“Director de Escuela en el Siglo XXI…”. Análisis de una visión experta

En la investigación educativa, el análisis del liderazgo escolar ha adquirido creciente importancia por su influencia en los resultados de aprendizaje ...
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En la investigación educativa, el análisis del liderazgo escolar ha adquirido creciente importancia por su influencia en los resultados de aprendizaje de los educandos y la conveniencia de recuperar su supremacía pedagógica, a efecto de reposicionarlo como un actor capaz de: i) potenciar el aprendizaje propio y el de los profesores; ii) crear un verdadero sentido de comunidad y un clima adecuado entre alumnos, maestros, padres de familia y personal de apoyo; y, iii) formar un equipo coherente y cohesionado, dispuesto a participar, colaborar, comprometerse y retroalimentarse.

De esta manera, al tiempo de reconocer el peso decisivo de la calidad de la enseñanza de los maestros en el progreso del aprovechamiento de los alumnos, algunos estudios enfatizan que “el segundo factor intraescolar” de mayor trascendencia (Leithwood, K., et. al., 2006 y  McKinsey y Company, 2007)[1] es el desempeño del director de escuela, cuya acción directa o indirecta, es determinante en el logro de la calidad educativa.

Sobre estas premisas, la mejora del liderazgo escolar, se ha convertido en una de las prioridades de las políticas educativas a escala internacional, principalmente porque la función directiva requiere estar a la altura de los cambios que la economía, la sociedad, la cultura, la ciencia y la pedagogía han introducido en la dinámica de la escuela y, por lo mismo, no puede seguir encallada en una engorrosa gestión administrativa, en detrimento de un efectivo trabajo académico.

En este contexto, justo en el momento en que el sistema educativo mexicano está inmerso en transformaciones encaminadas –según el discurso oficial– a garantizar el derecho de las niñas, niños y adolescentes, a una educación de calidad con equidad;  el libro de Eduardo Andere Martínez –Director de Escuela en el Siglo XXI: ¿Jardinero, pulpo o capitán?– viene a enriquecer el debate y a brindar una visión general de cómo el director podría encabezar la conversión de la escuela “en un poderoso ambiente de aprendizaje” y en una institución idónea “… para ayudar al desarrollo de los niños y jóvenes en su recorrido para alcanzar la madurez ejecutiva de su cerebro racional”.

Con base en los resultados de sus entrevistas con cerca de 350 directores de escuela de Finlandia, Flandes, Países Bajos, Suiza, Chile, Estados Unidos, México, Noruega, Polonia, Japón, Corea, Shanghai, Islandia y Canadá, Andere precisa el propósito de su obra: “Mi intención –asegura– no es ofrecer un camino, sino entregar un criterio para que los directores seleccionen el camino a partir de información basada en la mejor investigación disponible”.

Para ello, con el auxilio de una ingeniosa metáfora, de un extenso y refinado examen de las mejores prácticas observadas en numerosas escuelas de “clase mundial”, apunta que un “liderazgo escolar efectivo” tiene el reto de transformar “las escuelas… en sociedades de aprendizaje donde literalmente se vive y se aprende a vivir, crecer y crear”.

Y, “¿qué hace a un líder escolar efectivo?”, pregunta. En seguida, responde: “Un estado mental hacia el aprendizaje y conocimiento profundo del aprendizaje, de sus causas. Conoce todas las literaturas, sabe agruparlas; cuando lee o escucha una nueva propuesta tanto de expertos como de autoridades o colegas, sabe dónde ubicarlas en el mapa de la cognición. Sin importar si es un líder competitivo o cooperativo, sabe trabajar en equipo y al menos consulta sus decisiones. Su conocimiento profundo del tema le permite conocer el camino a seguir en situaciones inéditas”.

Con base en estos planteamientos, mi percepción es que el autor muestra algunas coincidencias con la teoría de la “Eficacia Escolar”, de acuerdo con la cual el liderazgo pedagógico del director constituye un factor clave de una escuela eficaz, pues en él descansa la responsabilidad de organizar el adecuado funcionamiento de ésta para lograr los objetivos de aprendizaje, articular la organización, la planificación, la gestión de los recursos, la colaboración de docentes y directivos, entre otros.

Converge, asimismo, con la perspectiva que postula la “Mejora de la Escuela”, según la cual el director es un actor imprescindible para lograr la calidad de la enseñanza y los aprendizajes, puesto que es el principal promotor de innovaciones pedagógicas, ejecutor de las reformas, motor de la participación y la colaboración de los docentes, así como inspirador de los maestros para conseguir su compromiso con la formación continua y el desarrollo profesional.

Por fortuna, para quienes reivindicamos el fortalecimiento y la viabilidad de la educación pública, a diferencia de los ideólogos de las escuelas eficaces, mejora escolar y/o gestión escolar, Andere declina adscribirse a estas corrientes que, impulsadas por intereses políticos y comerciales, delegan a los directores de las escuelas la tarea de buscar los recursos para el financiamiento de las instituciones.

Volviendo al objetivo central de este escrito, vale la pena agregar que el libro –entre otros– tiene tres méritos muy apreciables.

