El tránsito por la educación superior semeja un juego de serpientes y escaleras.

En México, quienes ingresan a la universidad cumplieron al menos 12 años de esfuerzo y dedicación personales en los grados previos de bachillerato, ...
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Foto: archivo

En México, quienes ingresan a la universidad cumplieron al menos 12 años de esfuerzo y dedicación personales en los grados previos de bachillerato, secundaria y primaria, aunque siete de cada diez que hacen el intento no lo logran, por lo que el desafío de transitar por la educación superior es semejante a “un juego de serpientes y escaleras”, sostuvo el doctor Adrián de Garay Sánchez.

En el recorrido igual puede caminarse de casillero en casillero en línea recta, encontrar vías que permitan un avance más rápido o caer sobre un equivalente a una serpiente y descender hasta reiniciar la ruta, precisó el investigador de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

El libro Las trayectorias escolares universitarias en un tablero de serpientes y escaleras –coordinado por el profesor, la doctora Dinorah Miller Flores y el maestro Iván Montoya Zepeda, todos adscritos al Departamento de Sociología– analiza los senderos que llevan a la continuidad de los estudios, al rezago o al abandono.

La edición condensa una investigación sobre las circunstancias de los alumnos de licenciatura en el primer año de estudios y tomó como caso a la generación que ingresó en el trimestre 13-O a la citada sede universitaria, bajo la premisa de que el atraso y la deserción en ese lapso son los problemas que suelen aparecer en el sistema nacional y, aun cuando las cifras varían de un lugar a otro, aquéllos registraron entre 30 y 40 por ciento.

De los 1,413 inscritos en ese ciclo lectivo, 81.7 por ciento –1,155– continuó el segundo año, pero sólo una tercera parte de quienes cursaron los tres primeros trimestres de manera consecutiva aprobó 75 por ciento o más de los créditos, y otra tercera parte tuvo algún grado de rezago.

Los estudiantes que avanzan y mantienen una aprobación mínima de 75 por ciento concluyen en un periodo de entre cuatro y cinco años máximo, mientras que 85 por ciento de quienes dejaron de inscribir créditos en al menos un trimestre quedan por debajo del umbral del 75 por ciento de créditos aprobados.

En cuestión de género, los autores mostraron que el ingreso de los hombres a la universidad representaba poco más de la mitad: 55.8 por ciento, pero al cabo de un año hubo una disminución absoluta de ambos géneros que afectó más a ellos, quedando en 54.1 por ciento.

En relación con la edad, la población académicamente activa es más joven y con menor variabilidad comparada con el ingreso, lo cual sugiere una especie de selección fuera de la edad normativa –esperada al entrar a la universidad– ya que los mayores encuentran más dificultades para mantenerse activos y sin interrupciones, lo que abona a la hipótesis sobre una oferta de las instituciones públicas aún rígida y poco inclusiva hacia quienes escapan al perfil tradicional: tiempo completo, solteros, de 18 o 19 años, recién egresados del bachillerato, que viven con sus padres y no trabajan o lo hacen pocas horas a la semana.

La información sobre los itinerarios previos a los estudios superiores y en los momentos de transición entre ciclos constituye una parte fundamental para la comprensión de las trayectorias, al haber revelado que 70 por ciento llegó a ese nivel sin retardo, 25 por ciento con algún tipo de demora en los previos y cinco por ciento desarrolló su paso con algún tipo de dilación.

El rezago acumulado es un factor de peso porque afecta negativamente el tránsito y el logro educativos, por lo que la relación entre el alargamiento de las rutas académicas en los grados educativos previos y el avance en la UAM es evidente: a menor atraso en las etapas precedentes, mayor probabilidad de alcanzar procesos con 75 por ciento de créditos y más.

A la inversa, tres cuartas partes de quienes acumularon demora en la fase preuniversitaria replican un paso educativo con menor avance en el primer año; en cuanto a la familia, los investigadores detectaron que poco más de la mitad reside con ambos padres –54 por ciento– o con alguno de ellos; con la madre 20 por ciento y con el padre tres por ciento.

Más de tres cuartas partes mantienen vínculo con el hogar paterno, mientras que diez por ciento con familiares o hermanos; pocos –sólo dos por ciento– han iniciado la ruta de la independencia residencial, sea mediante una relación conyugal o una familia propia y diez por ciento habita con amigos, solo o con otras personas sin parentesco y cerca de 15 por ciento cambió de morada en el periodo analizado.

De esta forma consideran que la cohabitación con pareja y/o hijos, con gente sin parentesco o únicamente con el padre son las categorías que se asocian a un menor avance en créditos, pero vivir con los progenitores, sólo con la madre o solo establece un nexo positivo de dos a uno en la categoría de 75 por ciento de créditos y más.

En relación con el origen social, los profesores diseñaron un índice de movilidad escolar intergeneracional que vincula la escolaridad máxima alcanzada por padre y madre simultáneamente a partir de tres categorías: ambos con educación superior, alguno de ellos con ese grado y ninguno.

Casi la mitad de los integrantes de la generación evaluada proviene de hogares cuyos ascendientes no tuvieron la oportunidad social de realizar estudios universitarios, por lo que son pioneros en la materia en el entorno familiar donde han recibido gran apoyo para adquirir un bien intelectual y cultural.

En cambio 28 por ciento proviene de núcleos en los cuales los dos accedieron a este nivel educativo, no obstante las ventajas atribuidas al capital cultural de los padres como referente en la construcción de habitus escolares y académicos, no se ven impactadas por este factor, ya que poco más de la mitad de los estudiantes rebasó el umbral de 75 por ciento de créditos.

Los profesores identificaron que las prácticas académicas de los jóvenes no se ajustan plenamente al modelo esperado por la institución: por cada hora de clase-pizarrón le corresponde media hora de estudio y/o elaboración de trabajos previos en aula, ya que en promedio deberían dedicarle por lo menos 11 horas o más a la semana y sólo 60 por ciento de ellos lo cumple.

Los autores coincidieron en no incluir en el libro propuestas específicas, ya que “nuestro interés es que se conozcan los hallazgos y que dependiendo del nivel de responsabilidad institucional de los funcionarios se analicen y diseñen políticas diversas”, apuntó el doctor De Garay Sánchez.

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