción para redimir al mexicano. Qué fácil escribirlo. Qué difícil lograrlo.

Desde mi llegada a la Dirección General, traté de revalorar y recuperar su legado no por un acto de nostalgia, sino de estricta justicia con un oaxaqueño que nos sirve de referencia para romper un paradigma.

Traer el pasado al presente y conectarlos con un fin, para que éste tenga contenidos, pero sin que aquél lo estanque ante los nuevos retos de nuestro tiempo. Traer el pasado al presente y conectarlos con un fin, para que éste tenga contenidos, pero sin que aquél lo estanque ante los nuevos retos de nuestro tiempo.

Vasconcelos significa todo lo contrario a los vicios que han venido aquejando a nuestro sistema educativo. Él, al crear la SEP, hace casi un siglo, pensó en un ministerio de gente honesta, proba, trabajadora. Pero a estas categorías se sumaban dos más: amar la vida y servir a los demás. Para Vasconcelos, desperdiciar la vida era una forma de impedir el crecimiento del propio ser.

Tengo en mi biblioteca circulante que me acompaña a todos mis trabajos desde hace un rato, ejemplares originales de la revista El Maestro, editadas en 1921. En alguna ocasión, a principios de este año, en una visita de trabajo que me hicieron algunos integrantes de la actual Comisión Política de la Sección 22, tomé el ejemplar número 1 donde escriben Torres Bodet, Pellicer y López Velarde, se los mostré y lo puse ante ellos, como quien comparte el pan en una mesa común, quise transmitirles un poco la emoción de esas letras a quienes direccionan el movimiento sindical de 83 mil trabajadores, la emoción me duró apenas un par de minutos ante la seca indiferencia de mis interlocutores que se resume en una simple ojeada, sin ton ni son, sin generarles el mínimo comentario.

Un punto adicional: en los muros del nuevo IEEPO mandé pintar una frase de Vasconcelos que dice: “Trabajo productivo, trabajo útil, acción noble, pensamiento alto, he ahí nuestro propósito”. Esta leyenda fue colocada para conjurar el pasado, precisamente ahí, en ese edificio que ha sido símbolo de conflictos durante más de un cuarto de siglo y que siempre fue la referencia para pasar largas horas de espera, hacinamiento administrativo, insensibilidad burocrática, centro de mítines y punto de partida de constantes marchas y bloqueos. Lo que se hizo con colocar esta frase no es otra cosa que seguir el canon expuesto por el humanista Michel de Montaigne: recordar a todos, la vida que uno debe seguir.

Fue publicado en El Universal

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