A mayor escolaridad, ¿mejor vida laboral?

En términos educativos, existe una polémica similar al dilema del origen del huevo o la gallina: ¿es la escuela la que determina el límite de la ...
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En términos educativos, existe una polémica similar al dilema del origen del huevo o la gallina: ¿es la escuela la que determina el límite de la sociedad o es la sociedad la que marca los alcances de la escuela? Es innegable que la educación sigue siendo una de las vías por excelencia para la superación del individuo en sus diferentes facetas. Es a través de la asistencia a la escuela que las personas, al menos idealmente, pueden romper las inercias que su origen marcan sobre su destino. En el caso de México, la escolaridad supone, al menos de manera general, el mejoramiento de la vida laboral, pero vale la pena preguntarse: ¿de qué tamaño son los frutos laborales que puede gozar alguien conforme tiene mayores niveles de escolaridad? Para dar respuesta a esta pregunta, no sólo basta observar hacia lo que pasa dentro de nuestras fronteras, sino también más allá de las mismas.

Al dirigir una mirada hacia adentro, en nuestro país las cosas no parecen estar tan mal en cuanto a la relación de la escolaridad con la vida laboral. En México, de acuerdo con el INEE (2018a), la escolaridad es un factor que marca diferencias en las tasas de ocupación, la contratación estable y la remuneración. Por ejemplo, sólo 68.2% de quienes cuentan con escolaridad básica están ocupados, a diferencia del 79.8% de los que cuentan con educación superior. En cuanto a salario, el recibido por éstos últimos es 2.2 veces mayor al de los que apenas culminaron la educación básica. Asimismo, quienes tienen estudios superiores tienen mayores probabilidades de acceder a contratación estable que quienes estudiaron hasta la secundaria: 75.3% de los primeros por 43.3% de los segundos. Es claro pues que, a mayor nivel educativo, se tiene una mejor vida laboral.

Sin embargo, no se debe perder de vista el hecho de el incremento de los niveles de bienestar laboral en consecuencia del aumento del nivel educativo es prácticamente un hecho natural en cualquier parte del mundo. Resulta lógico que quienes tengan mayor escolaridad tengan acceso, como en México, no sólo a empleo, sino a mejores condiciones del mismo. Así pues, es necesario dar una mirada a lo que pasa en otros países del mundo, para aquilatar el bienestar laboral producto de la escolaridad en México. No sólo basta con que la escolaridad marque diferencias en la vida laboral, sino que se debe analizar cuidadosamente la magnitud de esas inferencias. Para lo anterior, es pertinente observar las estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

De acuerdo con la OCDE (2017), las personas de 25 a 64 años que cuentan con educación terciaria (en nuestro país, educación superior), tienen una tasa de empleo del 84%. En el caso de México, la tasa de empleo entre quienes tienen esos niveles de escolarización es del 80%, una de las más bajas entre los países miembros de esa organización. Existen países como Lituania, Islandia, Noruega y Suecia, cuya población con educación terciaria se encuentran en tasas de empleo muy cercanas o que sobrepasan el 90%. La diferencia entre las tasas de empleo de las personas con educación menor a secundaria (media superior en nuestro país) y terciaria, en promedio de los países de la OCDE, es de  27%, mientras que en nuestro país  es de un poco más de la mitad: 15%. Así pues, se observa que existen países en el que la educación superior está cercana a garantizar la ocupación, mientras en México una de cada cinco personas con escolaridad superior se encuentra desocupada. Asimismo, no existe una diferencia tan amplia, como en otros países, entre la tasa de empleo de quienes tienen educación superior e inferior a la secundaria. No son entonces las condiciones sociales y económicas de nuestro país suelo tan fértil, como en otros lugares, para la proliferación de personas bien preparadas y, por ende, con mejores posibilidades de obtener un empleo.

