¿Cabe la escuela en la televisión?

Tras el cierre de escuelas por la contingencia sanitaria provocada por el coronavirus, la autoridad educativa federal respondió mediante el programa ...
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Tras el cierre de escuelas por la contingencia sanitaria provocada por el coronavirus, la autoridad educativa federal respondió mediante el programa “Aprende en casa”, con el que se busca dar continuidad a las actividades escolares desde los hogares de los estudiantes. Entre los medios considerados para dar cumplimiento al programa se encuentra la televisión: se han diseñado programas, desde preescolar hasta bachillerato, en los que se abordan los contenidos de los diferentes grados y asignaturas, por espacios diarios de entre dos y cuatro horas. La observación de tres clases de Matemáticas por televisión, deriva en algunas reflexiones sobre los alcances y las limitaciones de este medio frente al aprendizaje y obliga a replantearse la manera en que está siendo utilizada.

En el programa del primero de mayo correspondiente a la asignatura de Matemáticas para tercero y cuarto grados de primaria, acerca de las facciones, es posible apreciar errores pedagógicos considerables, quizá muchos de ellos entendibles dadas de las limitaciones del uso de la televisión como medio de enseñanza. De manera general, se observó una clase que hizo énfasis sobre todo en la definición de conceptos y en la explicación directa de procedimientos formales. La clase analizada duró 22 minutos. Aunque no es aconsejable, la sesión comenzó mediante explicaciones sobre diversos conceptos relacionados con las fracciones, matando así toda posibilidad de que, mediante la experimentación y el descubrimiento, los alumnos los puedan deducir. El recurso que más se utilizó en la sesión fue el cuestionamiento: se plantearon once preguntas cuyas respuestas tenían que ser registradas e integradas a una carpeta de evidencias. La mayoría de esos cuestionamientos hacían alusión a contenidos declarativos, mientras que otra parte a procedimentales. En otro momento de la sesión, se explica al estudiante cómo realizar sumas y restas de fracciones mediante los algoritmos convencionales. No se plantearon problemas a los alumnos. Finalmente, se indicó a los niños contestar por su cuenta páginas del libro de texto, cerrándose así la clase.

En las sesiones del 23 y 30 de abril, de estos mismos grados y misma asignatura, en las que se abordaron los temas de las sucesiones numéricas y los pictogramas, respectivamente, se observa que la estructura de la clase es bastante similar a la ya explicada.  Evidentemente, por las limitaciones de tiempo y de interacción entre el emisor y los receptores, sería prácticamente imposible una sesión de Matemáticas por televisión que contemple partir de situaciones problemáticas para posteriormente reflexionar acerca de los procedimientos informales que emplean los estudiantes. Si en los documentos pedagógicos educativos oficiales se insiste que la esencia del aprendizaje de las Matemáticas es la resolución de problemas, siendo esto difícil cumplir con esto a través de la televisión, ¿vale la pena de todos modos hacer el intento? ¿qué tan probable es que sea exitosa una clase de Matemáticas basada en el bombardeo, cada dos minutos en promedio, de preguntas a los alumnos privilegiando sobre todo aspectos declarativos de los contenidos? ¿qué probabilidades hay de que el estudiantado mexicano, que en diferentes pruebas estandarizadas como PLANEA y PISA ha demostrado deficiencias mayúsculas en Matemáticas, resuelva sin acompañamiento las páginas del libro de texto que se indican en la televisión?

Se hace necesario entonces reconocer las limitaciones que la televisión tiene para fungir como un medio de enseñanza, sobre todo en aprendizajes formales como los referidos en este escrito. Es indiscutible el acierto de la autoridad educativa al hacer uso de la televisión, dado que es el medio que mayor alcance puede tener entre los mexicanos.  No obstante, no se debe perder de vista la manera en cómo se está utilizando. Los encargados del diseño de esta opción deben verificar cuidadosamente qué partes del currículo pueden ser cubiertas. Abarcar por abarcar, lejos de producir beneficios a los alumnos, podría dejar aprendizajes, en el mejor de los casos, mecánicos y poco significativos, sino es que hasta erróneos.

Es preciso reflexionar sobre las posibilidades de conseguir a través de la televisión aprendizajes formales como los mencionados.  Dada la naturaleza de un programa televisivo en el que evidentemente la interacción entre el emisor y el receptor es limitada, tendrían que seleccionarse cuidadosamente los tipos de aprendizaje que se desean promover en los espectadores: se antoja complicado, por ejemplo, que el alumno comprenda y aplique significativamente procesos como la adición de fracciones, llevando por consiguiente a tener que optar la mecanización o el énfasis en conceptos. Por el contrario, se aprecia que la televisión pudiera ser más efectiva en otro tipo de aprendizajes: los relativos al juicio moral (a través, por ejemplo, de películas que planteen dilemas), la apreciación artística (conciertos musicales, lecturas de obras clásicas) o incluso el desarrollo de habilidades físicas (coreografías, rutinas).  En suma, no todo lo que se enseña en la escuela puede ser enseñado en la televisión, o al menos no con la misma efectividad. Debe haber un cuidado muy especial en la forma en cómo se plantean los contenidos e incluso en su depuración para ser presentados por televisión.

En la conferencia matutina presidencial del 21 de abril, el titular de la Secretaría de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán, mencionó que la pandemia ha venido a demostrar que los maestros “son insustituibles”. En sintonía con lo anterior, la propuesta televisiva, al igual que las demás alternativas para aprender desde casa, debería reconocer aquellos espacios curriculares en los que es prácticamente indispensable la presencia de un profesor; aludiendo al discurso del secretario, en el que declaraba que sobre los maestros la sociedad preguntaba con asombro “¿cómo le hacen?”, hay espacios del currículo en los que la capacidad y experiencia de los profesores son prácticamente imprescindibles, sobre todo en niveles educativos donde la autonomía didáctica de los estudiantes está lejos de consolidarse.

Dice el sabio refrán que “no hay que pedirle peras al olmo”. En efecto, no hay que esperar de la televisión lo que se logra en la escuela. No es despreciar el aporte que este valioso medio de comunicación puede dar a la causa educativa, sino distinguir con claridad sus posibilidades y límites. Vale la pena hacer un alto en la propuesta educativa a distancia, preguntarse, no obstante las prisas por la emergencia, si la metodología es la adecuada o si las cientos de preguntas que al final del encierro los alumnos habrán acumulado en su carpeta de evidencias reflejarán un aprendizaje real y trascendente. Valorar si es adecuado aventurarse por tareas de aprendizaje complejas, que sin ayuda de un maestro difícilmente puedan lograrse atinadamente.  Si la televisión busca conseguir lo que se logra en la escuela, como institución formal, los resultados de ninguna manera podrán ser los mejores. No es posible reproducir la escuela en una pantalla (de televisión, computadora, tableta, celular). La escuela tal como la conocemos no entra, ni con calzador, en la televisión.


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