Por un lado, si bien proporciona un panorama útil sobre lo que hacen los líderes escolares exitosos de naciones con altos niveles desarrollo, cuyos sistemas educativos casi en todos los ámbitos tienen mejores condiciones que el mexicano; se limita a realizar una serie de recomendaciones, evitando caer en la tentación de prescribir lo que obligadamente se debe hacer.

Por otro, permite deducir que una visión jerárquica de la dirección escolar inhibe seriamente la implantación de una verdadera cultura del aprendizaje, porque se basa en conceptos como mandar, controlar, imponer, exigir, silenciar, someter o sancionar, con lo cual no solo aniquila la creatividad y la innovación, sino cancela toda posibilidad de un modelo horizontal, democrático y participativo.

Además, a lo largo de sus once capítulos, aborda casi todos los componentes sobre los cuales suelen intervenir los directores de escuela para obtener buenos resultados de aprendizaje. Quizá la única ausencia sea el tema de la evaluación, la formación continua y el desarrollo profesional de los directivos.

Debido a la naturaleza de esta recensión, haré referencia a cuatro temas cuyos planteamientos despertaron mi interés. Así, en lo concerniente a la pregunta: ¿Cómo ser un líder escolar efectivo?, el autor establece que “la diferencia entre un director y un líder es que el líder, además de ser un buen administrador, conoce las sutilezas profundas de lo que significa el crecimiento hacia la excelencia y no simplemente mantener el status quo. Por lo tanto, un líder debe tener un estado mental adecuado y conocer las causas del aprendizaje y la excelencia escolar”.

Asimismo, cambiar el estado mental, entre otras condiciones, requiere que el líder escolar entienda que las escuelas no son “una especie de pista olímpica para la competencia internacional donde los niños se preparan, compiten y ganan o de que sus escuelas están en tan malas circunstancias ya sea por razones de pobreza, inercia o desconfianza, que lo mejor que uno puede hacer es sobrevivir”.

Los directores de escuela exitosos, deduzco, se asumen como “creadores de creadores”, por lo tanto, actúan con un estado mental favorable al aprendizaje y hacen de las escuelas verdaderas sociedades de aprendizaje “donde literalmente se vive y se aprende a vivir, crecer y crear, no importa dónde empiece uno”.

Respecto a ¿cómo cambiar la cultura de la escuela hacia el aprendizaje?, la respuesta de Andere es “cambiando a la escuela en una organización que aprende y creando ambientes de motivación intrínseca”.

“El cambio de cultura hacia el aprendizaje, puntualiza, no proviene de la preparación para las pruebas o la presión para los resultados o la disciplina extrema”, sino de la capacidad para “crear un ambiente cordial y seguro de aprendizaje, basado en relaciones de confianza”, estimulado por un estado mental de motivación y de una comunidad amistosa, del trabajo en equipo y de “una ruta o dirección preestablecida que se puede ajustar según las circunstancias y resultados intermedios”.

En lo relativo a ¿qué tanto deben los padres de familia estar involucrados?, en el capítulo 6 se asevera que existe amplio consenso en que “la relación entre el hogar y la escuela es importante y necesaria”. Sin embargo, no hay acuerdo en la forma de relación debido a que intervienen tres factores importantes que no siempre facilitan la participación de las familias: el nivel educativo, el nivel socioeconómico y “el nivel de aceptación de los padres con respecto a la escuela y su cultura”.

“En la literatura sobre escuelas y familias, abunda, es frecuente el tema de la libertad de elección de las familias sobre las escuelas”…, no obstante “… poco a poco gana terreno la visión contraria: la libertad de elección de las escuelas sobre los hogares. Es decir, ¿qué tipo de ambiente de aprendizaje la escuela necesita en el hogar para que la pedagogía funcione en la escuela? Ésta no puede sola. Se necesitan diferentes arreglos para diferentes contextos. No sólo existen barreras al aprendizaje derivadas de la pobreza sino también de la abundancia”.

Por último, en lo concerniente a ¿qué tanto y cómo debe utilizarse la tecnología en la escuela?, con base en un estudio de la OCDE, Eduardo Andere, sostiene que “hay evidencia suficiente para llegar a tres conclusiones sobre la relación entre el desempeño y las TIC: 1) están relacionadas negativamente (más TIC, menos desempeño); 2) están relacionadas de manera muy débil (ningún beneficio importante); 3) los estudios que muestran relación positiva se deriva de situaciones muy específicas, a saber: donde la tecnología complementa, no sustituye a otras intervenciones docentes; donde el uso es de naturaleza experimental con muchos recursos y apoyos colaterales; donde la mejora se explica por causas completamente contextuales”.

¿Por qué tanta presión para la adopción de estos “artilugios de moda”? Al respecto, el autor, responde: Por el empuje cultural de la sociedad, por la presión de las empresas productoras, por la popularidad de los políticos y autoridades educativas, y por la fascinación de los padres por ver escuelas “modernas”.

Como se podrá colegir de lo anterior, existen suficientes razones para sumergirnos en las profundidades de este atractivo libro.


[1] Leithwood, K., Day, C., Sammonds, O., y Harris, A. (2006). Successful school leadership: what it is and how it influences pupil learning. London (research report n° 800): National College for School Leadership.
McKinsey y Company (2007). How the World’s Best-Performing School Systems Come Out On Top. Disponible online en: http://www.mckinsey.com/clientservice/socialsector/resources/pdf/Worlds_school_ systems_Final.pdf

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