Celebrar a los maestros

El maestro Wiliulfo –Wily, le decíamos todos- era el director de mi secundaria, la Técnica número 96 en Naucalpan, pared con pared junto al CCH de esa ...
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El maestro Wiliulfo –Wily, le decíamos todos- era el director de mi secundaria, la Técnica número 96 en Naucalpan, pared con pared junto al CCH de esa zona conurbada que rodea por el norponiente a la Ciudad de México. Era el primero en llegar, y cada mañana nos recibía en la puerta, escaneando el arreglo y el ánimo de la variopinta tropa que asistíamos a su escuela. Era su escuela, y era a la vez la escuela de todas y todos. No sólo había turno vespertino y nocturno, sino que la mano segura del capitán Wily, quiero decir, del maestro Wily, conducía el timón de esa enorme nave en la que podíamos estar ahí toda la tarde y toda la noche, hasta el cierre.

Daba clase en todos los primeros, un “Dibujo Técnico” que se convertía en introducción a la vida, a las artes, al respeto… la mejor clase de civismo de la comarca. Era el último en irse, después de haber lidiado con los mil y un conflictos de convivencia, de mantenimiento y de ajuste académico. Nos mantuvo alejados de la droga y la violencia, de la aburrición y la majadería, de la mediocridad y la imposición. Nunca gritó, pero zanjaba con velocidad y tino la situaciones, con la mayor consideración a los dos o tres partes involucradas… con justicia.

Cuando mis profes me mandaban a la dirección por respondón, no me vio como un tipo desajustado que debía ser sometido, sino como una persona inquieta que debía ser retada. Me propuso hacer el periódico de la escuela, a imprimirlo, diseñarlo, ilustrarlo, redactarlo y venderlo. “Si tienes algo interesante qué decirles a tus compañeros, te mostrarán su interés comprándolo”, me dijo. El dinero, sobra decirlo, se destinaba para la tinta del risógrafo. Me empujó a hacer mi primera entrevista, llevar lo preguntón a un portento de las ciencias médicas que dio su nombre a mi secundaria, el Dr. Maximiliano Ruiz Castañeda. Me dio diez pesos y vagas indicaciones para llegar al Centro Médico Nacional, donde el genio tenía su laboratorio. Me enseñó a contestar el teléfono y a redactar “oficios para Toluca”. Me respaldó cuando decidí irme de instructor comunitario, aún cuando mis papás le dijeron que “estaban muy mortificados”, como entonces se decía.

No me alcanza el tiempo, las palabras ni el espacio para hacer el elogio debido al maestro Wily. Curiosamente, nadie le decía “Director”, sino “Maestro”; y realmente era Maestro, con esas resonancias de vocación, liderazgo, visión y ejemplo que están en el corazón de la palabra. Es un caso luminoso de maestro al que le debes mucho, muchísimo en las definiciones de tu vida; ella, él, que te dieron lecciones memorables de historia, mate, taller o ciencias, pero especialmente de congruencia. Según yo, todos tuvimos al menos uno en la vida.

Hace un tiempo otro Maestro, José Antonio Martínez, el director de Profelandia, me invitó/retó a escribir en su medio. Me propuso comentar la relación entre Mexicanos Primero y los maestros de México. Es una vieja deuda, que comienzo a saldar con este breve artículo; aprovechando para pagar dos deudas, comencé por reconocer la deuda de reconocimiento que también tengo con el Maestro Wily. Aprovechando de nuevo, este 5 de octubre celebramos el Día Mundial de los Docentes, que se celebra poco en nuestro país, pero que pienso deberíamos aprovechar. Aquí se puede consultar el tema de este año: “Empoderar al profesorado para construir sociedades sostenibles”: http://bit.ly/1PZ9qUZ . Por qué en México la efeméride es la del 15 de mayo, se reseña en cambio en esta nota de la SEP: http://bit.ly/1OdSOcS .

¿Y cuál es la relación entre los docentes y Mexicanos Primero? Sin duda, una relación compleja. Como ponen –o ponían- en Facebook: “es complicado”. Hemos tenido la oportunidad de mantener constantes diálogos y encuentros con maestras y maestros de diversas partes del país, de contextos diferentes, de modalidades y asignaciones variadas, de todas las edades y condiciones.

