Lo que aprendimos de la tragedia de Monterrey

Sorprende la reacción burocrática.  El extremo de la estulticia lo representa el gobernador de Nuevo León que propuso crear escuelas militarizadas. El ...
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Sorprende la reacción burocrática.  El extremo de la estulticia lo representa el gobernador de Nuevo León que propuso crear escuelas militarizadas. El presidente Peña Nieto pidió “reactivar los protocolos existentes” lo cual significó literalmente volver a implantar el programa Mochila Segura cuyo propósito es evitar que los alumnos introduzcan armas de fuego a las escuelas.

¿Pero es ése el problema? Mochila Segura ha sido muy cuestionado por los abusos a que da lugar (atropella incluso los derechos de los niños), pero el problema de fondo, sin embargo, no es el tráfico de armas en las escuelas, el problema de fondo es educativo.

Mochila Segura es un programa costoso que, además, desvía a la policía de su función sustantiva. Por ejemplo, al día siguiente de la tragedia en la Ciudad de México se movilizaron 12 mil policías que actuaron en 8 mil planteles para revisar mochilas y “garantizar la seguridad” de alumnos y maestros.

Un sinsentido. Un desgaste absurdo en una ciudad que tiene tantos problemas de seguridad. El problema que asomó en Monterrey es la violencia como comportamiento y la pérdida del valor superior que es el respeto por la vida humana.

Las lecciones que deja lo ocurrido son claras y deberían conformar una agenda para la acción pública: tanto en la familia como en la escuela la formación moral de los niños debe ser atendida.

Los padres de familia son responsables de educación moral de sus hijos. Ellos deben enseñar a los niños a distinguir entre el bien y el mal, a amar y venerar la vida, a respetar a las personas, a enfrentar conflictos mediante la inteligencia y el diálogo, a tolerar diferencias, en fin, a convivir en paz.

Otro tanto de responsabilidad recae en la escuela. Los maestros deben ver más allá de los conocimientos y proponerse hacer del aula y la escuela esferas para la formación moral (o ética) de sus alumnos, lo cual supone la creación de ambientes escolares donde reine —en todo momento— absoluto respeto por la dignidad de las personas

¿Y qué decir del entorno social violento? La violencia real y simbólica invade nuestras vidas y es una fuente cotidiana de estímulos negativos. La calle es violenta, la televisión es violenta, el cine es violento, las redes son una escuela de odio y, por lo mismo, de violencia.

De este enfoque se deduce que no basta enviar policías a las escuelas, que se necesita actuar a fondo en la organización social y en la educación continua de padres de familia y de maestros.

Fue publicado en Campus Milenio

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