Reforzando la idea anterior, al revisar las tasas de desempleo de adultos jóvenes (de 25 a 34 años), se observa que entre los países miembros de la OCDE, “el riesgo de desempleo es casi el doble de alto para quienes no han finalizado la educación secundaria superior [bachillerato, en nuestro caso] que para los que han obtenido unas cualificaciones más altas: un 17% en el caso de los primeros frente a un 9% para quienes han completado la educación secundaria posterior” (p.98). No obstante lo anterior, el caso mexicano es especial: no hay una diferencia significativa, al menos en este rango de edades, entre la tasa de desempleo de quienes tienen educación superior y quienes no culminaron el medio superior (6% de los primeros, por 4% de los segundos). Existen países en los que la diferencia de las tasas de desempleo de quienes tienen educación terciaria y quienes tienen educación inferior a secundaria es abismal: por ejemplo, en Francia, los primeros tienen una de 5%, mientras que los segundos una de 27% o en Eslovaquia un 7% por 38%. Así pues, al menos entre la población de adultos jóvenes, la situación mexicana es atípica a comparación de la mayoría de las naciones miembros de la OCDE: la escolaridad no es un factor que haga diferencias significativas al estar o no empleado.

En relación a los ingresos, según la OCDE (2018, p.111), México se encuentra en el grupo de países con una baja proporción de personas con educación terciaria, pero con ingresos relativamente altos, es decir, hay pocos pero bien pagados (en relación con el resto de la población).  De hecho, los trabajadores mexicanos con educación terciaria México destaca entonces en el mejoramiento de los ingresos a partir de la educación terciaria, pues las personas que no lograron concluir la educación media superior “en promedio ganan un 39% menos por un empleo a tiempo parcial o completo que los adultos que sí han finalizado ese nivel de educación” (p.110). El hecho anterior se debe a que, precisamente, son escasas (menos del 20% de la población total), a comparación de otros países, las personas que cuentan con estudios superiores.

Contrastando con México, en países con altos niveles de calidad de vida como Canadá, Noruega, Finlandia o Suiza, las personas con educación terciaria (más del 40% de la población). se encuentran con ingresos relativamente bajos, producto –quizá– de que en aquellos países la organización político-económica promueva una mejor distribución de los recursos. Así pues, surgen interrogantes: ¿cuál es entonces la explicación para el hecho de que México destaque en ingresos de los mejor preparados? ¿Es porque su sistema educativo promueve la movilidad social y por ende mejores condiciones económicas para quien más estudia? ¿Es reflejo de la lastimosa desigualdad que impera en los bolsillos de los mexicanos? ¿O los buenos salarios simplemente se deben a que hay pocos profesionistas con alta escolaridad (aplica entonces la lógica de la oferta-demanda)? Seguramente, las respuestas serán múltiples: habrá quienes vean el vaso medio lleno y otros lo vean medio vacío.

En suma, se observa que en el caso mexicano, es innegable que una mejor preparación académica se traduce en mejores condiciones de trabajo, como sucede prácticamente en todo el mundo; sin embargo, los beneficios que la escolaridad reporta a la vida laboral no parecen ser tan significativos como sí en otras partes del mundo. Lo anterior responde al dilema planteado al inicio de este escrito: es la sociedad quien marca los límites de la escuela. Las condiciones socioeconómicas actuales no son del todo estimulantes para la alta escolaridad. Se exige la formación de profesionistas cada vez más capacitados pero se soslaya, por ejemplo, los altos niveles de desocupación de quienes poseen estudios superiores, en relación a otros países.

Si bien de acuerdo a la OCDE el nivel de ingresos de las personas más preparadas académicamente en nuestro país es alto en relación al resto de la población, será importante seguir atentamente este fenómeno en un futuro para determinar si se debe a la escasez de egresados de niveles superiores y la desigualdad en términos económicos o si, efectivamente, es producto de la tan anhelada movilidad social que debe procurar nuestro sistema educativo.  Así pues, es necesario hacer realidad uno de las recomendaciones que el INEE (2018b) establece con respecto a nuestro sistema educativo: “colocar la justicia en el centro […], a fin de garantizar que la calidad se encuentre universalmente presente y la educación contribuya de manera decisiva al mejoramiento de las condiciones de vida de todos” (p. 21). Un mejoramiento real de la vida laboral a partir de la escolaridad será, sin duda, reflejo de una reorientación de nuestro sistema educativo hacia una tarea que parece tener olvidada: la procuración de una sociedad mexicana con mayor equidad y justicia.


REFERENCIAS

INEE. Educación para la democracia y el desarrollo de México. México: autor, 2018a.

INEE. Panorama educativo de México 2017. Indicadores del Sistema Educativo Nacional. Educación Básica y Media Superior. México: autor, 2018b.

OCDE. Panorama de la Educación 2017. Indicadores de la OCDE. Madrid: Santillana, 2017.

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