Ha habido de todo: interacciones de gran confianza, uno a uno; intercambios epistolares, entrañables; foros públicos con preguntas y respuestas, ásperas y exigentes. Hemos recibido consultas constantes y desde todos los ángulos del país a nuestra organización, pidiendo orientación sobre el contenido y aplicación de la normativa educativa y laboral; en algunos casos, estamos acompañando a los maestros en procesos formales de inconformidad, quejas, denuncias de hechos y amparos, ante irregularidades sobre plazas y nombramientos, aplicación de fondos, pagos.

Hemos realizado talleres con dinámicas de expresión colectiva, que llamamos “En Voz Alta”; convocamos anualmente al Premio ABC Maestros de los que aprendemos, para reconocer el mérito ejemplar de profesores de escuela pública de todo el país; ofrecemos junto con la Universidad de Cambridge un programa de formación para directores de escuela pública, que en su segunda generación en curso llega a más de 300 becados en 28 estados del país.

Tenemos también un importante problema de reputación entre los maestros. En nuestro esfuerzo de contestar la política pública y reprochar la venalidad de líderes sindicales y funcionarios gubernamentales, nuestras expresiones han sido con frecuencia inmoderadas y sin matiz, sin recoger la riqueza de lo sufrido y padecido por los maestros en la labor cotidiana, y se han sentido –muchos- airados por nuestro estilo y ofendidos por nuestros términos. Además de presentarnos ajenos y contrarios a la escuela pública, como empresarios depredadores y vendepatrias, se nos ha acusado de propiciar un ataque desde los medios, de controlar a las secretarías de educación y al Congreso, de servir al Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la OCDE; se nos acusa de buscar el despido masivo e injustificado de maestros. Nos han amenazado, insultado y correteado en Michoacán y Oaxaca; se han hecho marchas, plantones y pintas en nuestras oficinas; circulan emails, tuits y presentaciones de powerpoint que nos presentan como amenaza y como punta de lanza contra los maestros.

Nos hemos encontrado con los maestros en sus escuelas, unas de indignante carencia -en zonas rurales alejadas o en asentamientos suburbanos irregulares- y otras de esforzada dignidad. Hemos revisado cientos de portafolios con las evidencias de su trabajo en aula y del aprendizaje de su alumnos, y hemos elaborado fichas de presentación revisando sus trayectorias, sus diplomas, sus ensayos de reflexión y sus proyectos escolares. Hemos visto horas de videograbación de sus clases, y hemos podido presenciar clases de todo tipo, desde muy estructuradas hasta sesiones inspiradas en la metodología de comunidades de aprendizaje.

Nos hemos dado cita con ellas y ellos en sus casas, en sus fiestas, en plan distendido; hemos viajado juntos. Hemos platicado con ellos en normales y universidades pedagógicas, hemos dialogado y discutido en medio de las marchas y también con “comisiones” en plantón ante nuestras oficinas; en llamadas telefónicas, programas de radio e intercambios de tuits; en cursos y diplomados; en nutridos espacios lúdicos que organizamos para exponer con libertad lo que cada uno, cada una, piensa sobre su profesión y sobre la reforma.

Y por supuesto, todas han sido experiencias muy reales, y por ello lejanas y distintas de quienes hacen alegatos genéricos o se concentran en una anécdota, sea para alabar la reforma desde su obligación o para vituperarla desde su prejuicio.

Hemos aprendido muchísimo, especialmente cuando nos hemos dejado inquietar, poniendo a prueba nuestras visiones previas y ajustando, matizando, enriqueciendo lo que la vida cotidiana en la profesión docente enseña, más allá de toda estadística y revisión de literatura especializada, que –por supuesto- también hacemos.

En fin, nuestra relación es intensa. No dejaremos de darnos y pedirnos aclaraciones, como corresponde a un grupo de activistas y a los miembros de una profesión crucial, a nuestro juicio la más importante de todas. Hoy vale la pena concentrarnos en la celebración: la gratitud, la alegría, el reconocimiento ante todo lo que hemos recibido de nuestros maestros. La reflexión sobre cuánto cambiaron nuestras vidas para ser “la mejor versión de nosotros mismos” no se agota en una fecha, ni se dispersa en lo individual: nada más cierto puede afirmarse que México como nación se debe a sus maestros. Las celebraciones de a de veras se realizan en torno a las personas célebres, dignas de elogio, de escucha y de emulación positiva. No basta celebrar a los grandes maestros y maestros del pasado. Se necesita elogiar, escuchar y emular a los maestras y maestras de hoy.

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